Las constituciones de Ecuador y de Bolivia tienen incorporados en su plexo normativo tres principios éticos que provienen de la cultura incaica y que aspiran a lograr la convivencia social en armonía, comunidad, sentido colectivo, paz social y la satisfacción de las necesidades de todos. En quichua se expresan como: “ama qhilla, ama llulla, ama shua”. “Ama qhilla”: no ser flojo, ocioso o vago; trabajar la tierra con respeto a la naturaleza y lograr el sustento para la familia y la comunidad. “Ama llulla”: no mentir, ser fiel a sí mismo y respetar al otro, ser sincero y no engañar. “Ama shua”: no robar, tomar lo que corresponde como propio de la producción colectiva, pero también respetar al otro en lo que le corresponde y a la comunidad en general en el sostenimiento de los bienes públicos. No son cientos de artículos como los del Código Penal; tampoco el decálogo de Moisés que ha formado la tradición judeocristiana y marcado el ADN de Occidente; tampoco son los miles de leyes vigentes de acuerdo al digesto argentino. Son solo tres principios que, de cumplirse, harían por ejemplo que palabras como corrupción, violencia, inseguridad, robo, estafa, pobreza y malestar económicosocial, ocuparan menos lugar en los diarios. También servirían, por caso, en la relación entre las empresas y su dogma de fe capitalista, con los ciudadanos. A todos nos vendría muy bien aplicar el principio de no mentir, en la cantidad, en la calidad, en los plazos, en las entregas, en las malas liquidaciones, en los cobros por servicios que uno no pidió, etc. Además obligaría a que los gobernantes respeten sus mandatos y cumplan su palabra, no siendo saltimbanquis de partido en partido, de provincia en provincia y de cargo en cargo. O que estén preparados previamente para las altas responsabilidades que implica la praxis política. Y no ser flojo, trabajar y escapar del ocio que tanto enferma física como espiritualmente. Educar en el trabajo diario, que los niños vean que papá y mamá salen todos los días a trabajar y que obtienen frutos de su trabajo; o que los funcionarios cumplen horarios y que se pagan sus propios gastos de traslado, de seguridad, de vivienda, como cualquier hijo de vecino. Son solo tres principios éticos, un punto de partida que los pueblos originarios americanos nos han dejado como legado. Tal vez debiéramos intentarlo y a partir de allí seguir creciendo en armonía, concordia y paz social.
Miguel Ángel Reguera
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