Elmina Paz nació en la ciudad de Tucumán, el 10 de septiembre de 1833. Era hija del hacendado Manuel Paz y de Dorotea Terán.
Sus padres tuvieron siete hijos más que murieron al poco tiempo de nacer. En esa época la medicina no se había desarrollado y muchos niños no podían ser salvados de enfermedades que hoy tienen cura. Su padre se dedicaba al trabajo agropecuario y sobre todo a la cría de ganado. Con el tiempo compró tierras en la zona de Trancas, al norte de la provincia y organizó estancias de producción ganadera.
Manuel Paz pertenecía a una familia de estirpe federal. La madre de Elmina fue fundadora y primera presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Tucumán. Desde esa institución se comprometió con los más vulnerables de la sociedad, ya que la misión de esta asociación estaba orientada a asumir el cuidado de los pobres y enfermos, desde la organización y sostenimiento del hogar de mendigos y el hospital de caridad de la ciudad de Tucumán. (Cinthya Folker; “Y eran Tucumanas”, T1, Tucumán 2021).
Según atestigua Tomasa Alberti -una de sus primeras biógrafas- Elmina se educó en la escuela doméstica de Ercilia del Corro, ya que en los años de su niñez Tucumán no contaba con escuelas para señoritas, por lo que eran enviadas a docentes particulares que atendían a las alumnas en sus domicilios.
Tiempos aciagos
Elmina creció en medio de las guerras civiles en nuestro país, y fue testigo de violentos acontecimientos ocurridos en su provincia natal.
A los 24 años contrajo matrimonio con Napoleón Gallo, un hombre de regular fortuna nacido en Santiago del Estero. Allí vivieron durante al menos siete años.
El matrimonio tuvo una hija, María Jesús. La salud de la niña era muy frágil y a pesar de los cuidados, falleció a los tres años, para desazón de sus padres.
Regresaron a Tucumán, en donde Gallo tuvo un rol protagónico en la vida política comarcana, durante la segunda mitad del Siglo XIX. Colaboró con sus sobrinos en los emprendimientos azucareros familiares. Además participó en expediciones militares y fue integrante de las milicias fieles a la confederación en Tucumán y Salta.
Política y viudez
Eran tiempos de luchas políticas en las cuales los federales tucumanos se oponían a los manejos del Unicato del presidente Miguel Juárez Celman en la provincia. Estos enfrentamientos desencadenaron en una violenta asonada con más de 60 muertos y centenares de heridos. Los revolucionarios atacaron la Catedral de Tucumán atestada de feligreses, fusilando de manera inmisericorde el interior del templo. Las balas buscaban al gobernador Juan Posse y su comitiva gubernamental, quienes apenas se salvaron de la masacre que continuó con la sangrienta toma del Cabildo, sede del gobierno. La familia Gallo fue en adelante victima de una feroz persecución política por parte de los revolucionarios triunfantes.
En medio de ese escenario de violencia, falleció Napoleón Gallo, dejando desconsolada a su joven mujer, quien se retiró a su casa de campo.
Cólera y revolución
En el verano de 1887 se desató con furia una terrible epidemia de cólera en Tucumán. Se calculan que más de 6.000 personas fallecieron en una ciudad que quedó desolada por la tragedia. Como carrozas fúnebres, carros lúgubres trasladaban apilados a los muertos que los aterrados vecinos dejaban en las veredas. Muchos eran familiares directos, que sumaban a la pena de la muerte, la acción del abandono del cuerpo de sus seres amados.
Improvisadamente se organizó un enterratorio en la actual Quinta Agronómica (avenida Roca al norte y avenida Independencia al sur). Allí, en fosas comunes, se tiraba a los cadáveres y luego de arrojarles cal, se los enterraba de la manera más precaria imaginable. La ignorancia y el temor hicieron estragos en la sociedad de aquellos años.
El Estado provincial fue desbordado y se solicitó ayuda nacional. La Iglesia Católica y diversas sociedades como la Cruz Roja, asociaciones de inmigrantes, etcétera, se organizaron para colaborar de la manera más eficaz, tratando de morigerar el flagelo que parecía no tener fin.
Uno de los problemas que debía atenderse eran los huérfanos que la epidemia iba dejando. Ello motivó al fraile dominico Ángel María Boisdron a buscar un lugar adecuado para los niños, quienes, desolados por la muerte de sus padres, se encontraban abandonados en un escenario dantesco. (Carlos Páez de la Torre “Tucumán en 1887, entre el Cólera y la Revolución.”, en la revista “Todo es Historia”, Junio de 1974).
Despierta la vocación
Boisdron tuvo la feliz idea de recurrir a doña Elmina, quién se encontraba hasta entonces retirada de la ciudad, guardando el luto de rigor. El clérigo fue muy preciso en su visita a la joven viuda; algo urgente había que hacer con los niños abandonados y recurría a ella por su sensibilidad humana. La respuesta no demoró, poniendo a disposición su espaciosa casa y todos sus bienes para acoger a los pequeños. El 28 de diciembre de 1886 respondió con mucho más de lo esperado. “No sólo con mi dinero sino con mi vida toda ayudaré a estos niños huérfanos… Mi casa será la de ellos…”, fueron las palabras exactas que dirigió a Boisdron, y cumplió con creces con su promesa. (Folker, cit).
Cual Madre Teresa de Calcuta, doña Elmina asumió personalmente el cuidado de los pequeños aún a riesgo de contraer la enfermedad, que para entonces había matado a un tercio de la población. De inmediato comenzó a transformar su vivienda en un asilo de características únicas en la historia provincial.
Su hogar (ubicado en 24 de Septiembre al 500) se abrió a cada pobre y necesitado que requirió su apoyo. Su fuerte vocación de servicio y entrega la llevó a transformar su descanso en los años posteriores.
Su ejemplo movilizó a muchas personas, generando vocaciones y sensibilizando a los tucumanos para aunar esfuerzos. Todo ello, en medio de un trasfondo político convulsionado, teniendo como estandarte la lucha por el bienestar del prójimo.
No solamente se ocupó de dar ayuda a los huérfanos, ancianos, enfermos e indigentes, sino que comenzó a planificar la educación de las niñas en la provincia.
Fue fundamental la ayuda de su hermano Benjamín Paz, en épocas donde las mujeres viudas no tenían la plena disposición de sus bienes. El doctor Paz había sido gobernador de la provincia y era uno de los jurisconsultos más respetados del país, al punto que llegó a ser presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Él le dio todo el apoyo personal y familiar para que Elmina desarrollara su plan de acción. Le brindó además el marco jurídico con el cual la obra pudo desarrollarse en el futuro.
Su otro sostén fue el dominico Ángel María Boisdron, quien fue su guía espiritual en adelante.
Fundadora
Junto a un grupo de mujeres fundó la primera Congregación religiosa autóctona de Tucumán, las Hermanas Dominicas, tomando así sus hábitos.
En Tucumán fundaron el Colegio Santa Rosa, el Santa Catalina y el Santísimo Rosario en Monteros.
Apenas organizada, la nueva comunidad religiosa comenzó a recibir solicitudes de apertura de asilos y colegios en otros lugares como Monteros y las provincias de Santiago del Estero, Santa Fe y Buenos Aires. Además también se abrieron congregaciones en otras latitudes. En la actualidad existen unas 50 religiosas viviendo en congregaciones del Perú, Brasil y la Argentina. En nuestro país las casas se distribuyen en Tucumán, Santa Fe (en las ciudades de Rosario y Ercilia), Buenos Aires y Santiago del Estero.
Durante años, la madre Elmina batalló arduamente a favor de los necesitados, sorteando 1.000 inconvenientes. Era consultada por todos, ya que la serenidad de su juicio para analizar las distintas problemáticas de la vida era legendaria.
Finalmente, el 2 de noviembre de 1911, a la edad de 78 años, falleció con los Sacramentos de la Iglesia Católica, en el convento de avenida Sarmiento y Rivadavia. Actualmente se encuentra allí el colegio Santa Catalina, en cuya capilla descansan sus restos.
En el sermón fúnebre que pronunció Fray Ángel María Boisdron el día de sus exequias, se refirió a Elmina Paz como “una santa mujer” que representaba “lo más elevado de nuestras creencias y lo más benéfico de nuestra religión”, una mujer de “ideales, pensamientos y obras”. Describe su corazón liberado de odio o resentimiento y con una gran capacidad de amor a todos. Describe el compromiso de Elmina en su dimensión caritativa: “no hay obra de beneficencia en la que no tenga parte; pocos son los institutos humanitarios en que no haya prestado sus servicios, como presidenta o con otro oficio por ella preferido, porque fue ante todo humilde”.
Entregó su vida y fortuna por la causa de su prójimo y fue ejemplo de virtudes cristianas y cívicas para sus contemporáneos.
Es de destacar que la obra de la madre Elmina trascendió hasta nuestros días y continúa vigente, no solo en Tucumán sino en otras provincias, incluso Buenos Aires.
Su espíritu marcó con su impronta educativa moral y religiosa a miles de jóvenes, educadas en la fe cristiana y en el amor al prójimo.
Actualmente, madre Elmina se encuentra en proceso de beatificación.