El Estatuto Provisional de 1815, dictado “para el régimen y gobierno del Estado” que adopte “las medidas más exactas para proporcionar la felicidad común”, establece en su Sección Tercera – Del Poder Ejecutivo, la Elección y Facultades del Director de Estado. El artículo 30 de ese Capítulo I determina que quien ocupará ese cargo “luego que se posesione del mando, invitará con particular esmero y eficacia a todas las Ciudades y Villas de las Provincias Interiores para el pronto nombramiento de Diputados, que hayan de formar la Constitución, los cuales deberán reunirse en la ciudad de Tucumán”.

Esa cláusula es la razón instrumental por la cual al año siguiente, el 9 de Julio, San Miguel de Tucumán se convertirá en la ciudad histórica y acuñará el apelativo de “Cuna de la Independencia”. ¿Pero cuáles son los motivos históricos por los cuales se escogió este terruño? ¿Por qué aquí y no en cualesquiera otros distritos de las Provincias Unidas?


Pocas posibilidades

Una primera respuesta, formulada por el historiador Carlos Páez de la Torre (h), consiste en la inconveniencia que representaban la mayoría de los otros enclaves. Hace cuatro años, durante la celebración del Congreso del Bicentenario, el académico tucumano y periodista de LA GACETA reconoció que pesaron las opiniones de tres redactores del Estatuto Provisional (Esteban Agustín Gascón, Tomás de Anchorena y José Mariano Serrano) quienes por distintos motivos, habían estado en Tucumán. Pero hizo hincapié, también, en que por razones variadas, “había que descartar a Buenos Aires; a las provincias de Artigas, lo mismo que a la sospechosa Córdoba; a Santiago del Estero, que despertaba desconfianza; a Rioja y Catamarca, que estaban lejos; a Mendoza y a San Juan, que no presentaban muchas seguridades, y a Jujuy y Salta, demasiado próximas a la frontera con los realistas. (…) Es verdad que no había numerosas posibilidades de elegir otra sede”, reconoció.

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En el trabajo Una difícil centralidad. El clima político en Tucumán en tiempos del Congreso, publicado en 2016, Gabriela Tío Vallejo y Facundo Nanni identifican las convulsiones que afectan a buena partes de estas provincias. Los historiadores repasan que en Córdoba gana la gobernación José Javier Díaz, quien se distancia del Directorio. Su filiación a la Liga de los Pueblos Libres, que conduce José Gervasio Artigas, determina la separación de La Rioja, gobernada por Ramón Brizuela y Doria. El caudillo oriental controla las provincias del Litoral y en Buenos Aires hay una tensa interna entre federalistas, que buscan un entendimiento con el artiguismo, y los centralistas. “También en Santiago del Estero, un sector autonomista organiza un movimiento para separarse de Tucumán, de la que depende desde 1814 por la creación de la Provincia, pero son aplastados por Bernabé Aráoz. En Salta, las desavenencias entre José Rondeau y Martín Miguel de Güemes darían espacio a intentos de autonomismo jujeño”, puntualizan los investigadores del Conicet. Cuyo -destacan- era la base del poder de José de San Martín, quien a partir del directorio de Juan Martín de Pueyrredón (es nombrado en 1816) se aboca a la campaña libertadora de Chile y de Perú.


Mucha lealtad

Tucumán no es escogida sólo por descarte de otras provincias. La Batalla de Tucumán, destacaba Páez de la Torres, fue una muestra de lealtad incontrastable a la causa libertaria, mediante el aporte de recursos materiales y de combatientes. Correlativamente, la presencia del gobernador Bernabé Aráoz era una garantía inobjetable de fidelidad al gobierno nacional. “Había demostrado una adhesión sin eclipse a las tesituras del poder central. Y Aráoz mantenía esa alineación a raya, además de garantizar la atención celosa de las necesidades del Congreso. Los diputados podrían, así, deliberar sin sobresaltos”, expuso el académico.

A ello, agregaba, se sumaba la convicción de San Martín de que esta provincia debía convertirse en la mínima frontera norte del territorio emancipado. Tío Vallejo y Nanni puntualizan otro elemento material. La desastrosa derrota en la Batalla de Sipe-Sipe, en noviembre de 1815, marca el final de la larga lucha por mantener al Alto Perú en la órbita rioplatense . “Los restos del Ejército Auxiliar del Perú regresan a Tucumán bajo las órdenes de Manuel Belgrano. En pocos meses se convertirá en el principal garante del poder del Directorio (…) y jugará un importante papel en la gobernabilidad de las provincias. En Tucumán, mínimo límite septentrional de la revolución, era necesario sostener esta condición ya no con las armas, sino con las instituciones”.


Creciente infraestructura

Hay también razones de infraestructura. A lo largo de numerosos artículos publicados en nuestro diario, en su columna diaria “Apenas ayer”, Páez de la Torre puntualizaba que al convertirse Tucumán en la sede del Ejército del Norte, pasa a contar con un hospital militar muy bien provisto, lo cual es un adelanto enorme en el contexto de hace dos siglos. A ello se suma que se pagan salarios de soldados y oficiales, quienes los gastan en los comercios radicados aquí, lo cual genera el crecimiento de numerosas actividades, así como también el desarrollo de nuevos emprendimientos.

“La ciudad tiene ahora un hospital y una fábrica de fusiles, han surgido nuevas actividades y algunas viejas se han ampliado y han adquirido un ritmo frenético; el ejército necesita ropa, calzado, comida, armas, asistencia sanitaria”, consignan Tío Vallejo y Nanni.

Todas estas cuestiones, por cierto, son las que están en la superficie del lejano principio del siglo XIX argentino. Debajo de la coyuntura, en el sustrato de aquella hora genuinamente americana que desembocará en la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hay una situación más. Tucumán fue la sede del Congreso de 1816 porque este es un momento de la historia en el que se está replanteando nada menos que la centralidad de Buenos Aires.


Menguante hegemonía

José Darregueira, diputado por Buenos Aires, llegó temprano a Tucumán, a fines de 1815, lo que dio ocasión para gestar redes y anticiparse a algunos debates de cara a la apertura del recinto, en un clima, según su entender, influido por un notorio “desprecio a la representación de nuestra ciudad y de toda nuestra provincia”. Fray Cayetano Rodríguez, diputado por Buenos Aires, preparaba su viaje al norte mientras se carteaba con José Agustín Molina. Despejando los temores de su amigo tucumano con respecto a la elección de San Miguel como sede del Congreso, le contestaba enérgico: “¿Y dónde quieres que sea? ¿En Buenos Aires? ¿No sabes que todos se excusan de venir a un pueblo a quien miran como opresor?”. La cita que forma parte de “Una nueva centralidad” les permite a los autores poner en clima de situación uno de los debates centrales que atraviesan el contexto del Congreso de 1816.

Tío Vallejo y Nanni identifican, en un suceso en particular, una suerte de punto de inflexión en las relaciones entre Buenos Aires y el resto de las provincias: En abril de 1815, una división del Ejército destinada a luchar en Santa Fe se subleva contra Alvear en Fontezuelas y pone fin a su directorio.

Justamente, destacan los historiadores, los sucesos de 1815, en cuanto a las relaciones entre las ciudades, terminarán con la naturalidad implícita de la sede porteña de la autoridad central. “En la primera etapa de la revolución, la dirigencia instalada en Buenos Aires había logrado hacer reconocer, aunque a regañadientes, su condición de hermana mayor en la tradición de la jerarquía borbónica de ciudades. (…) 1815 marca el límite de este modelo”, especificaron.

Quién es quién en el Congreso; cómo fueron las celebraciones de la Independencia y cómo evolucionó el significado (y el edificio) de la Casa Histórica.

Luego de la crisis de Fontezuelas, precisan Tío Vallejo y Nanni, “las ciudades renegocian el pacto”. Y el gobierno central, precisamente, ofrece nuevas condiciones. Eso es el Estatuto Provisional de 1815 y la convocatoria a un congreso constituyente. El Estatuto Provisional de 1815 daba representación a la campaña, introducía la representación proporcional de acuerdo con la población (con esto se derogaba la vieja representación según la jerarquía borbónica) y pautaba la elección de gobernadores por sufragio popular. “La posibilidad de un Congreso reunido en los términos establecidos por el Estatuto significa un nuevo modelo de relación de las ciudades con Buenos Aires, que inaugura una solidaridad transversal. (…) Hay una geografía patriótica que se redefine, en donde Buenos Aires ha dejado de ser el centro”.

La guerra, diagnostican los catedráticos tucumanos, ha redimensionado las relaciones y ha generado vínculos tanto entre las ciudades como entre los dirigentes. Hay un fortalecimiento de las identidades -identifican- y un consecuente alejamiento respecto de la elite portuaria por parte de las comunidades que sostenían a esa elite con hombres y con recursos.

Los cambios establecidos por el Estatuto Provisional reflejan viejas situaciones, reseñan Tío Vallejo y Nanni. Y a la vez, exponen nuevas acontecimientos. Tucumán, al albergar el Congreso de 1816, es también la sede de nuevas realidades. Lo que tiempo después será la Argentina, comienza a delinear su rostro en ese momento. Y también algunas de sus cicatrices.