¿Qué es un poema en el “excesivo prosaísmo” del mundo contemporáneo? ¿Cómo suena un poema en el ruido desopilante del presente capitalista? La poesía ha encontrado sus modos de circulación, no avanza por los canales oficiales. Existe porque se inventa para sí misma los circuitos.

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Un poema es un invento de la lengua así como un ensayo es una creación de la conciencia o como un teorema matemático es un producto de la razón. Hay algo de terca imaginación en el poema, un rumor de artefacto autónomo. Y de ahí le viene la lucha con la realidad, con la recarga de realidad virtual o realidad real que vivimos día a día. Un poema es un artefacto fascinante, desplazado, marginal y perfecto. Y un artefacto es un artificio. Es decir, un poema crea una zona inexistente, del mismo modo que un teorema matemático lo crea. Poema y teorema gestan un futuro y se fundan en esa invención dislocada del presente. Por eso la poesía es la zona utópica del mundo moderno. Ya sabemos que hay poesía en una cierta canción o en una pintura abstracta o en una fotografía o en el cine de Eisenstein. Pero el poema es la concentración de la poesía y, por ende, es uno de los pocos artefactos autónomos de nuestro mundo. Lo más parecido a un poema es el concepto de “idea” de Platón o un teorema matemático. De ahí que al lector no entrenado le resulte difícil leerlo o desentrañarlo.

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El poeta francés Yves Bonnefoy dice que el verdadero poeta “es el que no se adapta a las imágenes del mundo que ha edificado” (con su lengua)... “y esto (pasa) porque toda lengua... sigue siendo abstracta... (A su vez, esto) priva al locutor de la realidad de lo que esta tiene... de infinito”. Para Bonnefoy un poeta crea un universo con la lengua y nunca alcanza a nombrar la vasta infinitud de la realidad. La lengua siempre es abstracta y el poeta lucha para convertir en personal esa lengua. Cuanto más personal es “su” lengua menos abstracta es. Pero nunca el poeta alcanza una lengua o un conjunto de imágenes que den cuenta de lo infinita realidad.

Lo que plantea Bonnefoy es que el poeta se encuentra ante una imposibilidad: dar cuenta de la vastedad de lo real. Hay una asimetría entre lengua y realidad. El mundo en sí es inalcanzable. Detrás de Bonnefoy están Nietzsche, Fritz Mauthner y detrás de Mauthner están Borges y Alberto Caeiro, el heterónimo de Pessoa.

¿Todos pensamos que es así? Hay estéticas de la poesía que sostienen lo contrario. Heidegger entiende que el poeta toca lo real de una forma que no lo hace otro artista ni el filósofo. Schopenhauer sostiene que la música -el genio musical- roza la esencia del mundo. Bonnefoy parte de un supuesto distinto: las cosas son inalcanzables y ni el poeta ni nadie pueden anotar su esencia o su infinitud.

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¿Qué relación tiene el capitalismo con la realidad? El capitalismo crea la realidad, nos dice qué es más real y qué no.  Lo más real es aquello que participa de la cosmovisión capitalista. Todo aquello que se aleja del modelo de consumo es débil o fantasmático. El sistema económico y político imperante deja afuera lo que no concuerda con su proyecto de mundo. Propone un modelo de suprema realidad: todo lo demás es copia falsa o ilusión.

La poesía desconfía del consumo, lo pone en jaque. En ese desplazamiento tenemos dificultades para descubrir el sentido último de las cosas. Si en el capitalismo hay una forma dictatorial de entender lo real (todo lo que no sigue sus reglas es irreal o baladí), el lector no ve con claridad a qué cosas alude un poema: la opacidad es un buen combustible.

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La poesía es un género marginal, despreciado por el mercado capitalista. ¿De qué está hecho un poema? Es evidente que no solo de palabras. Entre los versos,  algo escapa al orden vigente: el texto cifra algo que se fuga de la sociedad, encarna una expresión privada, intima; es un suceso que logra evadir las presiones de lo social y de lo políticamente correcto. El poema es, en cierta medida, una figura utópica, desobediente. ¿Por qué sobrevive la poesía en el prosaísmo monetarista en el que estamos sumergidos? Sobrevive porque los productos del mercado solo se miden en términos de rédito económico y la poesía está fuera del círculo, es literalmente excéntrica. Un soneto o unos versos forman un punto díscolo, una línea fuera de eje. La pregunta ¿cuánto cuesta? es una interrogación ridícula. Quiero decir: un libro tiene un precio pero el poema, lo poético, no responde a la demanda estrictamente económica, excede esa demanda.

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El poeta toma la tangente de la demanda económica y, en cierta medida, de toda demanda, incluida la social. El poema tiene un elemento que va en contra de la comunicación. En cierta medida, descree del dogma de la comunicación. Un poema nos hace preguntar, de nuevo, ¿hacia dónde nos conduce el exceso de medios comunicativos? ¿Para qué sirven? De alguna forma, los dislates tecnológicos plantean una negación del misterio del ser humano: nos brindan fórmulas, repeticiones, clichés. Las redes sociales profundizan la superficie y el vacío de las comunicaciones sociales.

Un poema va en contra del río o de la corriente híper tecnologizada. Instala un hiato, un pozo ciego, produce un salto en el lugar común social de la comunicación tecnológica. Corta el flujo ruidoso de la híper conexión virtual. Es una bomba en el supuesto tecnológico contemporáneo. Hace saltar el cliché. Es una alarma, tiene una función subversiva. Nos hace salir del monótono ritmo y nos ayuda a repensar y ver nuestras manías.

El poema no es un narcótico sino una clepsidra absorta que nos brinda la posibilidad del instante eterno o una forma verbal que nos ayuda a ver; es un faro en la niebla.

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Fabián Soberón - Escritor, periodista cultural y docente.