“Volvimos, volvimos”, dice un joven a su amigo. El otro, entusiasmado, le golpea el pecho y responde: “Algún día tenía que ser”. El sencillo diálogo, del que fue testigo La Gaceta, se dio a metros del estadio Monumental, apenas superado el último control policial.

La escena se multiplicó por miles este fin de semana, con los hinchas regresando a las tribunas y plateas de estadios habilitados al 50 por ciento (no así en Núñez, más bien pareció un porcentaje del 70).  Los simpatizantes de River tuvieron un plus, disfrutaron de un bonus track en medio de esta tregua pandémica que se espera definitiva: volvieron a la cancha para ver a su equipo ante su eterno rival, ni más ni menos.

Tarde soleada, de incipiente primavera: el cielo diáfano, el aire fresco. Ya una hora antes de la anunciada apertura de puertas, la gente que iba a la Centenario hacía una fila larguísima sobre Avenida Libertador. Y a las 14.20 se abrieron las “compuertas”.

Todo tranquilo, al menos durante las dos primeras horas de ingreso. Una vez en las inmediaciones, los hinchas buscaban su primer trofeo: una foto que diera testimonio del ritual más extrañado, ahora recuperado. Habían pasado 529 días de la última vez (29 de febrero de 2019, empate ante Defensa y Justicia).

Más cerca del inicio, los simpatizantes que todavía quedaban fuera comenzaron a ponerse nerviosos y se produjeron algunos inconvenientes, claro. ¿Hubo suficiente control de permisos y demás? Difícil dar una respuesta conclusiva, pareció depender del momento y del lugar de ingreso. Esos sí, a los periodistas se nos controló menos que en partidos previos.

El recuerdo de Madrid se hizo presente a viva voz exactamente a las 16.15, cuando el equipo de Boca salió a precalentar. Fe de erratas: aquella final se corporizó algo antes, cuando la pantalla gigante mostró la presencia de Gonzalo “Pity” Martínez en el Monumental.

Segunda explosión: cuatro minutos más tarde, con la aparición de River en el campo de juego (Enzo Pérez, el más ovacionado). A partir de entonces, el aliento no paró, mientras los barbijos perdían su razón de ser en las gradas y la euforia dictaba sus razones.

Dylan, de 7 años y acompañado por su madre, ya estaba ubicado en la Belgrano Alta. Momentos antes posó ante la cámara, hizo un gesto de victoria y aseguró que River ganaría 1-0 con gol del jugador cuyo nombre llevaba impreso en su camiseta: Julián Álvarez. Y se dio vuelta, apurado, para dirigirse a la cancha.