Priscila de Gregorio llevaba una vida sin sobresaltos en la provincia. Estaba de novia hacía siete años. Pero de repente todas las piezas de su rompecabezas se desacomodaron. Tenía todo listo para emprender un viaje romántico con su pareja a Río de Janeiro. Iba a ser en abril de 2014. Dos meses antes, la relación terminó. Animada por una amiga, decidieron viajar a la ciudad carioca. Y fue en la segunda noche de esa aventura cuando el destino le jugó su mejor carta, según cuenta. Así comenzó una historia de amor que desafió el tiempo, la distancia e incluso la pandemia.

El relato empieza así: “yo tenía 27 años y lo conozco a Vini (Vinicius Biasibetti), de 28. Era de Porto Alegre y hablaba muy bien el español, así que nos entendimos al instante. Estuvimos dos noches saliendo. Fue una locura”. Pasaron dos días y Vinicius, loco de amor por la tucumana, le propuso que volvieran a verse en un futuro. A pesar de su última experiencia amorosa, y sin estar muy segura, Pri aceptó.

El reencuentro

El 23 de enero de 2015 volvieron a encontrarse, esta vez en Tucumán. A partir de esa visita, supieron que sus vidas habían cambiado por completo: estaban enamorados. Desde entonces, comenzaron a viajar para verse más seguido. “Gastamos mucha plata en esos viajes pero no nos importaba. Nos queríamos y todo valía la pena”, detalla De Gregorio.

Cuando estaba cursando un posdoctorado en biotecnología, Priscila consiguió que le otorgaran una pasantía de investigación por seis meses en Brasil. Así comenzaron a convivir y el amor que sentían no paró de crecer. “Luego, en un carnaval, Vini me llevó a Río por nuestro aniversario, y ahí me sorprendió con la propuesta de matrimonio. Acepté sin ninguna duda; estaba tan feliz”, exclama.

LA PRIMERA FOTO. Priscila y Vinicius cuando se conocieron en 2014.

El casamiento

La fecha para la boda estaba decidida: sería el 13 de noviembre de 2016. ¿Dónde? En Argentina, precisamente en Tucumán. “Nos casamos hace cinco años en Villa Nougués, en una ceremonia muy especial. La familia de Vini y sus amigos pudieron viajar. La fiesta tuvo una mezcla perfecta de la cultura brasileña y de la argentina”, dice Priscila.

Como la vida es un continuo camino de desafíos y experiencias, la pareja iba a tener que enfrentar nuevos retos. En 2019 Priscila recibió una beca por seis meses para marcharse a Italia. “Él se quedó en Tucumán y yo me fui a Europa. Luego, en 2020, le salió un trabajo en Estados Unidos, pero justo nos agarró la pandemia. Y como si fuera poco, si bien abrieron las fronteras, él empezó a viajar por trabajo. Así somos: una pareja nómade”, afirma. En 2021 decidieron mudarse a Brasil, donde se encuentran actualmente. “Ahora estamos esperando a nuestra primera hija, Giulia, que nace para agosto. Yo siempre digo que nuestra historia recién empieza”, cierra Priscila.

Hasta Perú por amor

Otra historia de amor de película es la de Jimena Brandán (20) y Víctor Loayza (23). Se conocieron en 2010. Él, que es oriundo de Perú, participaba de un juego on line en que el que también estaba ella.

“Me había llamado la atención su foto de perfil; me enamoré de inmediato de sus ojos”, cuenta Jimena. Cuando comenzaron a chatear por mail, ambos estaban en pareja con otras personas y no tenían la intención de entablar una relación amorosa. “Después empezaron los problemas con nuestras parejas y nos separamos. Ahí nos apoyamos mucho y comenzamos a encarar la situación de otra forma”, explica.

Se vieron por primera vez en enero de 2011, cuando Víctor -después de un viaje de 56 horas- llegó a Tucumán. “Lo que sentí fue indescriptible, no me esperaba sentir tanto por una persona”, relata Jimena. La visita, que en un principio iba a durar un mes, terminó alargándose por seis meses. En ese encuentro oficializaron su noviazgo.

UNA DÉCADA DE AMOR. Jimena y Víctor enamorados en sus vacaciones por Argentina, luego de haber pasado más de dos años sin salir de Perú.

Hora de arriesgarse

Luego de ese viaje, le tocó a Jimena trasladarse hasta Perú. “También hice las 56 horas. Fue un viaje loco, por amor, pero tremendo”, manifiesta. Más tarde, la pareja decidió que era el momento de empezar una vida juntos y que Jimena debía mudarse. “Yo siempre tuve en mi cabeza recibirme e irme del país. Una cuestión que se me simplificó al tener un novio peruano -explica-. Claro que no sabía qué iba a pasar. Si nos íbamos a querer, a seguir amando. Pero la verdad es que no me podía quedar con las ganas; teníamos que vivirlo”.

Jimena se recibió de contadora en 2019 y en marzo de 2020 llegó a su nuevo hogar en Lima. “Arribé el día que decretaron la cuarentena. Prácticamente pasamos de no vernos nunca a encerrarnos y estar las 24 horas del día juntos. Fue difícil pero no me arrepiento. Lo volvería a hacer mil veces más”, afirma.

Por el contexto de pandemia, pensó muchas veces que su relación no funcionaría. Pero el amor, la paciencia y el compañerismo se acrecentaron de una forma inimaginable, confiesa. “Con él tengo la mejor comunicación. Me entiende, me apoya un montón. No me arrepiento de nada. Llevamos 11 años juntos, de los cuales fueron nueve a distancia. Estoy con el hombre que quiero estar”, dice Jimena.

El amor la llevó lejos, mucho más allá de su ciudad natal. Son miles de sentimientos que nunca pensó sentir con tanta intensidad. “La vida es muy corta, no sabemos qué puede pasar mañana. Soy una afortunada”, evalúa, segundos antes de hablar entusiasmada de su próximo proyecto: construir su nidito de amor argento/peruano. 

(Producción periodística: Gianna Camarda).