La trágica experiencia mundial por los efectos de la pandemia de coronavirus ha exhibido, a lo largo y a lo ancho del planeta, la dura tarea que le toca experimentar a los agentes y profesionales del sector público y también a prestadores de servicios esenciales de la actividad privada. La cuarentena dispuesta hace una semana por el Gobierno nacional no ha sido acatada por una porción importante de la población, que no ha comprendido aún la magnitud del problema sanitario.

La angustia forma parte de la sensación general de la población. Por eso, la bendición extraordinaria “Urbi et Orbi”, que el Papa Francisco ha brindado desde la Plaza de San Pedro en El Vaticano, ha constituido un bálsamo. En su oración en tiempos de pandemia, el Pontífice ha elogiado a los médicos, enfermeras, empleados de supermercados, limpiadores, cuidadores, trabajadores de transporte, policías y voluntarios, diciendo que ellos, y no los ricos y famosos del mundo, están “escribiendo los acontecimientos decisivos de nuestro tiempo”. Son precisamente esos servidores lo que han permitido sostener las necesidades básicas de una población en cuarentena.

En los hospitales, profesionales, técnicos, administrativos y personal de mantenimiento y limpieza ponen el pecho a una situación cuya magnitud aún es incierta frente a la inconducta ciudadana de aquellos que no realizan la cuarentena. En las calles, en tanto, efectivos de seguridad y empleados estatales intentan resguardar que se cumplan las normas vigentes. Choferes de servicios de transporte de pasajeros, empleados de comercios y de actividades exceptuadas por el decreto presidencial cumplen sus roles, más allá de la emergencia para que otros trabajadores permanezcan en sus domicilios.

En medio de tanta tensión hay gestos solidarios, como el de entidades intermedias y hasta emprendimientos privados que contienen las necesidades de una franja poblacional vulnerable. En Tucumán, no es un dato menor. El 40,4% de los habitantes del Gran Tucumán-Tafí Viejo (unos 361.000 casos) se encuentra bajo la línea de pobreza y es probable que esa porcentaje se amplíe cuando el próximo miércoles el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) brinde la información de pobreza y de indigencia al cierre de 2019.

La solidaridad es el principio de cualquier acto misericordioso. Es una necesidad que debe ejercitarse no solamente en los malos momentos, sino a lo largo de la vida. Hoy por tí, mañana por mí, no es sólo un clásico refrán. Tal vez pueda constituirse en una máxima rectora de nuestras acciones cotidianas, sin que esa reciprocidad implique cuestiones netamente económicas.

“Nos dimos cuenta de que nos estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos”, dijo ayer el Papa Francisco, que rezó ante un crucifijo de madera que normalmente se guarda en una iglesia de Roma y se lleva al Vaticano para servicios especiales. Según indica la tradición, una plaga que afectó a Roma en 1522 comenzó a disminuir después de que el crucifijo fuera llevado por las calles de la capital italiana durante 16 días.

Más allá de los aplausos, los servidores de servicios esenciales necesitan la comprensión de la sociedad y también de los que hoy cuentan con cargos ejecutivos y legislativos. Son los encargados de cuidar y preservar nuestra salud y nuestra seguridad hoy, mañana y siempre.