2020 llega a su epílogo con preocupaciones que no lograron extinguirse a lo largo de un año cuya trama estuvo escrita con pandemia, muerte, pobreza, soledad y derrumbe económico. Ninguno de esos nudos están cerca de desatarse, pese a la merma en cantidad de casos de covid-19 y al tibio abrazo que comenzaron a poder darse los ciudadanos a partir de la flexibilización del aislamiento.

Los cálculos de la cartera sanitaria nacional indican que se necesitará, con suerte, un año entero para poder aplicar a un porcentaje importante de la población las primeras dosis de la vacuna. En Europa, el rebrote del virus provoca pérdidas de vidas, millones de contagios y la aplicación de medidas severas para restringir la circulación de las personas. La Argentina podría llegar a ese punto en los primeros meses del año que viene. Más allá de la preocupación que atrae el bicho en la salud y su singular manera de comportarse, a los gobernantes les pesa esa incertidumbre: no pueden planificar ni prever hasta cuándo la pandemia continuará hundiendo la economía, el empleo y los ingresos.

Lejos está de haber pasado lo peor. En Buenos Aires y en Tucumán prometen comenzar ya con el calendario de vacunación y avanzar de manera rápida y eficaz. Las palabras parecen cada vez más lejos de una realidad de logística que hace casi imposible pensar, según infectólogos y planificadores sanitarios, que pueda lograrse una inmunidad a una mayoría de la sociedad. Para colmo de males, una de las vacunas que va a adquirir Argentina -la de Pfizer- está siendo cuestionada y se está recomendando que no se la coloquen quienes padezcan alergias. Seguramente la novedad causará otra ola de desconfianza.

Alberto Fernández llega a este primer año de gestión con este escenario adverso. Sin embargo, ayer afirmó que está levantando el país, que la economía empieza a levantarse y que cumplieron la mayoría de las promesas que formularon en campaña “sin brotes verdes ni segundos semestres”, en alusión a eslóganes del macrismo en retirada.

El Presidente realizó estas afirmaciones cuando la realidad que sacude a los argentinos lo cachetea a él mismo en el rostro: la pobreza está cerca del 50%, la inflación cerraría el año al menos con un 40% (según algunas consultoras, rozará el 50%) y el derrumbe económico es el peor en casi tres décadas. Es cierto que en el medio está la pandemia, pero también que lejos está ese mundo ideal que pinta desde la Casa Rosada. Otra cuestión atraviesa su aniversario de gestión: la discusión de la ley de legalización del aborto. En un año tan irregular y único, atravesado por un virus mortal, lanza el debate que quiebra a la sociedad. Más allá de tomar postura “moral” sobre la ley, el proyecto podría ser un bumerán que le pegue en el cuello. Las elecciones de medio término le darán una noción sobre la conveniencia política de esa medida.

En Tucumán, Juan Manzur encaró una gira por Brasil para afianzar lazos comerciales, en medio de un fin de semana largo que provoca dolores de cabeza a las autoridades de salud. Temen que en 15 días haya un rebrote y otro 15 días después, tras los festejos por las Fiestas de Fin de Año. Empresarios que supieron acompañar al gobernador a otros de sus viajes internacionales volvieron mascullando bronca. Solo por lo bajo se atreven a decir que son apenas gestiones diplomáticas, que no se cierran casi negocios y que terminan siendo favorables sólo para los que comercializan productos verdes y ovalados. O sus derivados.

El mandatario se concentra en su “agenda externa” sin observar que en Tucumán hay mucho para solucionar. ¿O prefiere obviarlo? Se multiplican las protestas de estatales en general, el malestar del personal de la salud y los reclamos por mayor seguridad. Es cierto que el gobernador logró fondos para asegurar el pago de salarios y un puñado de obras que moverán un poco el amperímetro de la crisis del menos al más. Pero los tucumanos lejos están de mostrar conformidad o agrado con el primer tramo de la segunda gestión de Manzur.

Encima, el mandatario atraviesa una guerra fría subterránea por el poder en su propia tropa. Así termina 2020, con problemas inconclusos, ceguera estatal para verlos y batallas políticas que complican la posibilidad de que alumbren soluciones.