Un reciente ensayo de Martin Scorsese está poniendo incómoda a la industria a la que el mismo cineasta pertenece. Es más, el director de “Buenos Muchachos” está disparando nada más y nada menos que contra Netflix, la plataforma que supo acompañar su ambiciosa (y larga) película “El irlandés” y que recientemente estrenó su documental “Supongamos que Nueva York es una ciudad”.

“Il Maestro”. Así se titula el texto en el que el neoyorquino rescata la figura de Federico Fellini y aprovecha esa revisión para advertir sobre el poder que tienen hoy los algoritmos. Un poder capaz de subestimar y sobreestimar a su destinatario, en este caso, consumidor de cine. Uno de los planteos principales de dicho ensayo cuestiona el modo en el que la industria audiovisual hoy define al contenido: ya no para separarlo de la forma, sino para referirse a un bien de intercambio comercial que podría salir de cualquier fábrica; ser empaquetado y puesto en un container con destino a cualquier pantalla. Un commodity.

Pero, lejos de parecer un hombre renegado de los tiempos modernos, Scorsese reconoce que las plataformas de streaming han beneficiado a los realizadores, entre los que se incluye, pero advierte que los nuevos sistemas crean una situación “en la que todo es presentado al espectador con el mismo nivel de disponibilidad”. Según el director de 78 años, la curación -actividad central en la distribución del arte moderno- no es elitista, sino todo lo contrario: “es un acto de generosidad en el que estás compartiendo lo que amás y lo que te inspira”. En oposición, “los algoritmos están basados en cálculos que tratan a los espectadores como consumidores y nada más que eso”, es decir, niegan su capacidad crítica y la experiencia de conocer algo “distinto”.

En lo que podría ser un ataque de nostalgia, Scorsese rescata la creatividad, lo diferente y la huella que trataba de dejar cada uno de los grandes creadores del séptimo arte. Y, del otro lado, el espectador necesitaba un marco de referencia complejo que se debatía permanentemente sobre qué era eso llamado “cine”.

La advertencia de un hombre fuerte de la industria despierta un debate que quizás puede expandirse a todo ámbito atravesado por los datos digitales. El gusto, la experiencia, las relaciones, la estética en general y ni hablar de las orientaciones políticas: todo está hoy atravesado por algoritmos que responden a un mar de individualidades. El descubrimiento y la puesta en crisis de un statu quo quedan postergados ante la repetición y la búsqueda de conexiones precisas, hechas a medida.

¿Serán capaces los políticos de cuestionar sus propios usos de los algoritmos? ¿Lo harán los creadores de una cultura que se dice emergente y democrática? El mercado, gran mentor y proveedor de herramientas para la segmentación, al menos se guarda una cuota de sinceridad. La idea es vender en tiempos de abundancia, convencer en días de escasez.

Hacia el final de su ensayo, Scorsese esboza que “las grandes películas están entre los grandes tesoros de nuestra cultura”. Nadie lo duda, pero la pregunta es por lo nuevo, por la sorpresa que nos obliga a buscar un referente, a alguien que nos “cure” ante la incertidumbre de lo posible. El creador de “Taxi Driver” dio el puntapié para mover una estantería que seguramente no afectará su capital, pero nadie como él para entender los vaivenes de una cultura a veces incomprensible y otras veces demasiado predecible.