Con grandes muestras de cariño y de respeto fue despedido Próspero Ángel Palazzo, figura muy querida en nuestra sociedad, cuyo deceso, a los 86 años, dejó un vacío difícil de llenar. Contador público nacional en una familia que en Tucumán se asocia casi exclusivamente con la medicina, fue el séptimo de 10 hermanos; el primero en acceder a la educación universitaria y quien fomentó y alentó a sus hermanos, especialmente a Felipe Salvador -recordado médico fallecido el año pasado-, con quien comenzó la prolífera estirpe de galenos en la familia.
“Un sabio, un ejemplo de perseverancia y de trabajo incansable, dedicado al máximo en todo lo que hizo. Pero además humilde y muy solidario no solo con su familia, sino con todas las personas que necesitaron una ayuda suya”, lo describe su sobrino Felipe Salvador Palazzo (h), quien lo consideró un segundo padre, además de haber sido su padrino.
Próspero hizo una larga trayectoria como asesor del Colegio de Escribanos de Tucumán, para luego convertirse en síndico del ex ingenio San Antonio. Fue docente de la Escuela de Comercio y se dedicó al campo, a la producción de caña y de granos. Consiguió una cómoda posición económica, fruto del trabajo permanente y de la perseverancia, lo que le permitió tender manos de ayuda en varias direcciones.
Sus inicios como estudiante, al igual que el de sus hermanos, fue con esfuerzo para superar los obstáculos. “Mi abuelo, el padre de Próspero y de mi papá -cuenta Felipe hijo-, era un inmigrante que se dedicaba a la peluquería y que tenía un pequeño campito de cítricos donde ahora es El Salvador, la sede del Lawn Tenis. Vivían al día; mi tío fue el apoyo fundamental de mi papá para que se recibiera de médico: le dio su ejemplo de perseverancia y le insistió en seguir un camino sufrido y tedioso”.
Una anécdota es recordada entre los Palazzo: en una época, el abuelo Próspero había quedado ciego, y debían operarlo en Rosario con un médico español. “Mi papá y mis tíos salieron a vender naranjas y mandarinas en la esquina del Centro de Salud, para la cirugía que finalmente se hizo”, contó.
Con su esposa Hada Ansardi, Chela, tuvieron cuatro hijos, 12 nietos y dos bisnietas. Todos lo recuerdan como la persona que tenía la palabra justa, el consejo preciso, la alegría compartida al momento de los logros y la sabiduría y el hombro siempre dispuestos para menguar tristezas. No debe sorprender entonces las decenas de muestras de cariño en su último adiós.
El 8 de abril, en menos de un mes, hubiera cumplido 87 años. Las campanadas de la despedida, al menos de este plano de la existencia, sonaron en la mañana del miércoles 10 de marzo. El segundo golpe duro para esta familia que en mayo del año pasado lamentó la partida de Felipe. Pero no cabe más la tristeza que el orgullo en los corazones de los suyos: “yo me los imagino a los dos juntos, en el cielo, riendo y disfrutando de todo lo bueno que dejaron en esta tierra”, finaliza Felipe (h).