Me crié con el paradigma de que la industria azucarera tucumana es la madre de las industrias.  Comenzó otra zafra y podemos comprobar que estamos frente a una madre que desde hace años os maltrata y castiga con la quema de cañaverales, la cachaza, la vinaza y los peligros que  producen las rastras cañeras que circulan o atraviesan las rutas. Es evidente que los propietarios, a los dirigentes y a los ejecutivos que  administran esta industria y a los funcionarios del Estado que deben controlarla no reconocen ni les importan nuestros derechos a la salud y a vivir en un medio ambiente sano. Son conocidas las patologías a : 1) niveles respiratorios y oftalmológicos que tienen origen en la quema de cañaverales (humos, gases tóxicos, partículas solidas, etcétera) y 2) El daño que produce esta práctica en los ecosistemas , en lo edilicio, en las líneas de transporte de energía eléctrica, etcétera. La vinaza, como residuo de la elaboración del bioetanol, contamina el agua, el suelo y el aire, como fue comprobado por las ciencias del ambiente. La cachaza disminuye la luminosidad del agua, afecta la fotosíntesis y consume el oxígeno disuelto. Consecuencias: mortandad de peces, de otros organismos, eutrofización de los ecosistemas acuáticos, etcétera. Como siempre, los responsables de lo que nos sucede dirán que: a) Dan trabajo y no contaminan tanto b) Que en Tucumán siempre fue así. c) Que los olores de la vinaza son un producto turístico de Tucumán. d) Que los costos, que los precios y muchas excusas más. Lo concreto: todos los años se repite la misma historia. Podemos afirmar que al sector sucroalcoholero tucumano le cabe lo que decía Atahualpa Yupanqui: “Hay gente que mira la tierra y ve tierra nomás”.

Juan Francisco Segura

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