“Ñoccaicu cai americacc anti suyumpi tantascca, llacctacunacc rantin ñoccaicuman pacchacamaccta waccyaspa llacctaycucc sutimpi, llacctaycucc camachiynimpi hanac-pachaman cai pacha tucui llacctacunaman, tucui runacunaman soncoycucc llamppu, checcan unanchayninta, ricuchispa rimariycu yachachiycu muyupachacc ccaillampi…” A simple vista, la cita pasa casi desconocida para la mayoría de la población.

Y sin embargo el asunto cambia apenas una traducción después. “Nos los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres...”.

Aquel 9 de Julio de 1816, el Virreinato del Río de la Plata comenzaría un nuevo ciclo. Uno en el cual la palabra libertad brotaría a chorros de realidad por la boca de los criollos. Todo a partir de un acta redactada a dos columnas: a la izquierda, en castellano. Y a la derecha, en lengua quechua o aymara.

El escrito bilingüe es uno de los puntos del revisionismo histórico y, hoy más que nunca, apela por visualizar el rol de las comunidades indígenas en procesos tan propios como la emancipación de América.

En su libro “Morir por la patria: participación y militarización de los sectores populares en Tucumán. 1812-1854”, Marisa Davio detalla esta cuestión. “Desde el proceso revolucionario de 1810, los sectores populares tienen una participación activa y fundamental para que la guerra se lleve a cabo porque formaron parte de las milicias y el ejército de línea. Estos eran considerados los estratos más bajos de la población por su grado de subordinación con respecto a las élites y estaban compuestos por los indígenas, los negros, las mezclas étnicas (como los zambos y los mulatos) y los españoles pobres”, comenta la investigadora adjunta del Instituto Superior de Estudios Sociales (Conicet-UNT).

Aproximativamente unas 1.000 copias fueron repartidas en quechua y unas 500 en aymara. Aunque otras difusiones se vieron truncas y el desentendimiento político entre Buenos Aires y la zona del Litoral llevó a que el escrito patrio no se traduzca en guaraní.

Por lo demás tanto próceres como el resto de los habitantes mantenían una utopía realizable: crear un Estado soberano que contemple las diferencias étnicas e idiomáticas.

Detrás de las puertas del Congreso de Tucumán, fue Manuel Belgrano quien dio un paso más al proponer la instauración de una monarquía incaica como forma de gobierno.

“La petición, apoyada por San Martín y Martín Miguel de Güemes, era que un cacique descendiente de los Incas fuera puesto al poder y que la capital se geste en Cusco. En ese entonces el respeto por los indios y sus premisas eran admiradas”, comenta Emilio Armando Ibarra, profesor de historia en la escuela de quichua “Yachachej Guillermo Walter Gutiérrez”. La institución, vigente desde 1984, funciona en la Universidad Tecnológica Nacional.

DECLARACIÓN. Fue traducida y difundida en dos lenguas autóctonas.


Rastros dorados

Al mirar con detenimiento nuestros emblemas nacionales, hay pequeñas huellas que sincretizan culturas. “Es posible que la atracción que se sentía hacia los incas haya servido de inspiración para elaborar los símbolos patrios. Por ejemplo, está el detalle del sol en la bandera y el escudo, siendo este la divinidad más importante del imperio. Nuestro escudo fue hecho por Juan de Dios Rivera, un mestizo partidario de Túpac Amaru”, explica Olga Sulca, profesora de la cátedra Historia indígena americana y extra americana en la UNT.

Otra relación está en la estrofa “Se conmueven del Inca las tumbas. Y en sus huesos revive el ardor” de la versión original del himno.

Sulca explica que antes tras la revolución del 25 de Mayo, la idea de unidad junto a los primeros pobladores del territorio natural ya estaba vigente. “Hay un antecedente de estas traducciones en la Asamblea del año XIII (convocada por el Segundo Triunvirato), instancia en que se aprobó la Ley de Abolición de la esclavitud, la mita y el yanaconazgo. Esa ley también se confeccionó en quechua y en aymara para difundirla entre los pueblos indígenas del Norte”, agrega la docente con con una especialización en Historia y antropología andina.

Entre los líderes a favor de los indígenas, un personaje de notoria relevancia fue Juan José Castelli. “Él escribió, en 1811, una disertación llamada la 'proclamación de Tiahuanaco'. Se trataba de un llamamiento para que los indígenas se alzaran en armas contra los Realistas y en el cual se reconocían sus derechos”, explica la especialista en relación a aquellas palabras sembradas frente a las ruinas del actual territorio de Bolivia.


El cóndor pasa

De ser tratadas con respeto en 1816, Ibarra recalca que las comunidades aborígenes acabaron por ser despojadas de sus tierras durante la segunda mitad del siglo XIX. Pese a estos registros finales, ayer las ganas de homenajear en carne propia la historia fueron más fuertes.

Frente a la Casa Histórica, el docente entonó junto a la coordinadora Jimena Gutiérrez Vásquez y Fernanda Soria (vicedirectora de la escuela de idiomas) unos versos del himno en la lengua ancestral. En el pequeño acto, algunos detalles hicieron que aquellas postales albicelestes típicas del 9 de Julio cambiaran de tonalidad.

“El asta es de nuestra bandera es de algarroba, un árbol sagrado. Y en la punta hay una pirámide inacabada que simboliza como la gran cultura de lo incas quedó trunca. Además, al igual que la wiphala, la enseña es cuadrada porque percibimos el ideal de una sociedad de iguales”, reseña el grupo.

Arriba un cóndor color óxido (ave sagrada que comunica el mundo humano con los cielos) observa las paredes blancas de entrada.


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