El psicólogo e investigador Luciano Lutereau presentó su último libro “Adiós al matrimonio. Parejas en busca de nuevos compromisos” (sello Paidós, editorial Planeta), en el que analiza las nuevas formas de vincularnos y la búsqueda del amor en la relación de pareja. “No es un libro contra el matrimonio”, asegura y destaca que inclusive hoy la gente se sigue casando. Según el investigador, “los vínculos son para crecer”.
Mientras se van cayendo mochilas como la del matrimonio para toda la vida, las relaciones entre pareja y los vínculos que construimos marcan nuestro ritmo en la vida. “El matrimonio aseguraba la estructura familiar”, dice y explica por qué esto ya no es tan así.
- ¿Es más difícil encontrar amor que sostener el vínculo? ¿Qué se pone en juego?
- Sostener una relación es difícil, pero es mucho más sencillo que encontrar el amor porque esto es imposible, al menos para nuestra voluntad. No podemos hacer nada para que nos amen y, en cambio, a veces con unos pocos actos podemos dejar de ser amados. De la misma manera, tampoco podemos hacer nada para enamorarnos. Es incluso a veces notable el caso de quienes se enamoran reiteradamente: pareciera que buscan en el amor algún tipo de solución en sus vidas, y quizá por eso después de la idealización suele venir una vivencia de fracaso, de desilusión, etcétera. Como estos circuitos son más o menos conocidos, antes que un libro sobre el amor, preferí escribir uno sobre la pareja, porque es difícil, pero ahí podemos hacer mucho más, tanto por nosotros como por nuestras relaciones.
- ¿Es difícil hoy sostener vínculos? ¿Pasa sólo con las parejas o también con otros vínculos como la amistad?
- Hoy especialmente es difícil, porque muchas de las instituciones que aseguraban nuestros vínculos están en crisis. Por ejemplo, el matrimonio, que hasta hace un tiempo era la vía tradicional para consolidar una pareja. La gente se sigue casando, sí, pero ya no es obligatorio que sea para formar una familia, tener hijos, adquirir bienes comunes, etc. Hoy tenemos muchos modos de estar en pareja, ni siquiera la pareja es una obligación; entonces se nos plantea el desafío de cómo vincularnos cuando tenemos mucho miedo y estamos a la defensiva. ¿Querrá el otro lo mismo que nosotros? ¿Por qué muchas personas dicen que no buscan “nada serio”? ¿De dónde sale la fantasía de que un vínculo de compromiso exige una renuncia individual, una pérdida de opciones, una limitación de la libertad? Es cierto que nuestra sociedad es eminentemente parejo-centrista, es decir, nos criamos con la idea de que la pareja es el vínculo al que se debe tender, pero curiosamente es el vínculo en el que más se exponen los rasgos infantiles de nuestro modo de amar. ¿Quién puede amar sin reprochar? ¿Quién ama sin reclamos o expectativas de sacrificios? Creo que la recuperación de la amistad como modo de lazo, sobre todo en los últimos años, no es tanto para ofrecer una alternativa a la pareja, sino para repensar a esta última a partir de sus componentes de cuidado. ¿Por qué tratamos a una pareja como nunca trataríamos a un amigo o amiga? ¿Por qué la pareja es el vínculo en que a veces sale lo peor de cada quien? Una de las cuestiones que intento pensar en este libro es el carácter regresivo (e infantil) de nuestras expectativas amorosas, como una de las fuentes con que dañamos nuestras relaciones afectivas.
- Ser soltero entonces, ¿es un estado deseado?
- La soltería fue un estado estigmatizado durante mucho tiempo. En la época de la norma matrimonial, había solterones y solteronas, cuyo estado era visto como defectuoso. Actualmente, en cambio, tenemos mayor libertad para explorar vínculos antes de tomar la decisión de formalizar, si es que la tomamos. Ahora bien, la contracara es que la de soltero se puede volver una posición descomprometida y desencantada, en la que se espera que el otro sea funcional, que se adapte a lo que queremos o “chau”. Más que un “estado deseado”, puede ser un estado deseante, es decir, de seducción permanente y basada en la conquista, pero sin afrontar las consecuencias, que solo sea para chequear que el otro está disponible y nada más, después “vamos viendo”.
- ¿Qué sucedió con los roles como estaban preestablecidos: el varón proveedor y mujer a cargo de las tareas de cuidado con respecto a la relación de pareja?
- El matrimonio suponía adquirir los roles de marido y mujer, para que le dejaran su lugar a los de padre y madre. Como decís, la de proveedor era una de las figuras clásicas de la virilidad parental. Y la madre tenía que encarnar el mito del amor materno, es decir, ser incondicional. El costo de estos roles a veces podía ser vivir en función de los hijos y que la pareja se perdiera o enfriara, que marido y mujer con los años quizá duerman en habitaciones separadas, porque esa era la separación permitida antes de la época del divorcio o incluso para quienes no querían atravesar una separación, porque ya habían dejado de hacer el erotismo el centro de la relación. Quizá podían privilegiar los aspectos tiernos del vínculo, no hay nada malo en eso. Lo que sí es claro es que esto cambió, porque hoy las parejas le piden mucho más al erotismo y al deseo y, por cierto, el deseo separa también, pero de otra forma. Porque, como digo en este libro, el deseo es un tercero en toda pareja: incluso cuando dos se deseen o les pase que deseen lo mismo, no lo hacen de la misma manera. Entonces aparece la diferencia y ahí sí, con la diferencia que trae el deseo tenemos las nuevas versiones de los síntomas de siempre, sobre todo aquellos que más trabajo en este ensayo: celos e infidelidad.
- ¿Qué tipos de vínculos existen hoy y como se sostienen? ¿Cuál es la base de cualquier vínculo amoroso saludable? Se dijo chau al amor romántico y al “se sufre en el amor” pero, en realidad, ¿sigue siendo así o todavía se sostienen esas ideas según lo que observaste en terapia?
- Hoy podemos decir que el amor romántico no existe y que tenemos amores por descubrir. Que el amor es un trabajo mental y no un simple sentimiento al que arrojarse; ya que el amor no cura todo, sino que nos trae problemas y que nuestro crecimiento está en ver si podemos estar a la altura, en al menos intentarlo. Si el amor es para algo, es para cambiar y abrirse a la experiencia de realizarse a través de otro. No creo, entonces, que haya tips de una relación sana, sino que lo saludable es crecer en el vínculo, que el vínculo crezca y eso a veces puede ir de la mano de conflictos que sean transformadores. No es preciso plantear que los conflictos son dañinos por sí. El punto es qué hacemos con los conflictos, ya que se los puede usar para crecer. En este momento es común hablar más de contrato que de conflicto y se recurre a términos como negociar, pactar, etc., como si el secreto de la pareja estuviese en los acuerdos, en pensar lo mismo y esto a mí me parece un problema, porque tiende a hacer de la pareja una sociedad (a veces de “socorro mutuo”, como digo en chiste en el libro) antes que de dos personas dispuestas a modificarse y a tolerar tensiones. Incluir la visión del otro en la propia vida es algo que hoy le cuesta a muchísimas parejas, porque vivimos eso como ceder, como una resignación. Sin embargo, sin hacerle lugar al otro en la propia vida, en nuestro tiempo, en nuestro espacio, ¿de qué pareja hablamos? A veces decimos que buscamos una pareja y, en realidad, queremos a alguien que se preocupe por nosotros, que esté para satisfacer nuestras demandas, que calme nuestra ansiedad, por eso el amor -como digo también en esta publicación- hizo un giro de su versión romántica a su versión tecnológica. Hoy a veces las relaciones se viven más dentro del WhatsApp, con un contacto permanente, que en la cotidianidad compartida y ese milagro que es la intimidad.
- ¿De qué manera influye la tecnología en las relaciones de hoy?
- La tecnología trajo un nuevo modo de amar, desesperado e impulsivo. Junto con lo que hay en el vínculo efectivo con alguien, tenemos un canal suplementario de información a partir de la virtualidad: chequeamos qué hace en redes, si está en línea, su tiempo para la respuesta de un mensaje, etc. De ahí que muchas parejas directamente decidan bloquearse en la virtualidad, pero un bloqueo no resuelve los síntomas, claro; de la misma manera que hay otras que directamente han hecho de pelearse por chat la nueva forma de discutir. A veces no pueden sostener el cara a cara con la pareja, porque solo pueden gritarse o decirse cosas muy feas solo con el fin de disminuir la imagen que el otro tiene de sí mismo. La tecnología le dio más espacio a la relación de poder en el vínculo, antes que al componente amoroso. Porque en otro tiempo tal vez una pelea era la antesala de un chiste que, luego, llevaba a la cama. Hoy no tenemos sentido del humor para nada. Fijate en las redes sociales, la gente se ríe de memes, pero después las usa casi exclusivamente para quejarse, enojarse, indignarse, etc. Y sin humor no hay erotismo. En la sociedad de Freud era común el conflicto erótico, el deseo era fuente de conflicto; ahora ya no, nuestros problemas vinculares están a nivel del cuidado o, mejor dicho, de cómo podemos descuidar nuestras relaciones, sea por rigideces de nuestros carácter, a veces por orgullo, por esa fragilidad que se disfraza de soberbia y no nos deja pedir perdón ni perdonar.