La amenaza de la llegada del cólera a la provincia en febrero de 1992 cambió los hábitos de los tucumanos. Varias actividades se vieron amenazadas por las medidas que tomaron las autoridades para evitar que se produjera el brote que nunca explotó en ese año, pero sí en los siguientes. Muchos aseguran que el mal no se instaló en la provincia por los cuidados que ordenaron -no sugirieron- tomar las autoridades. Otros, en cambio, indicaron que sólo se produjo esa situación porque fue la sociedad la que se cuidó durante ese verano. Pero más allá de la discusión, hubo una sola realidad: varios productores, comerciantes y cuentapropistas la pasaron mal en esos días.
El Mercado del Norte, ese gigante que actualmente está cerrado, en los 90, como a lo largo de su historia, fue punto de referencia de precios y de costumbres de los tucumanos. En esos días, LA GACETA eligió a sus visitantes para que contaran cómo era la vida que llevaban con la crisis sanitaria. Hubo decenas de entrevistados, pero una de ellas sobresalió al resto. “Esta es una experiencia nueva. Tenemos que extremar los cuidados en la preparación de las comidas. Pero, en realidad, este grave problema no afecta a las familias como las nuestras, ya que disponemos de todos los medios para prevenir la enfermedad. El mal llega a otros niveles”, explicó Noemí Valdez del Pino. “Si los gobernantes hubieran cumplido con lo que prometieron, hoy no estaríamos en estas dificultades”, añadió.
Las verdulerías quedaron al borde del quebranto. Las autoridades no habían prohibido el consumo de sus productos, pero sí explicaron que esa podía ser una de las vías más directas de contagio, ya que muchas verduras y frutas no se cocinaban. Sugirieron entonces que se las limpiara con agua con lavandina antes de comerlas. Ninguna recomendación pudo evitar que la lechuga, la acelga, la espinaca, el tomate y las frutas fueran descartadas por los consumidores. “Fueron tiempos horribles para la actividad. Todos los días tirábamos cajones y cajones de mercadería que se ponía en mal estado. Las autoridades mataron a la actividad con sus mensajes alarmistas”, explicó Fernando Pérez, que desde hace más de 40 años atiende su verdulería en un barrio del norte de la capital.
Dijo que en esos meses tuvieron que enfrentar otro problema. “Las autoridades estigmatizaron a Bolivia y a los inmigrantes que se habían instalado en la provincia. Ellos producían más del 50% de los productos que vendíamos y la gente lo sabía. Por el temor a que su producción esté contaminada, los clientes no querían ni verla”, explicó Pérez. “La paranoia entre la gente era muy importante. Ni siquiera querían comprar manzanas o duraznos que llegaban de Río Negro, a pesar de que la enfermedad no había llegado hasta ese lugar”, añadió.
La situación generó una polémica en la que intervinieron hasta investigadores. El director técnico de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres José Foguet consideró que la decisión de Salta de prohibir la salida de productos frutihortícolas de su territorio para prevenir la expansión del cólera “parece una medida apresurada que puede provocar la ruina de extensas regiones”. “El remedio puede ser peor que la enfermedad”, advirtió. “Muchos obreros quedarán sin trabajo y serán empujados a formas de vida más precarias que traerán como consecuencia estar más expuestos al mal”.
Otros perjudicados
Los comerciantes dedicados a la venta de pescados también sufrieron y mucho durante esos días. Las ventas cayeron a niveles históricos por las medidas que tomaron las autoridades. Por ejemplo, el intendente capitalino había ordenado la prohibición de la venta callejera de pescados, algo que ya estaba establecido por ordenanza, pero -como ocurre ahora- nadie controlaba. Ese mensaje fue tomado por la población negativamente por la sociedad, ya que consideró que todos los productos estaban contaminados.
“A mi criterio, se ha publicado información que no está respaldada científicamente. Nadie ha dicho que el vibrión colérico muere a los 60°”, señaló en esos días Luis Herrera, expendedor de pescados en nuestra provincia. “En Tucumán funcionan 20 pescaderías que representan una actividad comercial que en estos momentos está destruida”, añadió. “El pescado de río que vendemos proviene del Paraná y es acopiado en Entre Ríos. En todos los casos tiene el sello del Senasa, que es la entidad que controla la calidad bromatológica y bacteriológica del producto”, señaló Walter Gallego, otro referente del sector. Con el paso del tiempo, los comerciantes de pescado comenzaron a tirar decenas de kilos del producto por la falta de venta.
¿Se imagina un verano sin achilata? ¿O es posible que haya un partido de fútbol sin poder disfrutar de un choripán antes de ingresar o después de salir de un estadio? Eso es lo que pretendieron las autoridades cuando prohibieron la venta callejera de todo tipo de alimentos. Los cuentapropistas se las ingeniaron para violar las restricciones. “Jugábamos al gato y al ratón con los municipales. Ellos eran los encargados de controlarnos. Nos perseguían porque supuestamente estábamos vendiendo productos que podrían estar contaminados. Sin embargo, ellos llevaban la mercadería a sus casas”, recordó el heladero Juan Pedro Medina.. “Con los policías no teníamos problemas, ellos nos decían que nos vayamos del lugar para no perjudicarlos, nada más. Entendían que estábamos laburando para llevar el pan a nuestra comida”, añadió.
“Vivimos un mes bastante feo porque nadie quería comer un ‘chori’ en la calle. La gente tenía mucho miedo y por eso las ventas cayeron un montón. Además, como pasa ahora, mucha gente dejó de ir a los bailes o a ver un partido de fútbol por miedo a contagiarse”, explicó Mario Pedraza. “Viví esa crisis y la de ahora. Las dos fueron muy fieras, pero al menos, en la última nos dieron un subsidio a los laburantes para que podamos subsistir al menos”, comentó.
El viaje del cólera
En medio de la crisis sanitaria se produjo un insólito episodio que enemistó a las autoridades argentinas con las peruanas. Y todo se originó por un vuelo que bien podría haber sido bautizado mediáticamente como el “viaje del cólera”. El 13 de febrero de 1992 partió hacia Estados Unidos un avión de Areolíneas Argentinas con destino a Los Ángeles. Al arribar a esa ciudad, previa escala en la capital peruana de Lima (donde la epidemia estaba haciendo estragos), las autoridades sanitarias descubrieron que cinco pasajeros habían arribado enfermos. Horas después, se confirmó que estaban contagiadas de cólera y que una de ellos, el locutor Aníbal Cufré, había fallecido por el mal.
Las autoridades sanitarias norteamericanas iniciaron una cruzada para identificar y realizar una tarea de seguimiento a los 334 ocupantes del vuelo. Pero además la enfermedad se había propagado a nivel internacional. Tres argentinos, después de llegar a esa ciudad de EE.UU., tomaron otro avión que los llevó a Tokio, Japón. Uno de ellos, antes de arribar a destino, comenzó a sentirse mal y tras ser atendido por los médicos se confirmó que estaba enfermo de cólera. El afectado era nada menos que el periodista Juan Micheli, que había viajado a ese país para realizar una serie de notas que debían ser emitidas por Canal 13.
Mientras se investigaba cómo se habían contagiado los pasajeros, los funcionarios peruanos decidieron quitarle la licencia a la línea área nacional. Sus pares argentinos comenzaron a realizar planteos diplomáticos para tratar de levantar la sanción que consideraban injusta. Las notas iban de una cancillería a otra para tratar de deslindar responsabilidades por la propagación del mal en dos países diferentes. Pero todo se calmó cuando los investigadores estadounidenses dieron a conocer los resultados de su relevamiento del problema.
“Los análisis de datos de los estudios que se han realizado indican que 76 personas contrajeron el mal después de haber comido un cóctel de frutas de mar cargado en Lima. No podemos determinar el método exacto de transmisión de la bacteria, ya que la comida tenía 13 ingredientes”, señaló en marzo de 1992 Shirley Fannim, responsable del Departamento de Salud del Condado de Los Ángeles. La vocera explicó además que de los casos, 71 se detectaron en Estados Unidos, cuatro en Japón y uno en Argentina.
Los cruces diplomáticos finalizaron cuando las autoridades de ambos países, basándose en el informe de los investigadores norteamericanos, responsabilizaron la empresa Cocinas de Vuelo Docampo SA. Sin embargo, los responsables de la firma cuestionada desmintieron esa versión. “No pudo haberse servido nunca camarones porque hay veda en Perú. Ese día se sirvió carnes rojas, pollo y pavo”, indicaron en un comunicado de prensa. “Tampoco se cargó cubos de hielo ni agua”, precisaron. Nunca se informó cómo terminó esta historia.
Un “veranito”
Pero hubo otros sectores que tuvieron su “veranito” gracias al mal. Y uno de ellos fue el sector farmacéutico de la provincia. Ante los reiterados y permanentes consejos de purificar el agua con hipoclorito de sodio, en la mayoría de las farmacias se agotó el stock de ese producto que se vendía en pastillas. Lo mismo ocurría con las sales de rehidratación que se comercializaban en cajas con tres sobres, al igual que la tetraciclina. Los valores de estos productos oscilan entre los U$S 2 y los U$S 4. “La gente venía desesperada a buscar remedios para prevenir. A pesar de que se les explicaba que esos medicamentos debían consumirse sólo si llegaban a enfermarse, lo mismo los consumían. Fue exactamente lo mismo que ocurre ahora con algunas medicaciones”, explicó Luis Ibáñez, experimentado vendedor de una farmacia de la capital.
El cólera también hizo disparar la venta de artefactos sanitarios. Sorprendió en esos tiempos la demanda de inodoros y depósitos de agua. Esta fue una prueba contundente de que muchos tucumanos aún utilizaban letrinas en sus casas y, por la enfermedad, comenzaron a ser erradicadas en la provincia. La vieja y casi desconocida tarea de limpiar los tanques de agua también se puso de moda en esos días. “De 10 trabajos que teníamos en esos días, ocho eran para hacer ese trabajo. Las primeras semanas fueron una locura, después se fue calmando bastante la situación. Creo que tuvo que ver una histeria generalizada entre los tucumanos”, explicó el plomero Enrique Mamaní. “Por supuesto que hubo pícaros que se aprovecharon de la situación y les mentían a los clientes de que si limpiaban, se olvidarían del cólera, pero no era así, porque el agua podía llegar contaminada después de que se desinfectaran los tanques”, añadió.
Otros también se aprovecharon de la desesperación de los tucumanos. Hubo una fiebre para colocar purificadores de agua en los domicilios, a pesar de que su instalación no aseguraba bajo ningún aspecto la eliminación de la bacteria. “Mire, maestro, por el tema de esa enfermedad, vivimos traumados varios años. Después se demostró que haciendo caso a todas las recomendaciones, los tucumanos podríamos vivir tranquilos. Creo que ahora pasará lo mismo. Dentro de varias décadas, se hará una nota para recordar la pandemia”, concluyó Mamaní.