Se calcula que por día el corazón del ser humano late unas 100.000 veces aproximadamente, y un órgano que automáticamente funciona así surge a las claras que hay que cuidarlo y preservarlo como ninguno: y no sólo a él, sino también a la inmensa red de arterias que de él nacen. Ahora bien, se han hecho sendas evaluaciones por parte de las sociedades científicas y de cardiología y observado que en el curso de la actual pandemia se ha incurrido en una desatención del cuidado cardiovascular, por distintos motivos, y esto no debiera haber sucedido. Mucho fue a causa del temor por concurrir a los consultorios y contagiarse; otras tantas por priorizar la situación viral en los centros de atención; y otras por minimizar y relativizar síntomas como por ejemplo dolor precordial por parte de los pacientes, etc. De cualquier manera se relegó así la atención del tema y se descuidaron los factores de riesgo cardiológico. La enfermedad cardiovascular (infarto agudo de miocardio, accidente cerebrovascular e insuficiencia cardíaca) lidera el ranking de muerte en casi todas partes del mundo, y en la Argentina son 100.000 muertes anuales aproximadamente debido a ella. Por lo tanto cobra una prioridad total el hecho que tenemos que trabajar para prevenir las complicaciones invalidantes y/o fatales de esta enfermedad. Y referido a ello digamos que de los factores de riesgo algunos son totalmente inmodificables, como la edad y la herencia. Pero otros, y allí es donde tenemos que actuar los médicos con nuestra labor educativa, son modificables. Y es importante señalar que debemos actuar sobre ello siempre: la presión alta normalizándola, al colesterol elevado bajándolo, combatiendo al sedentarismo con actividad física, abandonando el cigarrillo definitivamente, normalizando el azúcar en el caso de la diabetes y buscando la forma de bajar el estrés, la más difícil de todas las asignaturas, al menos intentándolo. Finalmente digamos como emblema que nuestro corazón nunca descansa, pero asimismo la enfermedad cardiovascular en la pandemia tampoco. Pues ayudémoslo a que siga latiendo.

Juan Leopoldo Marcotullio

Ituzaingó 1.252

Yerba Buena