Por Carlos Duguech

Claro que Pilar Rahola es una librepensadora. Y política. Ejerció en Diputados en Barcelona y como teniente de alcalde de esa ciudad. El suyo es un periodismo de análisis que, por momentos, cuando se refiere a Israel, genera un área defensiva sin ocultamiento. Es una exigente cuestionadora del antisemitismo y, a la vez, una crítica sin tonos medios del islamismo radical.

En la entrevista que leemos en LA GACETA Literaria del domingo pasado, cuando se refiere al conflicto palestino-israelí, define un espacio político distinto de lo que fue el territorio de Palestina del mandato británico. “Es un conflicto con Irak… con el islamismo radical”, sostiene. En rigor, lo radical surge con Hamas recién cuando gana las elecciones en Gaza, en enero de 2006. Ya habían transcurrido casi seis décadas desde la declaración de independencia de Israel (1948).

Cuando Pilar Rahola se pregunta “¿Quién tiene la razón?”, se responde: “Los palestinos tienen razón en pretender un Estado propio”. Y retoma el cuestionario: “¿La culpa de que no lo tengan (el “estado”) es de Israel? En absoluto”, se responde.

Disiento. Porque hay un ladrillo que siempre, siempre, se oculta en la pared que se construye (y se destruye, alternativamente) desde 1947, cuando la ONU diseña la “Partición de Palestina” en dos Estados. Se trata de la Declaración de Independencia de Palestina del 15 de noviembre de 1988, por parte del Consejo Nacional Palestino, en el exilio de Argel. Si bien el texto no mencionaba expresamente a Israel, aceptaba como eje fundacional de legitimación de la nación palestina la resolución 181 (II) de la ONU de 1947. Tal como lo hizo Israel en su propia declaración de independencia. Fue esta la gran oportunidad perdida. Nada dijeron ni en su tiempo Yitzak Shamir ni Ronald Reagan, los mandatarios de  Israel y de EEUU.

Hay una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, la 242, que ordena a Israel “retirarse de los territorios ocupados durante el reciente conflicto” (Guerra de los Seis Días, iniciada por Israel el 5 de junio de 1967). Pese a que Israel incorpora en el texto de su Declaración de Independencia nada menos que siete veces la expresión “Naciones Unidas”, es uno de los países miembros (desde 1949) que mayor número de resoluciones incumplió.

Aporto unas líneas del libro La rebelión, (Plaza&Janés, 1978, Madrid) de Menachen Begin. El ex primer ministro suscribe en el cierre: “es nuestro deber, tanto de los padres como de los hijos, hacer todo lo posible para que la desaparecida línea artificial (la línea verde del armisticio de 1949, ‘Guerra de la independencia’) no se restablezca jamás. No podemos renunciar a nuestro derecho natural y eterno”.

Ergo -diría un sociólogo especializado en cuestiones geopolíticas fundacionales-, no habrá dos países. La nación Palestina no tiene ningún futuro. ¿Lo habrá analizado Pilar Rahola?

Agrego que, si bien la entrevista está titulada con palabras de la escritora catalana al expresarse en el sentido de que “es un espacio muy solitario el del librepensador”, no es más que mostrar naturalmente la realidad. El librepensador es la más independiente de las personas, su espacio solitario le sirve, lo crea, lo necesita.

En un libro de Pilar Rahola, Basta (Buenos Aires, 2015, con dos ediciones ese año) inserta una dedicatoria inusual. Conmovedora. “A todas las mujeres y todos los hombres musulmanes que luchan por la libertad. Ellos son los Nelson Mandela del siglo XXI”. En este libro, cuando menciona el tema del conflicto israelí-palestino tampoco hace referencia a la declaración de independencia palestina de 1988, en Argel. Omisión cuestionable. Es un hecho histórico, pero metido bajo la alfombra como en su tiempo hicieron los que tenían en sus manos una ganzúa, casi una llave, para abrir los portones a un verdadero espacio de entendimientos. Otra hubiera resultado la realidad actual.

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