Mediodía en el microcentro. Una nube de barbijos se arremolina en 25 de Mayo y Mendoza, donde ya están picando el pavimento para avanzar con la semipeatonal. Los curiosos no entienden qué hace un taxi varado en el tierral, a centímetros de una amenazadora pila de escombros. Del auto -un Fiat Siena- ayudan a bajar al chofer, a quien le tiemblan las manos y las piernas. Es, claramente, víctima de un ataque de nervios, así que un mozo del bar de la esquina le acerca una silla. Dos mujeres policías lo asisten y poco a poco van reconstruyendo los hechos. Mientras, alguien se ofrece a trasladar el coche, pero después de un par de movimientos empieza a sonar la alarma, así que lo deja más o menos donde estaba.

¿Qué había pasado? El taxista venía por San Martín y al toparse con el corte (la cuadra de Casa de Gobierno también está en obras) optó por doblar a la derecha, en contramano, en lugar de seguir el sentido obligatorio hacia la izquierda. ¿Por qué lo hizo? Misterio. Tal vez, al ver despejada la calle, pensó que podría avanzar hasta Mendoza para tomar por allí. Ahora bien, el asfalto llega hasta mitad de cuadra en 25 de Mayo al 100. ¿No se le ocurrió frenar a esa altura, teniendo en cuenta que más adelante sólo había tierra hundida y trozos de pavimento excavados por la topadora? No se le ocurrió, así que siguió adelante y quedó empantanado antes de llegar a la esquina. Fue una sucesión de malas decisiones, empezando por la principal: la flagrante violación a una norma de tránsito elemental, como es circular a contramano. Y con el agravante de que la calle está cortada.

Un dato llamativo: transcurridos varios minutos del episodio, mientras el taxista -ya más calmado- aguardaba la llegada de su hijo para socorrerlo, los varitas brillaban por su ausencia. Es de suponer que en algún momento dijeron presente para labrar la infracción correspondiente.

Pero hay otra cuestión, ligada al comportamiento ciudadano y a cómo nos posicionamos los tucumanos en circunstancias como esta. En cada corrillo los testigos y curiosos, a coro, le adjudicaban la responsabilidad a la Municipalidad, a los cortes, a los agentes de tránsito y a la Policía. Para todos el taxista era una víctima del caos. No sorprende, porque es todo un clásico de la tucumanidad esto de reclamar obras que mejoren, embellezcan y modernicen la ciudad, y de quejarse apenas los trabajos se ponen en marcha. Tan difícil es conformar a la opinión pública que durante muchísimo tiempo los funcionarios prefirieron no hacer nada antes que contribuir al malhumor social. Así fueron pasando gestiones por lo general anodinas. Pues bien, el municipio tomó la decisión política de convulsionar durante unos meses el tránsito por el microcentro, alimentado por una visión de largo plazo. No es una iniciativa común en la dinámica tucumana, tan propensa a la comodidad y a la medianía.

El reperfilamiento de tantas cuadras de 25 de Mayo, San Martín y -en lo que viene- 9 de Julio le está cambiando la cara a una capital que parecía anclada en los mediados del siglo XX. Es ganancia neta para el peatón, acompañada por calzadas de calidad, amplitud y un cuidado por la estética poco usual en estos tiempos. Y apunta, básicamente, a desalentar esa costumbre tucumana de llegar con el auto a donde no se puede llegar, fuente de irritantes y permanentes embotellamientos.

¿Provoca molestias? Sí. ¿Desconcierta? Sí. ¿Genera dudas y cuestionamientos? Sí. ¿Los comerciantes se quejan? También. Son, en San Miguel de Tucumán y en cualquier ciudad de envergadura, las consecuencias lógicas de las obras a gran escala. Germán Alfaro sabe que todo este runrún pasará una vez que las semipeatonales estén terminadas e integradas con la remodelada plaza Independencia. A partir de allí todo será ganancia neta, para la capital y para él. Tendrá para mostrarle a la sociedad lo que todo político anhela: realizaciones.

Y, para cerrar la anécdota, vale dejar en claro que el taxista no fue ninguna víctima en este pintoresco episodio del soleado mediodía de mayo. Al contrario: mostró la otra cara de la moneda. Pero tan instalado está el desapego por el cumplimiento de las normas que los testigos del episodio ni siquiera contemplaron la posibilidad de que todo había sido consecuencia de una pésima e insólita maniobra. La culpa, no importa lo que suceda, siempre será del Estado.

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A todo esto, ¿qué será del puente peatonal que cruza Mate de Luna a la altura de Amador Lucero? Recapitulemos:

- El 5 de febrero LA GACETA informó que el puente, clausurado a causa de las fallas estructurales que presenta, corría serio riesgo de colapsar. Salió a la luz que a lo largo de las décadas, desde que se lo inauguró en los años 80 del siglo pasado, casi no se habían realizado tareas de mantenimiento. Los datos sobre el deterioro del puente se conocían desde hace tiempo puertas adentro del municipio, según declararon en off dos funcionarios. La cuestión es que ese 5 de febrero el secretario de Obras Públicas, Alfredo Toscano, declaró: “cuando tengamos precisiones sobre el estado de las bases y columnas tomaremos la determinación que corresponda. Dentro de 15 días llegarán los resultados del estudio”.

- “El puente peatonal que cruza la avenida Mate de Luna al 2.100 será reemplazado por uno nuevo”, anticipó LA GACETA del 19 de febrero. Habían llegado esas “precisiones sobre bases y columnas” de las que hablaba Toscano y coincidían con el diagnóstico divulgado como un secreto a voces. En otras palabras: no queda otra que demoler. El municipio mostró unos renders muy bonitos, con la imagen de un modernísimo puente blanco que surca la Mate de Luna, con los cerros de fondo. Y Toscano lo redondeó con un anuncio de lo más concreto: “el 20 de marzo comienzan las obras”.

- Pasó el 20 de marzo (sábado), pasaron el lunes 22, el martes 23... “El clima nos retrasa, se suponía que iba a llover sólo hasta la primera semana de marzo”, se excusó Toscano en una nota publicada el sábado 27. “La obra está andando, pero el vecino no la ve porque la estructura es premoldeada: se hace en otro lugar y se lleva a donde se va a colocar”, agregó.

- Pasó abril y mañana concluye la primera quincena de mayo. Sin novedades.

Dos temas merecen el análisis. El primero es una cuestión básica de seguridad, referido a la estabilidad del puente. Si corre peligro de colapsar, como lo indican los estudios, y el municipio lo aceptó a mediados de febrero, ¿cómo se permite que la estructura siga como si nada? Todas las alarmas están encendidas y apuntan a evitar una potencial tragedia. En cualquier idioma esto se llama negligencia. ¿No es mejor desmontar cuanto antes el puente, por más que no esté listo el reemplazo?

El segundo apunte tiene que ver con el valor de la palabra y con su devaluación. Se anuncia que la plaza Independencia estará lista en diciembre de 2020. Ya van cinco meses de atraso. Se anuncia que un puente en peligro de colapsar se demolerá el 20 de marzo. Están por cumplirse 60 días desde esa proyección. Se promete con toda la liviandad del mundo porque se sabe que no hay sanción ciudadana ante el incumplimiento. Yo prometo; total, si no cumplo, pongo una excusa -o una justificación- y listo. Así es muy fácil.

Eso sí: ante el atril, el funcionario de turno no pide disculpas por la palabra devaluada que empeñó ante la sociedad, sino que genera el efecto contrario. La culpa, en ese razonamiento, termina siendo de quienes tienen la responsabilidad de señalar las promesas incumplidas. Es de locos.

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Ya que estamos por la zona del parque Avellaneda, bien podría el municipio darle una lavada de cara a la sede de la Dirección de Obras Públicas (nada menos). En la misma cuadra están Vialidad Nacional -con su edificio y césped siempre pulcros- y el vacunatorio, al que reformaron y dejaron en excelentes condiciones, incluso con la incorporación de un enrejado. Al lado, la DOPM luce desaliñada, el jardín descuidado y el mástil merecedor de una nueva bandera. La repartición encargada de que la ciudad se luzca debería transmitir, precisamente, esa clase de imagen. No es el caso.

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A todo esto, el Mercado del Norte sigue tapiado y en absoluto silencio. Y pasa el tiempo.