¡Cuánta repercusión tiene la noticia de una infidelidad! Inmediatamente se arman debates, discusiones, teorías. Lo mismo ocurre cuando la situación tiene que ver con familiares, amigos, conocidos. Es muy difícil que las personas se mantengan ecuánimes. Al contrario, por lo general aparecen las posturas más apasionadas e inflexibles. El tema, es evidente, nos afecta en nuestra necesidad de seguridad más básica (ya lo supo postular Abraham Masso en su famosa pirámide).

El sexólogo argentino Luis María Aller Atucha, en su libro “Nosotros los infieles”, se refiere a dos mitos en torno a la infidelidad.

El primero de ellos, muy difundido, sostiene que “Las relaciones sexuales extramaritales suelen ser una señal de matrimonio infeliz” (lo mismo vale para las parejas que no están casadas pero han formado una relación de convivencia estable y comprometida). Al parecer, las investigaciones sobre este punto no terminan de ser concluyentes: no existen pruebas fehacientes de que la insatisfacción matrimonial haga que los cónyuges “salgan” en busca de sexo (si bien, desde luego, el sentido común sugiere que las personas que están decididas a separarse, tienen probabilidades considerablemente menores de ser monógamas).

Pero no puede decirse que exista en todos los casos una relación directa, tipo causa-efecto: los “malos” matrimonios no son causa necesaria de las aventuras y los “buenos” matrimonios no siempre las evitan.

¿Cuál es el problema?

Otra creencia, en la misma línea, es que “Las relaciones sexuales extramaritales sólo se dan si una pareja tiene problemas”. Aunque a muchas personas les gustaría pensar que las aventuras son sinónimo de desavenencias, la verdad es que existen muchos vínculos sólidos en los cuales uno o ambos tienen otros compañeros sexuales. (Por supuesto, es probable que no exista algo semejante a una pareja sin ningún problema, de manera que algunos observadores intentarán encontrar la forma de explicar el hecho para hacer encajar  sus creencias respecto de las relaciones sexuales por fuera de la pareja).

A menudo, las personas consideran sus actividades “extra” en términos casuales, recreativos, más que como relaciones significativas en el aspecto emocional. Pero -muchos testimonios lo prueban- es posible estar comprometidos/as en profundidad con la propia pareja y tener también un amante. Además, hay vínculos muy fuertes y plenos de afecto, en los que las relaciones sexuales fuera de ellos tienen lugar por factores atribuidos a uno de sus miembros, más que a problemas de la pareja.

Desmitificar estas creencias arraigadas, sostiene Aller Atucha, es importante, ya que es habitual atribuir a las malas relaciones de pareja la causa de la infidelidad y de este modo se reduce la complejidad del tema, que involucra muchos aspectos que vale la pena repensar: los celos, la exclusividad, el deseo, la idea de que es posible considerar al otro “mío”, por poner algunos ejemplos.

Polifidelidad

La polifidelidad -también llamada poliexclusividad o monogamia responsable- es una forma de poliamor, donde los implicados -que son más de dos- se consideran compañeros iguales y aceptan tener una vida sexual activa entre ellos/as. Son, a la manera de las relaciones monógamas, vínculos “cerrados”, ya que se comprometen a no mantener relaciones sexuales por fuera de los/as integrantes del grupo. Mediante votación se pueden incorporar a nuevas personas, o puede que acuerden no aceptar más “socios”.

Existen en Estados Unidos algunos grupos que practican la polifidelidad y se nuclean en una especie de asociación. Uno de los problemas que manifiestan experimentar habitualmente es el de los celos. Por lo que se ocupan de ofrecer talleres específicos para combatirlos, ya que los consideran como sentimientos frecuentes, pero absolutamente indeseables y que atentan contra su propia ideología.