Entre fines de octubre y principios de diciembre me tocó coordinar un taller de lectura para Fundación La Balandra, bajo el lema “Forn: una guía de lectura”, que culminó con un encuentro virtual con el autor. El disparador fueron sus ya míticas contratapas de Página/12, reunidas en los cuatro tomos que publicó Emecé. Ahí se leyó a Doblatov, Kis, Pilniak y otros autores de la ex Unión Soviética y Europa del Este, además de sus propias ficciones. Como paso previo a ese taller, tuve la suerte de entrevistar a Juan Forn. Aquí se reproduce un fragmento de esa entrevista.

-Respecto de Los viernes, la antología de las contratapas de Página/12, ¿cómo tenés pensado seguir con eso?

-No me terminó de convencer la forma en que salieron Los viernes, pero ahora armé, con una sugerencia que me hizo la editora chilena Andrea Palet, un itinerario, una historia cultural informal del Siglo XX. Entonces traté de armarlo con un eje, un recorrido geográfico: elegí las 90 contratapas que más me gustan. El libro empieza en África –porque todo empezó en África-, va yéndose hacia Oriente, China, Japón, de ahí va a Rusia, de Rusia baja por Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, cruza a Italia, Francia, Inglaterra, va a Estados Unidos, de ahí baja a México, sigue por Latinoamérica y América del Sur y termina en Argentina con las autobiográficas. Necesitaba que el lector en formato libro sintiera lo mismo que sentían los fanáticos que las leían todas las semanas, pero con un procedimiento que deja a la luz este intento subterráneo de contar la historia del Siglo XX.

-Hablemos de Gesell. ¿Cómo pasan los días ahí? ¿De qué va esa cotidianidad?

-Con pandemia o sin pandemia, mi vida es muy parecida. La única diferencia es que en vez de ir a dar los talleres a Buenos Aires los doy por zoom desde acá. Hay una semana en que escribo las contratapas y la semana siguiente es la de los talleres. Y después, no tengo horarios. Hay veces que leo 14 horas al día, hay veces que salgo con el perro a la playa a la mañana y si la noche está linda vuelvo a bajar, a veces vienen amigos y nos vemos tres partidos de fútbol seguidos. Sí que cuando escribo me vuelvo un androide. Mi hija y mi novia se ríen porque cuando estoy escribiendo me pueden preguntar cosas y yo contesto sin darme cuenta siquiera qué les contesté. Trabajé en redacciones. Cuando trabajaste en redacciones periodísticas podés escribir al lado de una cuadrilla que está arreglando la calle.

-Y además hay una linda fauna en la zona: Spiner, Crook, Saccomanno.

-Sí. Mirá, yo no logré conocerla, porque me enteré cuando ya había muerto. La traductora de García Márquez al alemán vivía en Gesell. O sea, había una señora que estaba traduciendo Cien años de soledad acá. ¿Sabés lo que hubiera sido hablar con esa vieja?

-Hubiera sido una linda columna de Los viernes.

-Sí, la verdad que sí. Hubiera estado espectacular.

-Respecto de tu época como editor, ¿te pesó, con el paso del tiempo, haber sido editor de Emecé y de Planeta siendo tan joven?

-En Emecé entré a los 20 y me fui a Planeta a los 30. No sé, me lo tomaba como lo más natural del mundo, tenía mucha adrenalina y la verdad es que la de Emecé era una época donde se publicaba poco y mal, veníamos de la dictadura. La década del 80 fue ardua, porque había hiperinflación, amago de golpes militares, estaba la generación de los exiliados que volvían y querían el derecho a la palabra que se les había negado durante siete años y estábamos los pibes que decíamos “no, es nuestro tiempo”. La famosa dicotomía entre psicobolches y posmodernos. Pero fue muy nutricia. Hubo mucho diálogo entre nuestra generación y la de Piglia, Castillo, Briante, en el terreno literario. Por supuesto que hubo chispas y discusiones y cuestiones de estética o de ética, pero dialogábamos un montón. Yo, cuando escribía, pensaba “¿cómo va a leer esto Abelardo?”, de la misma manera que pensaba “¿cómo va a leer esto el pibe que iba a los mismos recitales que yo?”.

-Estaban en una transición generacional, digamos.

-Sí. Y los 90 para mí fueron el resultado de los 80. A mí me gustaron más los 80 que los 90: había demasiada plata, demasiado éxito, todo se empezó a distorsionar un poco.

-Muchos libros de rock de los 80 –Rockología, de Eduardo Berti, por sólo poner un ejemplo- reflejan eso.

-Mirá, te cuento una anécdota chiquita que para mí es una estampa de época. En la transición entre los milicos y Alfonsín, los artistas plásticos decidieron hacer una movida que se llamó “el siluetazo”, que era pintar en las calles del microcentro y alrededor de Plaza de Mayo figuras de desaparecidos. Yo era amigo del pintor Daniel Santoro, y fuimos. Estábamos pintando y de pronto alguien que estaba al lado me codea y me doy vuelta, levanto la vista y estaba Luca, parado, con anteojos negros, fumando un cigarrillo y moviendo la cabeza como diciendo “¡estos pibes!” (risas). Yo lo oía hablar a Daniel Santoro y me parecía un plomo la política. Lo único que quería era que terminara de una puta vez la dictadura y que tuviéramos libertad, me sentía mucho más cerca del rock que de la literatura y ni hablar que de la política. Si Luca en ese momento me hubiera dicho “vamos a tomar una ginebrita” me hubiera ido de una (risas).

Por Hernán Carbonel.

© LA GACETA

PERFIL

Juan Forn nació en Buenos Aires en 1959 y vive en Villa Gesell. Fue editor de Emecé y Planeta. Fundó el suplemento Radar de Página/12. En 2007 y 2017 obtuvo sendos Premio Konex en la disciplina Periodismo Literario. Publicó las novelas Corazones, Frivolidad, Puras mentiras y María Domeq; el tomo de cuentos Nadar de noche, las crónicas de La tierra elegida y Ningún hombre es una isla, y los cuatro volúmenes de Los viernes, antología de sus contratapas de Página/12. Actualmente dirige la colección Rara Avis en Tusquets.