El cadáver se hallaba en posición decúbito dorsal sobre la cama, cubierto con camiseta y calzoncillo y presentando dos orificios de bala situados uno en la región temporofrontal derecha y el otro en la región temporoparietal izquierda y que versosímilmente correspondían a los orificios de entrada y salida de un proyectil. En el resto del cuerpo no observé ninguna señal de violencia.

Otro informe coincidía con todo lo expuesto, pero agregando que el occiso tenía puestas sus medias.

Sólo estos datos ya sirven para que el lector encuentre cierta extraña similitud con otro –igualmente aparente– suicidio. El del fiscal Alberto Nisman. Y más le asombrará al conocer que también hubo algunas cuestiones con el personal que lo custodiaba. Según se desprende de las declaraciones, situado fuera del edificio, desde donde no se oyó ruido de disparo alguno. Como tampoco lo percibió ninguno de los vecinos. Lo encontrado al lado del cadáver fue un arma calibre 38. Nunca se hicieron las pericias balísticas correspondientes, ni hubo autopsia. Muy claro está que se buscó silenciar todo de inmediato. Y afirmar que era un auténtico suicidio. Juan Duarte –se dijo– estaba muy apesadumbrado por la muerte de su hermana Eva Perón, el General lo había hecho renunciar a su rol de secretario privado e, inclusive, circuló la noticia de que padecía una enfermedad, de las entonces llamadas secretas, que estaba afectando su cerebro por lo cual una locura como suicidarse era esperable.

Lo cierto es que Duarte había pedido a su chofer que regresara a buscarlo a la mañana siguiente a las ocho en punto. Igual que Nisman pensaba concurrir al Congreso de la Nación el día siguiente de su muerte.

Hechos llamativos

El hecho de que ambos cuerpos hayan aparecido con tan poca ropa al momento del supuesto suicidio resultará particularmente llamativo para especialistas en el tema. Sobre todo, tratándose de personas muy empeñadas en estar atildadas y cuidar su imagen personal. Expertos en suicidio –a quienes hemos consultado– coincidieron en que lo usual es todo lo contrario: el suicida cambia su ropa, se viste lo mejor posible; y luego comete la autoagresión. A quien no conoce puede esto llamarle la atención. Pero, ocurre, que el suicidio es –en sí mismo– un acto psicótico, donde la persona ha perdido –en esos momentos– todo criterio de realidad y consciencia de enfermedad. Que personas a las cuales siempre les atrajo el lujo y la estética decidan suicidarse en calzoncillos es –como mínimo– fuera de lo esperable.

La carta que se encuentra próxima al cadáver –supuestamente escrita por Duarte– tiene una posdata inesperable. Textualmente dice: Perdón por la letra. Véase qué detalle. Está semidesnudo, a punto de matarse, pero deja constancia de que la letra no le salió como la habitual. ¿O es una maniobra utilizada por el real autor para disipar dudas sobre tal caligrafía? En ese caso, quien lo hizo no tenía muchas luces, ciertamente. La aclaración –por supuesto– arroja más sospechas.

El libro confeccionado por Catalina de Elía es, digámoslo de inmediato, extraordinario. Combina, por un lado la cualidad de que puede leerse como una atractiva novela más que policial, diremos de espías. Pero, en modo alguno se trata de una ficción o del producto de una imaginación encendida. Estamos ante un brillante ensayo sostenido en documentación esclarecedora de cómo fueron desarrollándose los hechos. Y, utilizando archivos que estuvieron décadas acumulando polvo, revela datos para pensar y reflexionar.

Obvio, que la respuesta final –suicidio u homicidio– sigue sin poder dilucidarse de manera definitiva. Pero en estas páginas hay mucho –necesario e imprescindible– para el armado final de la trama.

Con Perón

Hechos curiosos. ¿Dónde antes pudimos enterarnos que la noche en que Duarte habría cometido suicidio fue a visitarlo a su departamento el Dr. Héctor J. Cámpora? Y que, tras la breve visita por razones que el futuro presidente de los argentinos señaló en un interrogatorio, era por cuestiones triviales (¿?), fueron juntos hasta la Residencia Presidencial. Sí. Juan Duarte horas antes de fallecer estuvo reunido con el Presidente Perón o, al menos –como de esto nada ha trascendido– estuvo en el lugar donde el General estaba.

Apenas horas más tarde, el cuerpo de Juan Duarte sería hallado con una bala atravesándole el cráneo.

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