Por Roberto Espinosa

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Desierto. Nocturnidad. Cielo. Cascabeles. Ríen estrellas. Música de agua. Berrinches de roldana. Dos siluetas deshojan su sombra en la arena. La mirada del silencio las reconoce. Cabellos de oro las enlazan.

- No quería salir llena de arrugas. “Acabo de despertarme… estoy toda despeinada… he nacido al mismo tiempo que el sol”, le dije. Se ve que el engreimiento ya aleteaba en la luz de mi primer día, es quizás nuestra forma de atraer y al mismo tiempo, de poner distancia…

- Perder la libertad puede ser doloroso. Aunque siempre dependemos de los afectos. Animales sensibles, construimos amables cautiverios de los que creemos que podemos salir en cualquier momento, hasta que descubrís que los sentimientos te han entrampado.

- Siempre queremos gustar. Seducir hasta al más abúlico, al indiferente. Necesitamos que ponderen nuestros atributos. “Eres hermosamente única… perfumas mi vida… tus pétalos cosquillean mi deseo…” De algún modo, la apariencia nos condiciona y hasta te diría que nos condena, vaya a saber.

- La libertad no tiene precio, pero sí costos. La soledad es una vieja compañera. ¿De qué sirve un atardecer si no tenés con quién compartirlo? Por las noches, esperamos en vano, sabiendo de antemano que nadie vendrá.

- Dicen que es mejor no escucharnos, menos comprendernos… solo contemplarnos, venerarnos, respirar la fragancia del corazón, dejar que la sensualidad inunde tus poros. El pudor nos hace más sexis, ¿qué opinás?

- El recato es como el silencio, tiene magia y misterio. El enigma de no conocer lo que piensa el otro, lleva a veces a adivinar y no se puede andar por la vida descifrando lo inescrutable. Es desgastante. Y aunque el lenguaje es fuente de malentendidos, la palabra es esa mano tendida que permite conocernos a través de esa ida y vuelta.

- Él necesitaba a quién querer, cuidar… le pedí un biombo para protegerme de las corrientes de aire y luego una campana por el frío... Debe haber pensado que era hueca, tonta. Pensándolo bien, las contestaciones de mis espinas lo desconcertaban. Solo atiné a sugerirle que fuera feliz. “Tenía que haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias. ¡Son tan contradictorias! Yo era demasiado joven para saber amarla”, le reveló, mientras él intentaba reparar el avión.

- Los independientes valoramos el albedrío cuando lo perdemos. Yo le pedí ser su amigo, él no quería, pero al final, aflojó. Ha pasado mucho tiempo desde que se fue y sin embargo, lo extraño. Su voz, su carcajada, esa perseverancia para preguntar y nunca responder lo que le preguntaban… Una rara sensación me invade: la ternura del recuerdo y la tristura de la ausencia. Cuando parten los seres queridos, en realidad, uno llora no por el que se fue, sino por uno mismo porque ya no lo tendremos para compartir lo cotidiano. Se me ocurre que uno busca querer a alguien -y que a uno lo quieran- para sentirse menos solo.

- Me invade una dulce añoranza… Estoy sola, pero acompañada. Parpadea su sonrisa en mi alma. Las apariencias engañan. Me hizo única en el mundo entre mis pares, le pertenezco. ¿Qué habrá sido de él y del piloto? ¿Qué estamos haciendo los dos en este desierto?

- ¡Mirá el cielo! Parece que un pequeño planeta titilara. Este hombrecito de cabellos color trigo me sacó de la monotonía de perseguir pollos y de driblear a los cazadores. Al domesticarme me hizo único entre mis semejantes y responsable del lazo que nos une. Después de todo, la amistad es un poema que se va escribiendo a lo largo de la vida. ¿El amor nos esclaviza o nos libera? Dicen que no se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos. ¡Escuchá esa estrella que cascabelea una risa! Tal vez esté soplando las 120 velitas del nacimiento del Toño, ese aviador que despliega aún las alas de su sabiduría en la memoria del tiempo.

© LA GACETA

Roberto Espinosa – Periodista y escritor.