Por José María Posse - Abogado, escritor e historiador.

Es conocido que los pilotos argentinos pusieron en jaque a la poderosa Flota Británica en el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, en la que fue la última guerra aeronaval de la historia.

En esos días heroicos para la aviación de guerra argentina, descollaron los aviadores del sistema de vuelo Mc Douglas A4 Skyhawk, conocidos como los “Halcones”. Ellos marcaron páginas de gloria en la historia de la guerra aérea mundial.

Con aviones ya obsoletos para la época, atacaban con vuelos rasantes sobre las olas a los barcos británicos, que estaban provistos con la última tecnología de la OTAN y con el apoyo de los EEUU. Pese a toda la defensa que tenían, 3/4 partes de esa flota quedó inutilizada o hundida gracias a la extraordinaria habilidad y valentía sin cuento de los pilotos argentinos.

Tres tucumanos pertenecieron al grupo de Caza N°V, con sede en Villa Reynolds, provincia de San Luis: el capitán Carlos Trucha Varela; el comodoro Antonio Tony Zelaya y el capitán Luis Tucu Cervera, quienes honraron con sus proezas a la historia guerrera de la provincia que los vio nacer.

Recientemente, tuvimos el privilegio de entrevistar a uno de ellos, el Comodoro Zelaya, cuya historia de vida merece ser conocida. Tony nació en San Miguel de Tucumán en 1949, en el seno de una vieja familia, cuyas ramas ascienden a primeros pobladores y bravos guerreros de la Independencia.

Se educó en el Colegio Salesiano Tulio García Fernández, de donde salieron numerosos pilotos de nuestras fuerzas armadas. Ingresó a la Escuela de Aviación Militar en 1967, donde rápidamente mostró cualidades extraordinarias para el vuelo.

Carismático en grado sumo, su sentido del deber y su responsabilidad son legendarios en la fuerza. Con una chispa de buen humor permanente, siempre estaba atento a las necesidades de sus semejantes. Todo ello le valió la simpatía de sus compañeros, quienes tuvieron en él a un líder natural.

Durante 1970 efectuó el Curso de Supervivencia EAM y al año siguiente aprobó el Curso de Aviador Militar. EAM. En 1972 se diplomó en el Curso de Piloto de Caza Bombardeo, alcanzando así el sueño de convertirse en Piloto de Caza en la IV Brigada Aérea (Mendoza), volando el sistema Mc Douglas A4-B - Skyhawk.

En esos 10 años hasta la Guerra de Malvinas voló poco más de 1.600 horas de Douglas A4B (avión con que iría al frente de batalla). Meses antes del conflicto, en 1982 realizó el curso de Táctica Aérea, Tiro y Bombardeo y la Escuela de Reactores en Badajoz, España.

Veterano

Cuando se produjo el rompimiento de hostilidades con Inglaterra, Zelaya era uno de los pilotos más experimentados de la Fuerza Aérea. Por su edad acaso no debió ser desplegado, pero él supo convencer a los mandos, acerca de la conveniencia de movilizarlo.

Durante la guerra se desempeñó de manera destacada, como Jefe de Escuadrilla y como Oficial de Operaciones del II Escuadrón de la V Brigada Aérea. Estuvo desplegado en Río Gallegos y Puerto San Julián. Fue protagonista de épicas misiones, donde su coraje y profesionalismo lo convirtieron en leyenda.

Por su actuación, la Fuerza Aérea Argentina lo distinguió con el Distintivo Nº1 y el Congreso de la Nación le otorgó dos Condecoraciones: Al Valor en Combate y Veterano de Malvinas.

Además posee la Condecoración Santos Dumont de la República Federativa de Brasil, el Brevet de Piloto Honorario del Ejército del Aire del Reino de España y varias distinciones a nivel nacional, provinciales y municipales.

En 2002 se retiró de la Fuerza Aérea Argentina luego de desempeñarse como Jefe de la IV Brigada Aérea (Mendoza) y desde esa fecha reside en la ciudad de Córdoba. Desde allí se da tiempo para brindar charlas en escuelas y colegios y conferencias en todo el país.

EXPLICANDO LA MANIOBRA. Antonio Tony Zelaya se destacó en el combate de Malvinas sobre un Mc Douglas A4 Skyhawk.

Tratar al Comodoro Zelaya es siempre una experiencia agradable. De mirada franca, es un hombre de exquisita simpatía y sencillez. Cuando se le pide hablar de sus hazañas en Malvinas, trata de esquivar la pregunta y refiere a algún otro camarada. Su humildad para tratar su rol en la guerra es una muestra palmaria de su corazón noble y cristiano. Su generosidad es proverbial, siempre dispuesto a dar un concejo, una palmada o regalar una sonrisa.

A nuestro pedido, escribió las siguientes reflexiones, en exclusiva para los lectores de LA GACETA. Y las compartimos con su letra, en primera persona:

Una guerra casi olvidada:

Los que participamos en el conflicto nos sentimos honrados y agradecidos que cada vez más ciudadanos celebren la gesta de Malvinas y sepan reconocer que la batalla se libró tratando de recuperar nuestras Islas y no apoyando un recurso político del Gobierno del Proceso Militar para continuar en el poder. Si esa fue la intención, nosotros no la asumimos así.

Desde mi punto de vista quién mejor interpretó esta posición fue el periodista español José María Carrascal que el 29 mayo de 1982 publicó en un diario de su país, entre otras cosas, lo siguiente: “No dan la vida, naturalmente, por la Junta. Ni siquiera la dan -cree uno- por conceptos abstractos, como el honor o la Patria. La dan por algo muy concreto, muy precioso: por su comunidad, la que le ha encomendado su defensa. Y en último término, por algo tan simple como el cumplimiento del deber”. La nota sigue pero el resto no viene al caso aunque es muy emotivo leerlo.

LA INSIGNIA. La silueta de los barcos atacados y las medallas.

Volviendo al tema inicial, honrados y agradecidos porque todos ustedes se toman un tiempo para celebrar la gesta, aunque todos estemos pendientes de los problemas que nos acucian y entorpecen la salida hacia adelante de nuestro País. Porque tenemos vergüenza de la derrota, mala conciencia de lo legítimo de la acción (aunque tal vez fuera de tiempo oportuno) y un poco de desidia, no existen registros suficientes de la experiencia de los que participaron en la guerra. Probablemente al imaginar la experiencia incomunicable de la guerra, los argentinos recordemos escenas vistas en el cine o la televisión, siempre una gran guerra; nunca la guerra de Malvinas, la única guerra argentina del siglo pasado.

Salvo para quienes estuvieron allí, frente a las tropas británicas en el campo de batalla, Malvinas es una guerra sin imágenes ni relatos de guerra. En la memoria de los argentinos, Malvinas es más bien una escena cotidiana con un comunicado militar en el fondo, un locutor inverosímil hablando de victoria, la escenografía profusa de un nacionalismo trasnochado, los primeros compases de una anacrónica marcha militar.

“Un manto de neblina...”

“Tras un manto de neblina/ no las hemos de olvidar...”. La evidencia incómoda de una paradoja histórica: el último capítulo del gobierno militar y al mismo tiempo el prólogo del retorno a la democracia.

Así fuimos olvidando que detrás del saldo político inmediato y las gestiones diplomáticas estaba la experiencia material y descarnada de la guerra. Después de la rendición y el regreso de las tropas, “tras un manto de neblina” quedaron los sobrevivientes, congelados en uno de los tantos clisés (ofensivos), con los que se clausuró el relato de la derrota: “los chicos de la guerra”.

Y es precisamente en la reiteración de frases vacías y repetidas donde nuestra guerra se ha vuelto insignificante. Un veterano estadounidense de la guerra de Viet Nam (que perdió) cuenta su historia en el cine americano y es un héroe; el veterano de Malvinas es un muchacho de chaqueta militar vieja o un profesional militar que sólo sirve para la guerra y no para la paz. Aunque ambos tienen sus minutos al año, ahora cada 2 de abril, para atesorar sus recuerdos en los homenajes de rigor.

TUCUMANOS. Valera, Zelaya y Cervera, antes de un ataque.

Pero en el exterior, verdaderos conocedores de los que es una guerra no ahorraron comentarios para hablar de esta épica batalla. Mientras en nuestro País se desmalvinizaba, las Escuelas de Guerra del mundo estudiaban las nuevas tácticas. Héroes como Pierre Clostermann decían: “Nunca en la historia de las guerras desde 1914, tuvieron aviadores que afrontar una conjunción tan terrorífica de obstáculos mortales, ni aún los de la RAF (Royal Air Force) sobre Londres en 1940 o los de la Luftwaffe en 1945”.

El que alguna vez haya escuchado el relato vivo de la experiencia de la guerra no podrá olvidar el vértigo y la emoción del relator. No hay primera persona más dramática que la que bucea en la memoria tratando de recomponer las imágenes desgajadas de la guerra. No hay interpretación política que pueda reemplazarla. Se trata de la experiencia singular de un hombre en el campo de batalla.

Se ha dicho que la guerra no es más que la evidencia del empobrecimiento de la experiencia en el mundo moderno; los combatientes vuelven mudos del campo de batalla. Lo que aún no se ha dicho es la verdad de cómo nos fue realmente en la guerra: todos dirán ¿qué pregunta? Sabemos que perdimos.

La respuesta

Sun Tsu en su libro “El Arte de la Guerra” decía: “Si quieres saber cómo te fue en la guerra, pregúntale a tu enemigo” y eso hice, me remití al libro “La Guerra de los Cien Días” escrito por el Almirante John Forster Woodward, quién entre otras muchas cosas supo decir: “Estamos ya en el límite de nuestras posibilidades, con sólo tres naves sin mayores defectos operativos. De la fuerza de destructores y fragatas el 45% está reducido a apacidad cero. El Sea Wolf del Andrómeda f/s (fuera de servicio), todos los sistemas del Brillant con defectos, ninguno de tipo 21 está en condiciones… y muchas cosas más. Todo está cayéndose a pedazos. Francamente si los argentinos pudieran sólo respirar sobre nosotros ¡nos caeríamos!.. Tal vez ellos están igual, sólo cabe esperar que así sea, de otra manera estamos listos para la carnicería”. Esto está en la página 340 del mencionado libro y está fechado el 13 de junio.

Pero si hay alguna hazaña posible, está en la palabra. No para sanar heridas irreparables, ni siquiera para volver a desmentir esa otra guerra que contó el gobierno militar, sino sencillamente porque no hay historia posible sin relatos. La épica está en el impulso con que los sobrevivientes recuperan o imaginan lo vivido después de años de silencio y en el temblor de la voz con que exorcizan el caos del recuerdo cuando se atreven a contarlo.

El enemigo podrá aventajarnos en las fuerzas pero no en el destino, por eso no debemos rendirnos. No debemos olvidarnos, no hagamos fugaz lo perenne, no venzamos el espíritu invencible. Allí se comprobó que existen los milagros. Que la hazaña aún es posible; que el mando es de los jefes que comandan; que no puede ordenar el cobarde ni decidir el incapaz de valentía. La milicia no debería admitir a los tibios, sólo el coraje distingue y jerarquiza.

Y allá quedó el testimonio irreversible de los caídos, el ejemplo para siempre de los que no regresaron nunca. Porque morir en la avanzada es ser hombre y simiente, es convertirse en promesa de triunfo.

Estas son las palabras del Comodoro ® Antonio Francisco Zelaya (Veterano de Guerra).