Elvira Orphée, en numerosas entrevistas, refiere que su madre, pese a ser una mujer “rectísima y catoloquísima”, no vacila en falsificar la fecha de nacimiento de su hija para que sea escolarizada prematuramente. Así, Orphée ingresa al secundario siendo más joven que sus compañeras. Por ello, la primera vez que la ve, Leda Valladares le habría espetado un irreverente: “¿Y qué sos vos, ah? ¿Sietemesina?”, que marcaría el inicio de una complicidad. “Fuimos compañeras y amigas, dos conspiradoras en el colegio de monjas”, recordará décadas después Orphée. Y afirmará sin dudar que entre sus compañeras, en su mayoría de clase alta, “la única rescatable era Leda Valladares”. “Un relámpago” es el término que elige para definirla.

En una sustanciosa entrevista realizada en 2009 por Leopoldo Brizuela, generoso impulsor de la obra de la escritora, Orphée evoca las travesuras que las dos pergeñaban: “Y éramos taimadas... Los viernes, cuando venía el cura a confesar, pedíamos permiso para salir y ya no volvíamos a clase. El tiempo se nos iba en imaginaciones malignas. Una vez Leda salió del confesionario, diciendo que el cura preguntaba el nombre, lo que no se puede hacer. Entonces fui y me inventé yo sola unos pecados horrorosos. ‘¿Cómo te llamas, hija?’ ‘Saritita Molina Padilla’, dije. Era el nombre de mi compañera de banco.”

Tenían además, según Orphée, la costumbre de embestir contra la fila de compañeras en el preciso momento en que se arrodillaban a rezar. Divertidas, ambas veían cómo caía el tendal de devotas, una detrás de la otra. Este episodio aparece ficcionalizado por Orphée en su novela Aire tan dulce (1966), en un monólogo de la extraordinaria Atalita Pons, personaje signado por la rebeldía y que es una suerte de proyección imaginaria de la autora: “Hora de salida, largas filas en uniforme azul. Rezan. […] Murmuro el verbo de Dios se hizo carne, empiezo a arrodillarme, pero toco el suelo con todo el cuerpo, sin violencia. Detrás de mí otros cuerpos caen en dulce caída amortiguada, uno sobre otro. […] Es peligroso ser la primera de la fila cuando se reza. […] Nadie irá a comprobar la intensidad del gusto de empujar cuerpos blandos que van arrastrando otros cuerpos en su caída.”

Una vez completados los estudios secundarios, Orphée abandona de modo temprano y casi definitivo la provincia, una decisión poco frecuente entre las jóvenes de clase acomodada de Tucumán en los años 40. Estudia Letras en Buenos Aires e ingresa al campo literario porteño con la publicación de algunos relatos en la revista Sur y la aparición de su primera novela, Dos veranos. Editada en 1956 por Sudamericana, Dos veranos construye, al igual que Aire tan dulce, un universo de provincia que remite, sin nombrarlo, a Tucumán.

Valladares se queda unos años más en la provincia, donde termina la carrera de Filosofía en la entonces flamante Facultad de Filosofía y Letras. Viaja luego a Costa Rica y a Europa en su vasta tarea de difusión de la música folklórica. En los 50 actúa en París junto a María Elena Walsh, con el exitoso dúo “Leda y María”. Orphée también vive unos años en París. Frecuenta allí a Octavio Paz, Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik, y trabaja como lectora de la prestigiosa editorial Gallimard a comienzos de la década de 1960.

Ignoro si las antiguas compañeras volvieron a encontrarse, en París o en Buenos Aires, donde con el tiempo ambas terminarían radicándose. Tal vez se reirían de sus conspiraciones entre las monjas de un acaso ya lejano Tucumán. Y brillaría, por un instante, el destello de una remota complicidad.

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Soledad Martínez Zuccardi - Doctora en Letras, profesora de Literatura argentina de la UNT.