Primero un pórtico de piedra y después un largo camino de álamos. El aire se vuelve silencio y el perfume a bosque invade todos los sentidos. La primera reacción es espiar, mirar entre las ramas de los árboles para ver qué hay al final de ese túnel verde y húmedo. Dan ganas de hacer silencio, de apagar la música y sólo respirar, respirar y observar hasta que aparece, misterioso, el castillo de piedra.

La vieja casona se esconde a los ojos como se esconde a los archivos. Su historia está más en la memoria de los tafinistos que en los libros o en las fotos de las bibliotecas. En los recuerdos de los veraneantes que de niños correteaban entre los nogales y entre las ruinas de una obra a medio terminar, que llamaban “El castillo de Servando”, aludiendo a su dueño original, Servando Viaña.

“Servando comienza a construir esta casona en 1964, según puede verse inscripto en una piedra de uno de los muros del frente. Tenía como particularidad el tamaño y la distribución, con varios sectores, probablemente porque se trataba de una familia ensamblada. No se sabe muy bien por qué, luego de abandonada la construcción, la gente comienza a llamarle castillo, probablemente por las dimensiones y por la altura. Por lo demás, era una casa de piedra, muy común en el Valle”, describe Inés Posse, diseñadora de interiores y actual host del hotel que abrió renovado este año.

Así era.
Así quedó.

Antes de las piedras, habían venido los árboles. En el terreno de cinco hectáreas, delimitado por el río, Viaña había hecho plantar 50 nogales, ciruelos, membrillos, una higuera, damascos, peras y el camino de álamos que hoy abraza a los huéspedes cuando entran a la propiedad. “La construcción quedó inconclusa durante 30 años, por eso la mayoría tiene el recuerdo de un lugar abandonado y hoy se sorprenden cuando lo ven funcionando. Nos llegan mensajes de muchísima gente que nos cuenta que venía aquí a jugar, al castillo de Servando, y a comer las frutas y a recoger las nueces”, cuenta Inés.

Un hotel en el castillo

El agrónomo Jorge Posse, hoy propietario del lugar, compró el predio y el “castillo” abandonado en 1987 con la idea de construir allí un hotel boutique que le diera un nuevo dinamismo a la oferta turística de Tafí del Valle y de Tucumán. Con un crédito público lograron terminarlo en 1997.

El castillo de Servando se había convertido entonces en el Castillo de Piedra, el primer hotel boutique de la zona, con muebles de estilo clásico rescatado de las casas de los Posse, otros comprados en anticuarios y otros tantos construidos a medida. Tenía un toque inglés en su decoración, con sábanas con detalles escoceses y paredes pintadas del típico verde que remite a ese estilo.

El arquitecto a cargo, Ricardo Simón Padrós, le brindó detalles de lujo como los vidrios biselados en todas las ventanas, las columnas y correas de quebracho talladas a mano por el artista local Nicanor Marcial, que fue el cuidador de la finca desde que Viaña comenzó a sembrarla. Una generosa piscina con jacuzzi en el parque completa el paisaje del parque, toda una excentricidad para la hotelería de la época en Tafí.

A partir de ahí comenzó un derrotero de administraciones, no todas exitosas, para gestionar el hotel. En total fueron tres, la última duró 20 años, pero en los últimos tiempos el lujo del hotel comenzó a perder brillo. Posse encargó a su sobrino, Felipe Posse, manager del hotel boutique Casa Lola (Yerba Buena), la recuperación y administración del hotel. Él, a su vez, le dio las riendas a su hermana, Inés.

Lujo despojado

“Comenzamos a trabajar en octubre en las refacciones y en ponerlo en valor al hotel. Era una tarea enorme, pero que no implicaba obras gruesas en sí, sino más bien replantear los espacios, restaurar muebles y cambiar el estilo. La premisa era recuperar todo lo que se pudiera, con la idea del reciclaje siempre. Nos quedamos con colores neutros, materiales naturales como los tejidos, el algodón, algo de tientos. El mobiliario es todo del hotel, fueron pocas las cosas nuevas que compramos, pero quedó totalmente distinto a lo que estaba”, describe Inés, quien se trabajó intensamente junto a la arquitecta Clara Petriz, su cuñada, para actualizar la deco del castillo para esta temporada.

LA GACETA / FOTO DE JULIO MARENGO

La artista Teresa Pasquini fue la encargada de reciclar las antiguas lámparas y arañas de hierro forjado del hotel y darles un look más moderno, siempre inspirado en la naturaleza. Incorporó al hierro accesorios en rafia y chapa, con diseños de hojas, mariposas, flores y algunos insectos. Todo el trabajo de tapicería fue realizado por José Mamaní quien en su taller El Churqui restauró sillas y sillones antiguos del hotel. Además, utilizaron para decorar los ambientes mantas, almohadones y alfombras de la Ruta del Tejido de Tafí del Valle.

El resultado es un lujo despojado, con múltiples escenas para admirar, contemplar e inspirarse. No hay estridencias más que la monumentalidad de la piedra en altura y la majestuosidad de la naturaleza que la contiene. Los detalles, una vez más, son los que guían la experiencia