Las pantallas reinaron durante la pandemia y allí fueron a parar los artistas. A las pequeñas pantallitas del celular, a las medianas de escritorio o a los enormes monitores de cincuenta y pico pulgadas que dominan el living. Toda manifestación artística se hizo plana y remota. La cuarentena (más bien las dos o tres formas de aislamiento por las que pasamos) fue exigente con todo el mundo y, claro, con los artistas también, quienes tuvieron que adaptar todo su arsenal mental para producir y mostrarse sin salir a la calle.

Hagamos un poco de historia. Los primeros días de cuarentena estricta fueron de un aterrador silencio. No había salas, galerías ni escenarios. Uno que otro balcón tucumano proporcionó conciertos para los vecinos, o proyectó imágenes en las medianeras de algún edificio cercano, pero fueron las pantallas las que progresivamente garantizaron una exposición más allá de los alrededores de la casa.

Novedades

Por sobre todo, fue a través de los dispositivos digitales que se reconstituyeron los lazos específicos que unen a artistas, críticos y espectadores en una comunidad. Ese espacio de comunicación y difusión no nació con la pandemia ni era tan nuevo, pero las herramientas digitales se convirtieron en la llave de salida del encierro. De tal modo que quienes se mantenían ajenos a ellas se vieron forzados a manejarlas y forzar sus capacidades para mantenerse activos. El celular graba, edita, conecta y reproduce. Lo sabemos desde antes del coronavirus, pero a partir de él, estas funciones lo convirtieron en una herramienta estratégica de producción artística.

Si las redes, a partir de la conectividad, fueron las vías de difusión, fueron también ellas las que permitieron las, todavía muy precarias, formas de obtener réditos monetarios por el trabajo artístico.

Justo cuando el arte se encontraba en un incipiente crecimiento mercantil, llegaron las restricciones. Varias galerías abrieron entonces espacios virtuales o se las ingeniaron para dinamizar su presencia en las redes. Las tucumanas El Taller o Fulana fueron un ejemplo que siguieron artistas individuales, comenzando a ofrecer y a vender a través de pantallas. Los correos y cadeterías pasaron a ser parte de un delivery artístico impensado. Si los aparatos electrónicos hicieron de pincel, de micrófono y de cámara, las plataformas digitales funcionaron como salas de exposición.

Vivos

También el arte acomodó sus formas de estudio e intercambio a través de Zoom, Meet o cualquiera de esas plataformas a las que tuvimos que aprenderles el nombre y acomodarnos a su manejo. La Fundación de Arte Contemporáneo se las arregló para mantenerse activa en sus programas de formación a través de clases remotas. Pero, como sabemos, no todo el arte se resuelve en una imagen ni en una clase teórica. Hay un arte “en vivo” y un arte “en presencia” que fue el más exigido a la hora de pasar a las pantallas: el teatro, los conciertos, la danza, son formas que tradicionalmente necesitan de la proximidad física para representar sus contenidos. Un teatro de pantalla podría haber sonado a una herejía, a un imposible, a un oximorón. Sin embargo ya está aquí. Para mediados del año pasado crecieron las convocatorias a puestas escénicas y literarias. Se lanzaron formas cortas, como los “MicroVivos” y se abrieron escenarios virtuales como la propuesta de “Fuera de Foco virtual”, y en espacios físicos, como el Puerta 4 porteño, donde se vieron obras trasmitidas desde cualquier punto del país (esa fue una ganancia inesperada). También la música en vivo se acomodó con los conciertos “yo me quedo en casa” y con varios estrenos vía remota.

Artistas

¿Podemos aspirar a un arte de pantallas? Es una pregunta que ya fue contestada, fundamentalmente porque desde hace largo tiempo hay arte “de pantallas” y “en pantallas”. Lo que no podemos predecir es hasta donde se pantallizará más (perdón el neologismo) o qué características específicas tendrá. Las cualidades de “plana y remota” son apenas puntos de partida, demasiado peyorativos todavía, para especular hacia dónde irán. Desde mucho antes de la pandemia las publicaciones y las “historias” en Instagram brindaron modelos de trabajo a los artistas y formas de acceso a los espectadores. También los “estados” y los “perfiles”, con sus imágenes y consignas, son espacios de exposición de una subjetividad y creatividad que ya no es sólo para artistas.

Con la simplificación y colectivización de las herramientas de montaje digital son varios los formatos que reinan en el espacio virtual. Los “memes”, con su configuración básica de imagen+texto, vienen siendo las estrellas de la cultura popular.

En la segunda mitad del siglo XX se repitió una y otra vez la fórmula: “en el futuro todos seremos artistas”. Posiblemente estemos ahora más cerca. Y si, en el colmo de la paranoia, se puede pensar que la covid es un bicho diseñado para acelerar el salto al mundo digital, lo más interesante será comprobar que ese mundo estará todavía poblado de artistas.