La historia nos lleva a casi un siglo atrás y comienza con un aviso publicado por nuestro diario que anunciaba la muerte de un ciudadano norteamericano. Hasta ahí no parece nada extraño, pero qué podría tener de interesante... y a eso vamos.

El aviso anunciaba que “mr Jhon Wisburt” había muerto en el Hospital Británico de Buenos Aires “el pasado 6 de junio de 1926”. Seguimos con la incógnita. En la publicación se anunciaba que el hombre de profesión ingeniero y de 32 años “residió en Tucumán desde febrero de 1923 hasta el 17 de diciembre de 1925”. Otro dato interesante pero aún falta para el tema de fondo.

El albacea testamentario del ingeniero, Henry Peabok, “llama y emplaza por el término de treinta días a contar desde esta primera publicación, a una señorita (cuyo nombre se ignora), habitante de esta ciudad de Tucumán y que deberá ser identificada de acuerdo a ciertos detalles que se enumerarán”.

Esta primera publicación ocurrió el 19 de junio de 1926 y debe haber generado bastante curiosidad en los tucumanos, y en las tucumanas aún más. La dama en cuestión, si aparecía, se iba a convertir en la heredera de todos los bienes de Jhon. Pero eso no iba ser tan sencillo, la mujer debía cumplir ciertos requisitos.

Los rastros eran pocos. En el aviso se indicaba que el ingeniero no tenía familia alguna en Argentina ni en su país natal y que era “su deseo y última voluntad dejar heredera de todos sus bienes a una señorita de su relación, cuyo nombre no podía recordar en esos momentos, pero que por el tiempo que se indicaba antes, habitaba en Tucumán, en una calle próxima a una plaza bordeada de naranjos” y agregaba: “vivía con sus padres y otros miembros de su familia y un hermano, que era empleado por entonces de la Casa de Gobierno o de un banco”. Al parecer muy pocos datos para lograr el objetivo de encontrarla.

La búsqueda estaba abierta. En el mismo aviso se explicaba que el hombre ya moribundo no pudo aportar más datos sobre la dama y aseguró no poder acordarse del nombre ni el domicilio. Más incertidumbre. Y con ello se abría un arduo trabajo para el albacea.

Pero el mismo Wisburt dio la solución para la identificación precisa de la mujer al indicar: “sería identificada si podía contestar satisfactoriamente a cuatro preguntas, que los testigos presentes anotaron, como así las respuestas que con aquellas debían concordar. Minutos después falleció el nombrado Jhon Wisburt, a quien Dios tenga en su santa gloria”.

Hasta el momento toda una novela de amores, cariños, recuerdos y reconocimientos con todos los condimentos para quedar sin resolverse. No nos olvidemos que esta fue la primera publicación y aún quedaban 29 días como imponía el testamento.

“Se ruega a la señorita en cuestión a la cual va dirigido el presente aviso, se presente en el término de 30 días, a contar desde esta primera publicación, en las oficinas de LA GACETA, cualquier día laborable de 16 a 17 horas, donde se hallará presente el referido señor albacea, acompañado de un escribano, ante quienes la señorita que se crea con derecho, deberá responder las cuatro preguntas”. De esta forma se anunciaba la forma de contactar al representantes legal del muerto.

Como vemos nuestro diario iba a ser el escenario de tan increíble historia de reconocimiento y entrega de la herencia. Finalmente don Peabok expresaba que en “caso de coincidir exactamente, se dará por identificada la personalidad de la interesada y, acto seguido, se le hará entrega del legado, de acuerdo al inventario”.

El tema quedaba abierto. Los tucumanos, expectantes, esperaban el desenlace. Preguntas debe haber habido muchas. ¿Quién sería la muchacha? ¿Será real? ¿Habrá existido? ¿Cómo no se acuerda del nombre ni de la dirección? ¿Qué relación tuvieron? Para dilucidar esos interrogantes habría que esperar un mes, tiempo impuesto por testamento. De no resolverse, el tiempo pondría un manto de olvido y la historia se olvidaría.

Podemos decir a esta altura del relato que la historia sí tuvo un final. La mujer se presentó en nuestras oficinas y cumplió con los protocolos. Y no hubo que esperar tanto como se cree.

El aviso volvió a ser publicado en nuestra edición 4241 del día 20 de junio de 1926. Y en esa misma jornada la “dama incógnita” dejó de serlo al ingresar en nuestra redacción pocos minutos antes de las 17. Allí la esperaban Peabok, el escribano y redactores de nuestro diario como testigos del hecho.

Al día siguiente nuestra crónica informaba: “la señorita M.E.P., a quien acompañaba su señor padre, declaró con la emoción consiguiente, ser la heredera del fallecido Mr. Wisburt y que estaba dispuesta a someterse a la prueba que permitiría su identificación”. A continuación y con las formalidades del caso, “el escribano Amadeo Tovía procedió a formular las cuatro preguntas dictadas por el finado, a las que sin vacilar, contestó la señorita M.E.P.”.

En la crónica se indicaba que los avisos se publicaron por dos días nada más, y que “han sido leídos con extraordinario interés” y agregaba: “ha tenido en suspenso la curiosidad del público”. Además se reconocía que con tan pocos detalles sobre la dama “hubiera resultado tarea casi imposible la encomendada al albacea”. A párrafo seguido se reconoce que la enorme difusión del caso hizo que en apenas dos días la cuestión estuviera resuelta.

Las cuatro preguntas y sus respuestas fueron:

¿Qué defecto físico tenía Mr. Wisburt?

La falta del dedo anular de la mano izquierda.

¿Cuál es su virtud dominante?

Decir siempre la verdad.

¿Cuál es su bebida preferida?

El agua… con 95% de whisky.

¿Cuál es su placer favorito?

Fumar cigarrillos “43”, “Príncipe de Gales” o “Plus Ultra”.

“Terminado el breve interrogatorio, el escribano la declaró heredera de todos los bienes”, informaba el cronista.

Finalmente se iba a dilucidar qué herencia recibiría M.E.P. “El albacea hizo entrega de una cajita de madera artísticamente trabajada cuyo contenido de extraordinario valor pasamos detallar”. A partir de allí la sorpresa fue mayúscula. El contenido era: 225 marquillas vacías de los cigarrillos “43”, 150 de “Príncipe de Gales”, 175 de “Plus Ultra” y “unas bases del actual Gran Concurso de las provincias del Norte, organizado por la Casa PIccardo”.

Nuestro relato permite aclarar, un poco, los beneficios de la herencia, al indicar que “se encuentra con el total de 550 marquillas, dueña de 22 posibilidades para conseguir otros tantos premios del Gran Concurso, ya que como es sabido, cada cupón se canjea por sólo 25 marquillas y cada cupón representa la probabilidad de ganar alguno de los tres mil setecientos premios que se otorgan”. No sabemos si la señorita ganó algo ni si participó del concurso.