La inevitable degradación que padece la Argentina en materia social, económica, sanitaria, política y hasta moral está en el centro del actual problema para dilucidar por qué la segunda ola de Covid pega como pega. Un simple ejercicio puede clarificar la situación: si se superponen dos círculos que representen a la salud y a la economía un poco más allá de sus bordes se va a poder observar cómo entre ambos hay una zona en común donde todo se interrelaciona. El borbollón de cosas que suceden allí dentro, proceso que hoy se muestra en erupción rumbo al precipicio, sólo se hubiese podido atenuar con un componente que no está presente como debiera sólo porque un tercer círculo, el de la mala política, superpuesto en superficie con los otros dos, invadió la zona y le agregó a la triple intersección un condimento entre egoísta y macabro. La falta de vacunas es el inevitable resultado de esa irrupción.

Para quitarse el sayo de la responsabilidad que le cabe como número uno de la Nación, Alberto Fernández ha justificado el problema en la “escasez” de ese insumo tan crítico, como producto de la altísima demanda de todo el mundo. Al Presidente no le falta razón si el razonamiento se refiere a la actualidad, aunque la descripción sólo parece una apertura de paraguas para deslindar responsabilidades, como tantas veces hacen a los gobernantes, pero lo cierto es que el círculo de la política ha sido el que impidió que las vacunas estén donde deben estar para sirvan como factor estabilizador de la pandemia (salud) y dinamizador de la producción (economía). El verdadero relato de la falta de vacunas en la Argentina no es la verdad de Perogrullo expresada como excusa por Fernández, sino que se trata de un reprobable desliz que ya lleva unos cuantos meses en danza.

El pecado central del gobierno nacional fue sin dudas el de haberse quedarse dormido, a partir de haber elaborado una peligrosa mezcla cuyo detonante fue la falta de previsión y por andar a través de caminos donde la ideología y los amigos pudieron más que la necesidad de acotar el flagelo lo máximo posible. Es más que probable que la historia se lo demande al Presidente, a juzgar más por lo que no hay que por lo que se ha podido conseguir hasta ahora. El reproche principal es haber subordinado la ideología al pragmatismo o por ingenuidad o bien porque alguien vio la posibilidad de recoger política o económicamente algunos frutos.

En este contexto, cuando se escriba la historia de los enfermos y fallecidos por coronavirus, un capítulo importante habrá que dedicárselo a la carencia de vacunas y a los por qué se dejaron pasar algunos trenes para subirse a otros, como el de Vladimir Putin (Sputnik V) y el de Xi Jinping (Sinopharm) para escupirle el asado a Joe Biden (Pfizer, Moderna) o el de los empresarios amigos que van de fracaso en fracaso (Hugo Sigman con Astra Zéneca) o que necesitan al menos un año para sumar volumen ( Marcelo Figueiras con la Sputnik V), salvo que ambos se han asegurado la asistencia del Estado para que el riesgo lo corra el país. Sin embargo, el tren no tomado más triste de esta historia fue haber rechazado el grueso de las vacunas del mecanismo Covax de la OMS que hubiesen representado otras 4 millones de personas vacunadas más.

Pese a que hubo un saludable atisbo presidencial de bajar las tensiones, lo más importante ahora es tratar de convencer a la sociedad de que se deben retomar las restricciones, sobre todo cuando la política no está a la altura: los gobernantes de la CABA se cortan solos y la provincia de Buenos Aires sólo sabe echarle la culpa a los demás para disimular sus fracasos, mientras los gobernadores del resto del país apenas atendieron las sugerencias presidenciales en materia de clases, por ejemplo. Hay que tomar en cuenta que, por las circunstancias que fueren, la economía (y correlativamente lo social) es un drama y que eso se agravó por lo sucedido con la prolongación de las cuarentenas del año pasado, lo que generó un evidente cansancio social y bolsillos flacos para quienes salen a la calle a ganarse el sustento fuera de toda formalidad.

Mientras no haya vacunas suficientes en ese espacio común donde confluyen los tres círculos los problemas del país seguirán agravándose porque la mala administración de la pandemia tiene también que ver con los desaguisados que se hacen a diario en materia económica o, dicho de otra manera, se pretende que la pandemia sirva como tapadera del empecinamiento que se trata de imponer, ya sea en materia de controles de precios para que la inflación se modere o debido a la presión impositiva que inhibe las inversiones. Y luego, en la necesidad, se suma la emisión descontrolada como peligro latente y la suba del dólar como termómetro. Una vieja película que no puede tener otro final que el mismo tantas otras veces visto.