“Cuando se dibujaron las dos rayas azules en la prueba de embarazo, me sentí adulta, de repente, casi por primera vez”. Esa es la oración con la que la escritora Marta Barrio comienza Leña menuda, novela que le permitió a fines de 2021 obtener el XVII Premio Tusquets. Se trata de una historia tan poderosa como conmovedora, que nos acerca toda la connotación social y personal que conlleva para las mujeres el embarazo, la realización como sujetos a partir de ello, y lo que sucede o comienza a suceder cuando todo eso se derrumba a partir de la interrupción del embarazo. Entonces, la novela aborda una maternidad frustrada y narra aquello que muy pocos se animan a narrar. ¿Cuál es el punto de partida de una historia así? “Una noche de Reyes de hace ya tres años, una amiga del pueblo me contó un secreto que no le podía contar a nadie más. Yo entonces estaba escribiendo otra cosa -escribo en Navidades, Semana Santa, vacaciones y las siestas de mi hija- y lo aparqué para dar comienzo a la historia de ese secreto, que se convertiría en la semilla de esta novela, que es un árbol híbrido, con muchas ramas digresivas, y parte de la mímesis para ir hacia la fábula. Es una historia basada en hechos reales, pero es también una reflexión sobre el cuerpo y sobre los nombres que les damos a las cosas”, confiesa Marta Barrio a LA GACETA Literaria.

- ¿Hubo límites a la hora de narrar?

- Me puse límites, sí, que son los de la estructura misma de la novela, pero son más como las reglas de un juego narrativo al que estaba jugando en solitario que funcionan como disparadores de la escritura: en todos los capítulos hay una mirada a la naturaleza, un fragmento de la carta de respuesta del arzobispado a una petición de apostasía, una definición del diccionario, un guiño metaliterario a los autores que han transitado antes este camino poco concurrido, además, claro, de la trama principal. Nunca imaginé que una novela tan disruptiva, que un árbol con tantas ramas, pudiera ganar un premio tan prestigioso. Fue un proceso de escritura durante el cual fueron surgiendo más ramas de ese árbol, de mujeres cercanas que me confiaron sus experiencias, que me convencieron de que hay cosas no nombradas a las que ya va siendo hora de poner nombre, y del poder de literatura como proceso catártico, tanto de escritura como de lectura, para dolores propios y ajenos.

-¿Es posible pensar la literatura como motor de cambio social?

-Creo en la literatura como motor de cambio social, y me preocupan la ecología y el feminismo. Me aterroriza la amenaza creciente del cambio climático, como un crimen perfecto que se perpetra sin que nadie pueda impedirlo y que nos acabará alcanzando por mucho que los políticos se empeñen en mirar hacia otro lado y no darle la prioridad necesaria en sus agendas. También me inquieta el retroceso de mentalidades que se está dando en la cuestión de los derechos de la mujer, y en el aborto en particular, pienso en la situación de Polonia y me entran escalofríos. Hemos vuelto a los tiempos de la delación, de los vecinos inquisidores que pueden lucrar con el dolor ajeno.

-¿Cuál considerás que es el rol del intelectual en el mundo actual?

-Kafka decía que un libro tiene que ser el hacha que rompa el mar de hielo dentro de nosotros. ¿Y por qué no aspirar a algo así, a conmover al lector y cambiar su vida? Muchas veces nos buscamos en otras novelas y en otros libros y en otras vidas pero no nos encontramos siempre en el canon. A los personajes femeninos, en literatura, muchas veces les espera el convento, el manicomio, o el suicidio. Incontables heroínas mueren ahogadas tras un desliz, seducidas y abandonadas, o forzadas a la prostitución… Finales edificantes con moraleja: las mujeres caídas no se levantan. Por ello me parece importante representar lo doméstico, lo privado, para conquistar o resignificar la intimidad. Se trata, al fin y al cabo, de otro tipo de destape, consistente en explorar mundos tradicionalmente silenciados. La representación de ciertas realidades es subversiva, marginal. Y, por tanto, potencialmente transformadora. Quizás sea hora de redirigir el rumbo, en busca de un nuevo arquetipo.

-¿Hay historias nuevas o todos reescribimos siempre las mismas historias?

-Las historias que marcan nuestro recorrido vital suelen ser siempre las mismas, de amor o de terror, de vida y muerte, de pérdidas y esperanzas. Leña menuda narra una maternidad frustrada, y esto ya lo hizo Lorca en Yerma, pero innova en la forma, no así, o no tanto, en el contenido. Desde que soy madre me fijo mucho más en las cosas pequeñas, en los sucesos diarios que dotan de un significado íntimo y pleno a nuestras vidas. Voy más despacio, y paso mucho más tiempo en casa, y creo que la literatura también puede encontrarse en ese ruido de fondo al que a veces no prestamos la atención necesaria, al fijarnos siempre en los titulares de los periódicos que no corresponden a los grandes sucesos de nuestras vidas, dando cuenta así de lo que pasa cada día en una vida en la que puede no estar pasando nada, o nada extraordinario al menos. Mis influencias a ese respecto son muy eclécticas, pero Patricia Highsmith y Marguerite Duras (de quien tuve la inmensa suerte de editar El dolor, con traducción de la inigualable Clara Janés) son mis autoras de cabecera sin duda alguna. También me influenciaron mucho Estupor y temblores de Amélie Nothomb, Las primas de Aurora Venturini, El gran cuaderno de Agota Kristof, El cielo de Lima de Juan Gómez Bárcena, El gourmet de Lu Wenfu, Alexis o el tiro de gracia de Marguerite Yourcenar, La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata, Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite, El peso falso de Joseph Roth, La cámara sangrienta de Angela Carter, los Relatos de Bernhard y Nada de Carmen Laforet.

-Con tu primera novela fuiste finalista de la semana Negra de Gijón; con tu segunda novela ganaste el premio Tusquets. ¿Rompiste la Matrix? ¿Encontraste el pulso creativo para conformar y agradar a lectores, críticos y editoriales?

-En ambos casos, fueron historias regaladas, que me cayeron, por así decirlo, en el regazo: la primera se debió a que mi hermano, que es biólogo; fue a pasar un año en las Islas de la Desolación. La segunda, a una confesión de una amiga. Me di cuenta de que no había leído nada en castellano parecido a aquello, y vi una oportunidad de intentar fabular en torno a esos testimonios. Ojalá romper la Matrix. De momento el primer libro saldrá este año traducido a otro idioma, lo cual me hace tremenda ilusión, y tengo muchas ganas de conocer a mis lectores italianos. Y el segundo ha cruzado el charco, llegando a Argentina antes que yo, lo cual, efectivamente es algo tan increíble como bello. Me siento esperanzada, y con muchísima más seguridad a la hora de sentarme frente a la página en blanco, con serenidad y alegría.

© LA GACETA - Flavio Mogetta

PERFIL

Marta Barrio (New Haven, 1986) es editora. Licenciada en Filología Hispánica y en Estudios de Asia Oriental por la Universidad Autónoma de Madrid, cursó un Máster en Edición en la Universidad de Salamanca-Santillana. Los gatos salvajes de Kerguelen (2020), su primera novela, fue finalista del Premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra de Gijón. El premio Tusquets 2021 le fue otorgado por un jurado presidido por Almudena Grandes, poco tiempo antes de morir.

La línea de deseo*

Por Marta Barrio

Me tocaba constantemente la tripa para palpar aquel mundo secreto dentro de mí, del que solamente A. tenía constancia, en donde anidaba un ser misterioso que iría creciendo en las semanas siguientes hasta superar el tamaño de una semilla de amapola, de sésamo, un grano de arroz, un arándano y una frambuesa, según una aplicación de mi móvil que consultaba a todas horas. También podía elegir comparar su tamaño con el de un animal en lugar de una fruta: oso de agua, hormiga, mariquita, abeja, gusano de seda...

Me habían advertido del riesgo de aborto espontáneo del primer trimestre, y yo trataba mi cuerpo con delicadeza, como si fuera una vasija de fino cristal, siempre a punto de quebrarse. Mi vientre era un cofre que encerraba un precioso tesoro. En esos primeros días del verano, latía en mi interior un futuro insospechado, la promesa de una alegría inquebrantable.

* Fragmento de Leña menuda.