Por chat: esa metodología propuso Eduardo Levy Yeyati (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 1965), doctor en Economía y decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, para hacer esta entrevista y así aconteció. Es una primera vez en un género periodístico tradicionalmente caracterizado por la conversación cara a cara. Pero la cuarentena y el aislamiento han producido adaptaciones impensadas en la comunicación humana, y lo que antes lucía como un pecado inaceptable hoy parece una oportunidad interesante. Levy Yeyati precisa que él ya aplicaba este formato desde hace un año y que lo inauguró con el periodista porteño Chani Guyot para su proyecto Redacción. En esa ida y vuelta de mensajes de WhatsApp, el entrevistado contestó preguntas con una paciencia destacable. El intercambio se desarrolló entre el miércoles y ayer, y un concepto quedó retumbando: “el mensaje de la expropiación de Vicentín espantaba a los pocos inversores que pueden sacarnos del pozo”.

-¿Cuál es su corazonada sobre el sinuoso proceso de negociación con los tenedores de bonos? ¿Termina bien o termina mal, o, aunque termine bien, ya termina mal?

-A esta altura, las distancias son tan cortas que se necesitaría mucha impericia para no llegar a un acuerdo. El mayor peligro que veo es que repitan el error de 2005 mediante la introducción de algún instrumento oscuro como lo fue el cupón asociado al producto bruto interno (PBI) que, como es un pago contingente, les sirva para anunciar una quita mayor a la real. Esto sería muy penoso: al votante no le importa tanto si el valor de la oferta es 49 o 51, pero la pobreza que no se atiende con el dinero que se suele perder con estos inventos exóticos es un costo permanente.

-¿Usted entonces es crítico respecto de la idea de atar el acuerdo de 2020 al resultado del comercio exterior porque entiende que esa variable puede ser distorsionada?

-No solo eso. Estos activos exóticos son como los bienes con una demanda muy específica: tienen poca liquidez y eso reduce su precio de mercado. Si emito un instrumento “raro” como el cupón indexado al PBI, que, además de su exotismo, está mal diseñado, y es muy difícil de valuar y tiene un riesgo imposible de cubrir con otros instrumentos, lo más probable es que sea valuado a una tasa de descuento más alta y a un precio por debajo de su valor real. En 2005, el mercado pagó dos centavos de dólar por el cupón, cuando los modelos estimaban su valor en cuatro centavos. Es decir, que vendimos el cupón a la mitad de su precio. Por eso, y no porque después crecimos más de lo esperado, terminó siendo un buen negocio para los acreedores y un mal negocio para el país.

-Antes usted dijo que es casi imposible no acordar con los bonistas, a menos que la impericia se imponga. ¿Considera que la Argentina complicó innecesariamente la negociación?

-Creo que la estrategia de desgaste, y la práctica de usar al Fondo Monetario Internacional, y a algunas celebridades internacionales, como (el economista Joseph) Stiglitz o el Papa, para ablandar la posición de los acreedores fue contraproducente. Estiró demasiado el proceso, en parte por la lentitud del equipo económico en entender del tema y poner en claro una propuesta, lo que obligó a pagar más de 4.000 millones de dólares de servicio de deuda para evitar el default. Además, los apoyos morales no suelen conmover a los acreedores, como no lo hicieron durante el último default. Por último, convenció al Gobierno de hacer una primera propuesta agresiva que, al fracasar, fortaleció la posición de los fondos y obligó al Presidente (Alberto Fernández) a tomar cartas en el asunto con escaso margen de negociación. Podría haberse resuelto mucho más rápido y, probablemente, más barato.

-En medio de este escenario tan complejo y delicado, ¿cuál es su lectura del caso “Vicentín”?

-Desde el punto de vista económico, la expropiación era un error por tres razones. Primero, iba a salirnos cara, como salieron caras las expropiaciones del Grupo Greco o de YPF, que aún estamos pagando. La Argentina debe ser el único país en el que los rescates de empresas favorecen sólo al empresario fallido. Segundo, la medida era innecesaria: la empresa estaba en concurso y había interesados en capitalizarla por lo que la quiebra no era inminente. Y, como en otras partes del mundo, el Estado puede rescatar empresas inyectando liquidez contra acciones preferidas o con deuda convertible en acciones, de modo de recuperar la inversión cuando la empresa sale a flote. Esto se vio en los Estados Unidos en 2008 con los rescates de dos automotrices, y se verá en Europa con las aerolíneas, por ejemplo. La expropiación, en cambio, es un camino de ida. La tercera razón es que daba el mensaje de que un gran inversor fallido puede ser expropiado, lo que espanta a los pocos potenciales inversores en petróleo, minería, alimentos o infraestructura que podrían sacarnos del pozo en 2021. Curiosamente, esto contrapesa el efecto benigno de un acuerdo con acreedores. Pero sospecho que la motivación no era la quiebra improbable de la empresa ni la más improbable soberanía alimenticia, sino la ambición ilusoria de controlar el mercado de divisas o el precio de los granos.

-¿Qué opina de la aversión a la inversión extranjera como argumento del Gobierno para involucrarse en Vicentín?

-Es un argumento también esgrimido para empresas consideradas estratégicas por la Unión Europea en un documento reciente sobre el tema. Aún concediendo que sea aplicable al caso de Vicentín, puede asistirse a la empresa sin violar el procedimiento concursal. Incluso puede solicitarse la emisión de acciones como contrapartida de una inyección de dinero o el refinanciamiento de las deudas de la empresa con el sector público. Espero que estos sean los caminos que se tomen a partir de ahora. Mi crítica principal a la expropiación, más que a los argumentos, que han sido varios y cambiantes, es al instrumento, porque resultaba innecesario y costoso en más de un sentido.

-Sé que es muy reciente, pero, en relación con este tema de la estatización, quisiera conocer su percepción sobre la salida de la compañía Latam, sobre todo porque beneficia directamente a Aerolíneas Argentinas.

-En efecto, es muy reciente. Mi impresión es que la aerolínea pidió el aval del Gobierno para una reducción temporal de salarios, no la obtuvo y cerró operaciones. De nuevo, esto tiene una lectura literal: las aerolíneas saben que no serán rentables en los próximos años, y deciden dónde continuar y dónde recortar. Y también tiene una lectura política: no les interesa correr con esos costos en una Argentina en la que presienten que serán discriminados a favor de Aerolíneas.

-Esto me lleva a preguntarle sobre cómo define la seguridad jurídica existente en el país, y su impacto en la economía en el corto y mediano plazo.

-Aclaro que no es mi campo, sólo puedo hablar como observador y, un poco, como empresario mipyme. En pocas palabras, creo que nuestro sistema judicial es una de las barreras más críticas para nuestro desarrollo. Y que, a diferencia de los otros dos poderes, que tienen contrapesos cruzados y elecciones universales, la Justicia es un club cerrado al que es difícil reformar desde afuera.

-Usted escribió un libro en colaboración con Marcos Novaro sobre el “vamos por todo” de la anterior experiencia kirchnerista. ¿Volvió ese mismo lema o entrevé algo distinto a partir de la incorporación del presidente Fernández?

-No creo que Fernández sea Fernández, creo que es un Fernández distinto. Pero su coalición es endeble, y la crisis sanitaria lo sube en las encuestas como cuando uno barrena una ola para dejarlo caer cuando la ola rompa. Es posible que el Presidente sienta esto y conceda, y entonces vemos la creciente influencia de la primera (Cristina Fernández de Kirchner) sobre el segundo y el paisaje comienza a parecerse al de 2012. Por eso es esencial el rol de la oposición para apuntalar el centro de la discusión y contrapesar la polarización creciente. Pero el liderazgo es del Presidente, que debería abrir el juego de manera no oportunista. El encierro ideológico fortalece los extremos.

-¿Es optimista sobre que el teletrabajo forzado por la pandemia dé lugar a una remodelación de la legislación laboral rígida que tenemos?

-Hay varios proyectos para regular el teletrabajo: confieso que los encuentro redundantes porque la mayor parte de lo que proponen ya está regulado. En todo caso, la nueva regulación podrá ampliar los derechos del empleador en la medida en que lo habilite a exigir, bajo ciertas condiciones, un teletrabajo que hoy es optativo. Lo que sí creo es que la pandemia desnudó dos problemas de fondo en el mundo laboral: la precariedad del trabajador independiente y la desigualdad digital por la conectividad incompleta del país. Es ahí donde pondría el énfasis de la política pospandemia.

PERFIL

Eduardo Levy Yeyati

Es un conocedor del mercado de capitales además del fundador de la consultora Elypsis, y autor de libros de ficción y de no ficción: el más reciente es “Después del trabajo. El empleo argentino en la cuarta revolución industrial” (2018). Se desempeñó en el Banco Central de la República Argentina; el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, y fue jefe de investigación para América Latina y de estrategia de mercados emergentes de Barclays Capital. 

Levy Yeyati tiene los títulos de ingeniero civil (Universidad de Buenos Aires), y de máster y doctor en Economía (Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos). Dirige la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella; es investigador del Conicet, y enseña en universidades argentinas y extranjeras.