La belleza suele estar en el ojo del observador. Y eso, al pararnos frente a un espejo, puede convertirnos en verdaderos tiranos de la autoimagen.

El make-up siempre ha servido para cubrir imperfecciones o moldear nuestros rasgos, pero también hay quienes ven en su uso una herramienta para mitigar los efectos de ciertas enfermedades y lograr salir adelante. Ahí es cuando aparece el maquillaje terapéutico.

“Su objetivo es ayudar a disimular las afecciones cutáneas. Se trata de un maquillaje correctivo que tapa patologías como discromías, máculas y acné. Es utilizado también por mujeres con alopecia, cicatrices o para cubrir tatuajes”, explica la maquilladora María José Carrizo.

La diferencia central está en la composición de las bases, las sombras y los labiales que elegimos. Muy diferentes en calidad a las opciones que encontramos en las perfumerías. “Son productos dermatológicos, hipoalergénicos, súper cubritivos, de alta duración y resistentes al agua”, agrega.

La técnica beauty sirve por igual para tapar la rosácea y los eritemas. “En el maquillaje correctivo terapéutico lo primero que se tiene en cuenta es el biotipo facial. Hay que saber los cuidados propios de cada trastorno para evitar irritar o perjudicar al enfermo. Además, hay que usar make-up sin principios activos. Que no tenga ácido hialurónico o vitaminas extras. Deben ser productos neutros y con extrema atención a la bioseguridad”, advierte la maquilladora Marcela Pereyra.

Otro requisito para este neceser especial es trabajar con esponjas desechables y limpiar a diario las brochas. “Hay que lavarlas con jabón magro y desinfectar con alcohol 70/30 porque el mínimo de gérmenes o suciedad que ingrese puede provocar infecciones o irritación. Pensemos que estamos ante pieles sensibles cuya alerta es mayor al hablar de personas con celiaquía”, enfatiza.

El valor agregado

Aunque ya pasaron más de 20 años, Josefina Sepúlveda aún recuerda el rechazo que sintió al ver cómo sus compañeros se reían de las manchas de vitiligo que tenía en el cuerpo.

“Pasé épocas muy malas y durante la adolescencia evitaba hasta sacarme fotos. Vivía con gorra y lentes para intentar camuflarme”, rememora la estudiante universitaria.

La cosa cambió al cumplir los 16, cuando una prima le pidió ser su modelo en una clase de cosmética. “Fui, sin estar muy convencida, y después vino la magia. En media hora ella logró que mi cara quedara homogénea y delicada. Algunos tildarán la frase de superficial, pero el maquillaje mejoró mi calidad de vida. Obtuve la seguridad que necesitaba para socializar y encontrar pareja”, afirma la nutricionista.

La esencia de esta metamorfosis se repite en la mayoría de los casos. “Hay un detrás de escena en las típicas producciones de revista con que relacionan al maquillaje. Y en ese otro mundo existen quienes sufren por no corresponder a los estereotipos de belleza. -reflexiona Pereyra-. Me tocó maquillar a una clienta que sufrió quemaduras severas por la explosión de un calefón o a una nena que se sentía fea y rechazaba salir de su casa porque tenía un angioma grande en la mitad del rostro”.

Carrizo describe la experiencia como una “caricia para el alma”. “La transformación no sólo se da en el aspecto físico, sino también en el fortalecimiento emocional”, asegura la profesional en relación con el impacto psicológico que causa el bienestar estético.

Oncología

Con el propósito de crear una red inmensa de afecto y de contención, hace dos años Laura Maldonado fundó el Programa Irene: un servicio de atención gratuita en el que se acompaña a los pacientes oncológicos a lo largo de todos los estadios de su enfermedad.

La propuesta tiene por foco aliviar los efectos físicos secundarios a través de tratamientos faciales y corporales que alivien las sensaciones producidas por la radioterapia, la quimioterapia o las cirugías. Y en este aspecto, el maquillaje tiene su lugar.

“En los talleres se enseña a pintarse sin dañar la piel (esta puede sufrir una deshidratación importante, edemas e hiperpigmentación por nombrar algunas patologías) y a dibujar las facciones para encontrarnos de nuevo o descubrir facetas desconocidas. A veces, a las participantes les encanta jugar y cambiar sus rasgos, lo que hace los encuentros divertidos”, detalla la dermatocosmiatra hospitalaria.

En los encuentros otro de los focos está en aprender qué pañuelos o turbantes hay que utilizar y las diferentes maneras de proteger las pelucas.

“Hoy, la mujer está en constante presión por la mirada estética. Cuando nos enfermamos nuestras prioridades son otras y bajo esas tensiones -a veces- cuesta salir a la calle sin sentirnos juzgadas. El beneficio que otorga el maquillaje es volver a vernos con nuestro tono de piel, recuperar las cejas que nos enmarcan. Lo importante es salir seguras y sin miedos (que ya tenemos bastante con el cáncer). Hay momentos en que verse en el reflejo da ese ánimo que no encontrábamos, esa motivación necesaria”, considera Maldonado, miembro de la Asociación Argentina de Estética Oncológica.

Cosmética sin T.A.C.C.

Muchos de los productos skin care que circulan en el mercado están hechos con cereales. Así que su uso no es recomendado para quienes tienen celiaquía o intolerancia. En estos acasos hay que evitar maquillajes y cremas que usen aceite de germen de trigo o vitaminas procedentes de la avena y el centeno (estas se suelen usar para nutrir el pelo o como aglutinante para dar forma a los labiales). Los cosméticos tampoco deben tener ftalatos o derivados de grasa animal (ya que podrían contener restos de gluten).