Esperanza, ubicada a 30 kilómetros de la ciudad de Santa Fe, siempre fue tierra de gringos y de campo. Allí nació el 6 de diciembre de 1973 Marcela Chiaro, que se recibió de ingeniera agrónoma en la Universidad del Litoral a finales de los 90. Esa fue la ciudad que eligió Luis Corral para seguir la carrera de Veterinaria. Cuando aún eran estudiantes, se conocieron, se enamoraron y prometieron vivir juntos para siempre. Nada de eso sucedió. Ella desapareció en 2012 y cuatro meses después, casi de casualidad, y parte de sus restos fueron encontrados en un cañaveral de Leales. Él fue acusado de haberla matado junto a una amante y estuvo tres años detenido. El aberrante crimen sigue impune. A la distancia, los familiares de la víctima siguen clamando por justicia. El principal sospechoso rehizo su vida y volvió a ejercer su profesión en un barrio de la capital tucumana.

Marcela recibió una tentadora oferta laboral y, en 2006, la pareja decidió trasladarse a la provincia. Dejaron todos sus afectos a 700 kilómetros y se instalaron en Villa Amalia. Ella probó suerte con lo suyo, él abrió una veterinaria en la casa donde vivían. “Era una pareja normal, de jóvenes que se amaban y que proyectaban un montón de cosas juntos”, comentó Rosana Chiaro, la hermana de la víctima en una entrevista telefónica con LA GACETA.

DURAS PINTADAS. Vecinos de la víctima escribieron leyendas en la pared de la veterinaria. Desde un primer momento incriminaron al profesional y a su amante.

Tres años después nació Luisana, la hija de la pareja. Pero la relación no pasaba por un buen momento. “Ella en varias oportunidades volvió a Esperanza porque se quería separar. La última vez parecía definitiva. Estuvo casi un año con nosotros, pero él volvió a buscarla y en abril de 2011 y se reconciliaron. Hablábamos con ella y le dijimos que pensara bien. No hubo forma, regresó a Tucumán y nueve meses después la terminó matando. Nunca nos dijo que había sido víctima de violencia de género, pero sus vecinos, que tampoco conocían de que tuviera algún problema, nos contaron que cuando él estaba, mi hermana ni hablaba”, recordó Chiaro.

En febrero de 2012 sucedió todo. “Luis nos llamó un día para decirnos que Marcela se había ido y que no podía encontrarla. Sabíamos que algo extraño estaba pasando. Primero, nos enteramos de su desaparición cinco días después. Pensábamos que algo malo le podría haber sucedido porque no la había saludado a mi mamá por su cumpleaños, el 14. Por eso decidimos viajar a Tucumán con mi hermana, Jaquelina. Ya en esa provincia comenzamos a descubrir cosas irregulares”, explicó Marcela.

Una lista

Las hermanas Chiaro, ya en nuestra provincia, armaron una lista de las “cosas irregulares” con las que se toparon. Entra otras descubrieron:

- Corral había realizado la denuncia dos días después de haber visto por última vez a Marcela.

- La exposición que realizó fue por “fuga de hogar” y no por “desaparición de persona”, por lo que la Policía no inició una búsqueda inmediata.

- Confirmaron que la pareja de su hermana tenía una doble vida. Desde hace años mantenía una relación con Paola Castro, una estudiante salteña con la que tuvo un hijo dos meses antes de la desaparición de Marcela.

- El profesional le pagaba el alquiler del departamento que ocupaba en avenida Alem al 1.400 a la joven que también trabajaba en la veterinaria de la pareja.

- Constataron que su hermana nunca había realizado una denuncia por violencia de género, pero los vecinos sí le contaron que era víctima de malos tratos públicos y ejercía violencia psicológica.

RECLAMANDO POR LA AMIGA. Los vecinos de Marcela Chiaro realizaron varias marchas para reclamar que sea encontrada y para que se condene al veterinario.

- Descubrieron que la puerta principal de la veterinaria no tenía picaporte y que la única manera de salir o de ingresar era con llave. Los tres juegos que había en la casa estaban en poder de Corral.

El fiscal Guillermo Herrera comenzó a investigar el caso. Nunca creyó los dichos de la pareja de la desaparecida. Y sus sospechas de que él podía tener algo que ver con la desaparición fueron creciendo. Pidió un allanamiento en la veterinaria y en la casa de la amante. En ambas, los policías que actuaron al mando del fallecido comisario Víctor Barraza (fue asesinado en una medida judicial años después) encontraron manchas de sangre que supuestamente era humana. El investigador no dudó y pidió que los detuvieran.

El halo de misterio que cubría el caso comenzaba a disiparse. Los vecinos también aportaron indicios de que la pareja no era ajena al homicidio. No sólo dieron datos en la Justicia sobre cómo era la relación, sino que durante la primera marcha exigiendo su aparición, plasmaron sus sensaciones escribiendo fuertes leyendas en las paredes de la veterinaria. “Asesino, hacé aparecer a Marcela” o “Paola cómplice” fueron algunas de las frases escritas con letras azules que se podían leer.

“No podíamos creer lo que estaba sucediendo. En un principio pensábamos que podía haber sido víctima de una red de trata de personas, pero con el tiempo fuimos descubriendo el horror. Aún así, teníamos esperanzas de encontrarla con vida o, al menos, saber qué le había pasado”, resumió Chiaro.