La terrible agresión en patota que sufrió Oscar Colombres en San Pablo puso nuevamente en vilo a la comunidad en general, y al ambiente del rugby en particular. Vale recordar que el episodio sucedió en una casa que había sido alquilada para un after, al que habían asistido amigos y compañeros después de una cena de egresados en Yerba Buena. En un momento, un joven fue increpado por un grupo de adolescentes. Colombres intentó mediar, ya que eran conocidos suyos. Sin embargo, uno de los presentes le pegó una trompada que lo derribó y, ya en el piso, según testigos, al menos tres le dieron patadas en la cara. Colombres, de 19 años, es un ex jugador de Tucumán Rugby que actualmente se desempeña como entrenador de la división M14. Pese al estado en que quedó, pudo identificar que cada uno de los agresores como integrantes de las divisiones juveniles de Universitario, y así dejó constancia en la denuncia presentada ante el Ministerio Fiscal Público.
“Por una patada, mi hijo pudo haber sido (Fernando) Báez Sosa”, dijo Sonia Ramasco Padilla, madre del joven agredido. La mujer se refiere al muchacho que en enero de 2020 fue asesinado por otro grupo de jugadores de rugby tras una salvaje agresión. Aquel episodio significó un quiebre definitivo en la sociedad y en el mismo seno del rugby, que hasta ahí trataba ese tipo de situaciones como “episodios aislados”, pero que en realidad venían presentándose cada vez más seguido. Una prueba de ello fue que la Unión Argentina de Rugby lanzó -meses después del asesinato de Báez Sosa- un programa especial para intentar corregir el rumbo de chicos como los que habían agredido a la víctima en ese momento. En colaboración con una fundación, la UAR elaboró en mayo de 2020 “Rugby 2030” que apuntaba a generar un profundo cambio cultural en la comunidad del rugby para erradicar los episodios de violencia. Pero sus resultados, al menos en Tucumán, no son los esperados, por el desinterés de los clubes. Fue armado para tratar situaciones sensibles y apunta a educar, concientizar y erradicar la violencia. La situación, que se complicó con la pandemia, fue expuesta por el abogado Juan Emilio Torres, miembro del Consejo de la URT, que abogó por mejorar el plan y hacerlo obligatorio. Anheló que no sólo lo que importe sea la competencia y que los clubes ayuden a formar buenas personas.
En enero de este año el subsecretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires, Javier Lovera, se reunió con autoridades de la Unión de Rugby de Buenos Aires y lanzaron otra medida: acordaron la creación de una mesa que permita “generar espacios de encuentro” con el fin de eliminar las conductas vinculadas a la violencia en el deporte.
La intención de cambiar las cosas desde la dirigencia estuvo. Pero ¿acaso eso no fue suficiente? “Cuando éramos chicos nos agarrábamos a piñas en Pinamar y nos parecía gracioso. No sé si era tradición, cultura. Para mí, eso es ser un tarado”, aseguró Agustín Pichot, ex capitán de Los Pumas. Un emblema de la última generación del rugby, asumía -en nombre del deporte- ciertas culpas. Hablaba alguien desde muy adentro y con mucha identificación, por primera vez, de la cultura de la violencia en el rugby. Desde determinado sector de los jugadores, también se intentó mandar un mensaje y cambiar la situación que volvió a presentarse en Tucumán en los últimos días. ¿Qué hay que hacer entonces para lograr un cambio profundo? ¿Qué hay que hacer para que grupos de chicos no ataquen a patadas en el piso a alguien? Dirigentes, jugadores y toda la familia del rugby deberán seguir trabajando para que estos episodios no se repitan.