Eran los tiempos de las carretas, cuando atravesar el océano tomaba meses y, por tanto, la comunicación, una carta o un periódico, otro tanto.

No obstante, el romanticismo surgido en los primeros años del siglo XIX en Europa se reveló en Argentina en 1830 con los textos de Esteban Echeverría.

Pero también en la pintura, aunque de un modo distinto; tal vez sin respetar el canon del estilo que hoy se puede googlear y observarse en las obras de Delacroix o en los paisajes de Turner. No se sabe si Ignacio Baz conocía a estos artistas; pero lo cierto es que una parte del drama romántico de Víctor Hugo está presente: el contraste, lo claro y lo oscuro; que, casi inexorablemente, representan la dualidad del bien y el mal.

Ignacio Baz (1814-1887) está considerado como el primer pintor tucumano; se formó con Carlos Morel, visitó y trabajó en Buenos Aires, Córdoba y otras provincias; regresó a esta provincia y nunca pudo cumplir su sueño de conocer Europa. Estuvo también en Santiago de Chile y Copiapó. Sus numerosas obras se reparten en el Museo Nacional Histórico, la Casa Histórica, el Museo Timoteo Navarro, colecciones privadas y otras reparticiones del Estado.

En la tarde lluviosa del sábado, una visita no guiada al Museo Casa Histórica me llevó a la sala 7, un pequeño cuarto, que, por un lado respeta un clima íntimo, pero seguramente no es el apropiado para mirar, más que ver (imposible observar a dos metros de distancia) las obras.

Allí están las cuatro pinturas de Baz y un dibujo, su autorretrato. Pero es tentador caminar hasta el último patio para ver los bajorrelieves de Lola Mora, aunque sea bajo la llovizna.

En la sala 7, en uno de los paneles se cuenta que el artista se basaba en litografías y fotografías.

Por ejemplo, la del Chacho Peñaloza (1863, en el Museo Histórico Nacional) la hizo a partir de un daguerrotipo de reproducción masiva luego del fusilamiento.

Allí recortó la figura a la cintura y oscureció la vestimenta, pero cuidó de mantener la mirada penetrante del rostro del caudillo federal enmarcado entre patillas prominentes.

El daguerrotipo comienza a difundirse en los años 30 más allá del Atlántico.

ESPOSA DEL GOBERNADOR. Lucila López Murga de Martínez Muñecas.

Hasta aquí, pues, vale para advertir esa relación tan cercana en el tiempo entre la tendencia artística europea y un pintor en Tucumán, en este caso (el ferrocarril llegó en 1876).

Esta relación tan inmediata merece ser estudiada con mayor profundidad. Aunque todo parece indicar que Baz aprendió del romanticismo a través de su maestro, Carlos Morel.

Los caudillos

Ignacio Baz retrató a las personas más distinguidas de las principales familias del norte argentino, de Córdoba y del Litoral. Pero también viajó por Chile y Perú ejecutando sus obras; realizó retratos de los caudillos argentinos Juan Manuel de Rosas, Juan Felipe Ibarra, Facundo Quiroga y Ángel Vicente Peñaloza, entre otros.

“Con Baz, la pintura hace su entrada triunfal en Tucumán, no con balbuceos infantiles sino con la certeza y rotundidad de una mano maestra. La segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por la impronta de su producción. Básicamente responde a una personalidad de gran sensibilidad en la captación de los caracteres y los rasgos fisonómicos de los retratados. Empleaba una técnica minuciosamente elaborada dentro de las rigideces del neoclasicismo”, escribe la historiadora de Arte Celia Terán en un texto de mediados de los 90.

Representación

Según la información disponible en el Museo Casa Histórica, realizó más de un centenar de óleos, además de dibujos. “Sus retratos se caracterizan por ser exactos en su representación”, se indica en uno de los paneles, en los que igualmente se hacen referencia a los retratos fúnebres.

En la exposición, Mercedes Huergo de Méndez es una de las damas retratada en su primer período que se extiende hasta 1860. También se encuentra el coronel Julián Murga (donado por su familia, perteneciente a su segunda época, desde 1860, que se extiende por 10 años).

Domingo Martínez Muñecas fue gobernador (1878-1879) y Lucila López Murga de Martínez Muñecas, su esposa.

El derrotero de Ignacio Baz se cuenta como el de tantos artistas: famosos, exitosos, que terminan en la pobreza o la ruina; en este caso, dejando retratos sin concluir.

El “color local” que reclamaba Víctor Hugo seguramente no tenía un sentido literal ¿Quizá ese color sean las imágenes de los caudillos y de los próceres no tan próceres, las damas y señores de sociedad de una determinada época?

El romanticismo destaca los contrastes, la claridad y la oscuridad, el blanco y el negro. Esta característica puede observarse en las pinturas en la Casa Histórica. Los rostros claros así como las manos, pero los trajes y vestidos, oscuros.

De todos modos, se trataría de un romanticismo particular, porque no hay exaltación de la subjetividad; menos, mucho menos, está presente lo sublime. “La falta de sentimientos en los gestos, la seriedad y la mirada serena de sus modelos son un sello distintivo del artista”, se describe en otro microrrelato en un panel.

Ayudaría, igualmente, precisar por qué se divide en tres períodos la producción del autor.

Conservación

“Esta es una muestra transitoria. En la investigación partí de Rodolfo Trostiné y de Celia Terán”, le contó a LA GACETA Gabriela Gorriti, quien además informó que el dibujo del autorretrato estaba en discusión, pese al certificado de autenticidad.

Entre el Timoteo Navarro y la Casa Histórica los óleos de Ignacio Baz pueden sumar un poco más de 20.

La experta Cecilia Barrionuevo dice que estas obras de la sala 7 fueron intervenidas superficialmente. “Necesitan un programa de restauración más profunda porque nunca se les hizo nada, solo conservación”, afirma Barrionuevo.

En el único museo que se encuentra abierto en la provincia, bien vale la visita, aunque por el clima se hayan suspendidos los previstos shows musicales. Hay que aprovechar la escasez de público, porque permite una mayor atención sobre las obras. Y, por qué no, hasta sacarse una selfie en el Salón de la Jura.