Como con un “cuentaganado”, vamos sumando día tras día los muertos de la pandemia. También contamos los infectados, los sanados, los varados, los repatriados, los confinados, los detenidos, los afiebrados, los indefinidos, los rebelados y los ignorados que no contamos...

En algunas regiones del globo, como en la Cuenca del Plata, agregamos además a los caídos por el dengue rompehuesos. Los contagiados, los asintomáticos, los acalorados, los doloridos, los picados por los mosquitos, los que caminan descalzos por la pastura y los quemados con espirales.

Las cifras negativas se van marcando en el muro del encierro como el reo que raya los días de reclusión en la pared del calabozo.

Las malas noticias nos ametrallan sin armisticio de sol a sol mientras nos agazapamos en la trinchera de casa o nos camuflamos detrás de una máscara o de un barbijo.

Nos cuentan que la economía mundial se desploma, los comercios se funden, las recaudaciones fiscales se deshidratan como caracoles bañados en sal y millones de personas empiezan a “engordar” las estadísticas del hambre.

Pero…, dicen que siempre hay un pero…

Hagamos una tregua y demos vuelta, por un periquete, el reloj de arena de la tragedia.

Millones que siguen entre nosotros

Los muertos que no han muerto en las rutas del mundo ya superan ampliamente a los muertos que sí han muerto por el virus.

Los accidentes de tránsito, antes de la cuarentena global, segaban una vida cada 24 segundos, según la Organización Mundial de la Salud. Esto representa 1,4 millones de personas por año que nos abandonaban para siempre, mientras que otras 50 millones quedaban con secuelas permanentes, entre leves y graves, producto de choques y atropellos.

Aún es pronto para saber las cifras definitivas, que se conocerán cuando pase este maremoto silencioso, pero ya sabemos que esta otra pandemia se ha reducido hasta en un 90% en algunos países.

Lo que es peor aún -o mejor, según el prisma con que se mire- los accidentes viales son la principal causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años, el 54% de ellos peatones, ciclistas y motociclistas.

Respiramos más hondo

Según la NASA, en promedio, la contaminación en las principales ciudades del mundo se ha reducido un 25%, alcanzando niveles que no se registraban desde hace medio siglo.

A partir de datos recolectados por el satélite Sentinel-5p, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) publicó mapas de las ciudades de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Rosario y el Gran Tucumán, que muestran que las emisiones de gases contaminantes, principalmente dióxido de nitrógeno, han mermado hasta un 60%.

Estos venenos invisibles -y no tanto- que arrojamos al aire son la causa de decenas de enfermedades respiratorias, de la piel, oculares o que afectan órganos vitales, que provocan incontables fallecimientos o agravan y aceleran otros males crónicos o preexistentes.

Se especula que también en algunos meses se verán importantes efectos positivos sobre la ultrajada capa de ozono.

Los cursos de agua son otros de los biomas que están agradeciendo, sin palabras, que hayamos frenado el mundo.

Las canales de Venecia, por ejemplo, han recuperado una transparencia que no se veía, dicen los italianos, desde antes de la Revolución Industrial, e incluso se han vuelto a avistar delfines en sus aguas, lo que no ocurría desde hace décadas.

No sólo delfines, sino que se ha informado que en distintos lugares del mundo están reapareciendo especies alejadas de la humanidad o que incluso se creían extintas, como la civeta de Malabar, que se pensaba desaparecida desde 1987, y que ha sido fotografiada en la ciudad de Meppayur, en Kerala, India.

En el zoológico Ocean Park de Hong Kong (China), desde hace 10 años que habían dejado de cortejarse los dos pandas gigantes que allí viven, la hembra Ying Ying y el macho Le Le. Quizás, debido a que han recuperado su intimidad, los osos volvieron a aparearse hace unos días, según informaron exultantes los administradores del parque.

La paz sea con vosotros

La OMS estima que en este momento hay casi 4.000 millones de personas confinadas en sus casas, de forma parcial o total, lo que representa más de la mitad de la población mundial.

Pese a la mala prensa que precede al encierro planetario, en base a datos irrefutables como el incremento de la violencia doméstica y de género, también es elocuente el descenso de homicidios en ocasión de robo, riña, enfrentamientos callejeros, de bandas o hinchadas deportivas.

En países donde la cuarentena es más rígida, como Argentina, la tasa de asesinatos ha caído un 80%, en promedio.

Si bien se registra un incremento de femicidios, también es cierto que los hechos positivos no se denuncian en ninguna fiscalía.

Millones de familias se han reencontrado como nunca antes y han pasado más tiempo juntos, en un mes, de lo que lo hubieran hecho en meses.

Momentos compartidos, conversaciones o juegos que no hubieran ocurrido en otro escenario. Parejas que están redescubriendo por qué estaban juntas, padres que han vuelto a estudiar con sus hijos, a escucharlos sin tanta prisa o, hasta incluso, directamente han vuelto a escucharlos.

Reuniones menos onerosas

Las reuniones virtuales son otros de los cambios que sin dudas van a trascender a la pandemia. Muchas empresas, reparticiones públicas, agrupaciones políticas y civiles o instituciones educativas están comprobando que no son pocos los encuentros que pueden realizarse a distancia, ahorrando bastante tiempo y dinero.

Horas de traslado, pasajes, hoteles, viáticos o alimentos son algunos de los ítems que se han reducido drásticamente en empresas y oficinas públicas.

Un intendente del área metropolitana nos comentaba hace un par de días que ha mantenido en un mes más reuniones con sus pares de otras ciudades argentinas que en cuatro años de gestión.

Si bien el contexto ha obligado a funcionarios a estar mucho más en contacto que lo habitual, también es claro que es una cuestión de hábitos. Muchos viajes y gastos innecesarios se van a empezar a reemplazar ahora por simples y económicas videoconferencias.

Otro hecho emocionante es que la creatividad de la raza ha cobrado un protagonismo inédito. La literatura, el arte, el humor, la música, el cine son algunas de las expresiones que han explotado atómicamente en este mundo paralelo que es internet.

Ya sea por los múltiples certámenes organizados de forma pública o particular, como por iniciativas individuales, las expresiones creativas, los inventos y las innovaciones se han multiplicado de forma exponencial y han logrado que el confinamiento se parezca más a la libertad que al encierro. Gracias a esto, detrás de cada clic puede sorprendernos alguna emoción.

Estamos también mejorando de manera acelerada nuestros hábitos de higiene personal y social. Y es probable que varios de estos avances se queden para siempre entre nosotros, como limpiarnos las manos con alcohol antes de ingresar a un establecimiento o lavarnos las manos más seguido.

Pocos hemos tomado en cuenta que uno de los efectos colaterales de la ralentización del coronavirus será frenar paralelamente a decenas de otras enfermedades contagiosas. Efectos que sin duda impactarán positivamente en unos meses o años en las estadísticas sanitarias.

Tampoco podemos olvidar a esos sectores de la economía que atraviesan un momento inmejorable, como los delivery, el comercio electrónico, los almacenes, carnicerías y verdulerías de barrio, entre otros, sin que esto quiera justificar la recesión generalizada. Simplemente, recordar que hay rubros que están haciendo una buena moneda.

El mundo se está calmando

La ciencia nos cuenta además que el planeta se ha silenciado. Centros sismológicos de distintos países informaron que la abrupta reducción del transporte, como aviones, barcos, trenes y vehículos en general, está impactando en los registros de los sismógrafos y de otros instrumentos geológicos.

Dicen que hoy en la Tierra se generan emisiones sonoras similares a las que se producían en la Edad Media. Es un mundo más tranquilo.

La covid-19 está matando a miles de personas, pero colateralmente está salvando a millones de víctimas de accidentes, homicidios, contaminantes y otras enfermedades graves y contagiosas.

En el medio de un planeta que se redescubre solidario como jamás en la historia, con masivas muestras de caridad y generosidad infinita, acompañada por una explosión de ingenio y creatividad extraordinarias.

Nada volverá a ser igual en la humanidad después de este fenómeno inimaginado. Y todo nos indica, hasta ahora, que el mundo será un poco mejor que antes.

“Hice lo que pude, no fue mucho, no sentía nada, traté de alcanzarlo. Dije la verdad, no vine para engañarte. Incluso cuando todo se derrumbe permaneceré frente al Señor de la Música, y no pronunciaré más que el Aleluya”. Leonard Cohen, 1984, de la canción “Hallelujah”, la palabra más alegre para alabar a Dios.