“Por suerte, justo una semana antes de que se iniciara la cuarentena habíamos ido al campo”, se alegra Catiana Zampini, farmacéutica homeópata, doctora en Ciencias Biológicas y vicedirectora del Instituto de Bioprospección y Fisiología Vegetal (Inbiofiv), que depende del Conicet y de la UNT.

Ese “campo” del que habla Zampini son ambientes áridos y semiáridos de los Valles Calchaquíes y de la Puna. Allí -ya desde hace unos años- releva y recolecta muestras de plantas autóctonas, en busca de aprovecharlas y darles valor comercial (“esa es la definición de bioprospección”, explica al teléfono desde el home office obligado por covid-19).

Destaca que de la recolección participan no sólo becarios e investigadores sino también los lugareños, que las conocen muy bien. “Se busca, a partir de conocer las virtudes de esas plantas, lograr productos fitoterápicos y/o fitocosméticos, y también alimentos funcionales o con beneficios para la salud”, explica. En otras palabras, “sacarles el jugo”; muchas veces, literalmente. “Llevamos relevadas más de 100 plantas diferentes”, cuenta.

El saber de las abuelas

La línea que investiga los fitoterápicos busca las propiedades medicinales de las plantas autóctonas, y para ello son fundamentales los saberes populares.

“Hemos constatado, por ejemplo, que las jarillas y las tolas son buenos antimicóticos y antibacterianos y tienen efectos antiinflamatorios, tal como se vienen usando ancestralmente”, revela.

Desde hace siglos -y quizás mucho más- se usan “baños” de estas plantas para tratar “el mal olor de los pies”, cuenta. “Eso adelantaba la posibilidad de validar propiedades antifúngicas”, agrega y cuenta emocionada: “no deja de sorprendernos y alegrarnos cuando en el laboratorio podemos confirmar esos saberes populares”.

Para validar científicamente las propiedades curativas de esas plantas -explica- hacen extractos, buscan los componentes activos, y luego, los incorporan en distintas formulaciones (cápsulas, cremas, geles, óvulos vaginales, entre otros). Los ensayos en vivo se realizan en conejos y en ratones, y en ellos se empieza a evaluar no sólo que produzcan los efectos esperados, sino también que no haya toxicidad. “Que algo sea natural no necesariamente implica que sea seguro. Puedo producir los efectos deseados, pero también otros dañinos. Incluso, un mismo compuesto puede causar beneficios o daños, según la dosis”, destaca. También lograron formular un pediculicida muy efectivo. “No pudimos avanzar con las pruebas in vivo; pero in vitro los piojos se mueren bien muertos”, cuenta, divertida

No sólo hojas y tallos

Otras líneas de trabajo tienen que ver con la revalorización de frutos nativos y con productos de interés agrícola y apícola (ver “Abejas”). “Buscamos no sólo sus aportes nutricionales sino también funcionales, es decir, su capacidad de mejorar el estado de salud”, explica.

En Inbiofiv investigan frutos de zonas semiáridas, como mistol, chañar, tuna y algarrobos, entre otros. “El algarrobo negro, por ejemplo, debe su color a unas sustancias llamadas antocianinas que le dan el tono oscuro -detalla Zampini-. A la planta le sirve para que consuman los frutos, se diseminen semillas y se ayude a reproducir la especie. Pero para el consumidor es un poderoso antioxidante”.

También trabajan con el tomate chilto (o “tomate de árbol”), que es silvestre en nuestra yunga. “Uno sube un poquito al cerro y se encuentra con las plantas. Y si se pone una en el jardín, al año da frutos -asegura-. Hasta hace poco tiempo nadie hablaba de él; ahora va apareciendo como alimento gourmet. Estamos trabajando con un grupo de productores para darle valor agregado”.

El trabajo en cuarentena

“Habíamos recolectado un montón de muestras y obtenido mucha información. No podemos ir al laboratorio como siempre, pero cada dos días controlamos los equipos y no hemos detenido la producción para nada”, afirma Zampini. Entre otras actividades, destaca que están sistematizando los datos obtenidos, preparando publicaciones, gestionando financiamiento... “Al mejor estilo ‘argento’ -bromea, pero no tanto- siempre nos adaptamos a lo que hay que hacer”.

El equipo, del que participan más de 30 personas, entre investigadores y becarios, está dirigido por María Inés Isla, doctora en Bioquímica y especialista en productos naturales y su aprovechamiento sustentable.

Abejas  

De mieles y propóleos

El instituto brinda apoyo a productores apícolas de Tucumán, Santiago y Salta, no sólo estudiando propiedades de diferentes tipos de miel, sino también de propóleos. “Tienen acción antimicrobiana; de hecho, las abejas los usan para proteger las colmenas. Los producen a base de resinas de las plantas, y no son todos iguales; según su origen tienen diferentes propiedades. Pero se los aprovecha poco. Y los de ambientes semiráridos son excelentes. Ahora se venden a granel, por dos pesos. Pero sabiendo su origen se les puede dar valor agregado”, señala Zampini.