Hemingway vivió en Cuba durante varios años, lo que tuvo una gran influencia en su vida. Su primer viaje a la isla fue en abril de 1934 con su segunda esposa, Pauline Pfeiffer. Sin embargo, fue su tercera esposa, Martha Gellhorn, quien eligió su hogar en Finca Vigía, ubicada en la pequeña colina de San Francisco de Paula, a pocos kilómetros de La Habana.
Además de Finca Vigía, otro lugar preferido de Hemingway en Cuba, era la habitación 511 del Hotel Ambos Mundos, donde a veces se recluía para escribir y donde vivía algunas de sus aventuras románticas. La escritora Victoria Brooks comenta que una de sus conquistas fue Jane Mason, de 22 años, esposa de Grant Mason, heredero de una fortuna, fundador y gerente de Pan American Airways. Años más tarde, Hemingway recordó: “¿Qué se supone que debe hacer un hombre cuando entra una mujer hermosa y él está tendido sobre el lecho con una gran erección?”
Hemingway visitaba con frecuencia el bar Floridita y el restaurante Bodeguita del Medio. Este último también fue favorito de Errol Flynn, Gabriela Mistral, Salvador Allende, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda y muchas otras personalidades conocidas. El daiquiri “Papá Hemingway”, que inventó, todavía es una especialidad en el Floridita: dos líneas de ron, un toque de limón y dos porciones de hielo picado.
En Cuba, Hemingway escribió Al otro lado del río y entre los árboles, Una fiesta movible, Islas del Golfo y la icónica novela cubana El viejo y el mar. En esta última obra, Hemingway dijo que encontró el tono literario que había buscado toda su vida. Ese libro le valió el Premio Pulitzer en 1952 y lo catapultó al Nobel en octubre de 1954. En palabras del comité del Nobel, se le otorgó por su “maestría en el arte de contar historias, lo que se demostró recientemente en El viejo y el mar, y la influencia que ha ejercido en el estilo literario contemporáneo”, el que consiste en oraciones simples y una sintaxis sencilla. “Este es un premio que pertenece a Cuba, porque mis obras fueron concebidas y creadas en Cuba, en mi aldea de Cojímar, de la cual soy ciudadano”, dijo el escritor.
El estilo
Hemingway aportó una nueva energía y estilo a la escritura estadounidense. Lo aprendió en sus años como periodista en el Kansas City Star, cuando escribía historias sobre la policía y las salas de emergencias hospitalarias. El estilo Star Copy, que se cree se aplicaba en ese entonces, recomendaba: “Usar oraciones cortas. Utilizar primeros párrafos breves. Emplear un inglés vigoroso. Ser positivo; no negativo”. Hemingway se valió de estos preceptos en sus propios escritos y reconoció su deuda con el City Star, diciendo que eran “las mejores reglas que he aprendido en el negocio de la escritura”.
Hemingway llamó a su estilo la “teoría del iceberg”, donde los hechos flotan sobre el agua y la estructura de soporte y el simbolismo operan fuera de la vista. Muchos críticos intentaron encontrar un simbolismo oculto en El viejo y el mar. Sin embargo, como escribió Hemingway en una carta: “No hay ningún simbolismo. El mar es el mar. El anciano es un anciano. El niño es un niño y el pez es un pez. Los tiburones son todos tiburones, ni mejores ni peores. Todo el simbolismo del que la gente habla, es una mierda”.
Ocaso
En sus últimos años, Hemingway estuvo asediado por el alcoholismo y las enfermedades. Es posible que, al igual que su padre, que se suicidó, padeciera hemocromatosis hereditaria, una enfermedad en la que una acumulación excesiva de hierro en los tejidos corporales, provoca un deterioro físico y mental. Su hermana Úrsula y su hermano Leicester, también se suicidaron. Debido a su profunda depresión, fue tratado once veces en 1960 con terapia electro-convulsiva en la sección psiquiátrica del Hospital St. Mary en Rochester, Minnesota.
Durante un vuelo para ser atendido en la Clínica Mayo, trató de saltar del avión, y durante una parada técnica para reparaciones en Casper, Wyoming, intentó caminar hacia la hélice en movimiento. Después de ser dado de alta, trató de suicidarse dos veces con una pistola guardada en un estante del vestíbulo de su casa. Cuando su amigo, A. E. Hotchner, le preguntó por qué quería suicidarse, Hemingway respondió: “¿Qué crees que le sucede a un hombre de 62 años cuando se da cuenta que nunca podrá escribir los libros y las historias que se prometió a sí mismo? ¿O alguna de las otras cosas que se prometió a sí mismo en los días felices?”
En una entrevista con George Plimpton para The Paris Review, Hemingway dijo: “Una vez que la escritura se ha convertido en el principal vicio y el mayor placer, solo la muerte puede acabar con él”. “Pero el hombre -escribió en El viejo y el mar- no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no vencido”. Quizás esos fueron sus pensamientos cuando terminó con su vida en Ketchum, Idaho, con su escopeta favorita, un sombrío amanecer del 2 de julio de 1961.
© LA GACETA
César Chelala – Periodista, médico y escritor.
* Este artículo fue traducido del inglés por el Ingeniero Jorge Gustavo Perera.