Una de las películas que Netflix logró llevar a los Oscar, ocho en total, imagina una serie de conversaciones, que pudieron haber tenido lugar meses antes de la transferencia de poder entre el Papa Benedicto XVI, interpretado por Hopkins, y el futuro Papa Francisco, Pryce.

Los protagonistas representan ideas opuestas de la iglesia pero narrativamente encuentran un terreno común en la Capilla Sixtina por lo que la convierte en una locación muy importante.

Esta secuencia nunca podría haberse filmado en un lugar tan icónico por varios motivos: primero tiene visitantes diarios y limitados, no se permite ningún tipo de fotografía y el Vaticano no permite que ningún proyecto se filme en el lugar (a excepción de documentales que son previamente aprobados por ellos).

Por lo tanto la única opción era reconstruir todo el interior de la capilla, una proeza lograda en 10 semanas en los Estudio Cinecitta de Roma.

Plano de la Capilla Sixtina de la película (Netflix)

Duplicar cuadros del siglo XVI de Miguel Ángel iba a llevar meses y retrasaría mucho el rodaje e imprimir las escenas en papel sacrificaría el brillo y las texturas. Ahí tuvo lugar la intervención del equipo de arte con Stefano Ortolani a la cabeza quien tenía experiencia con una técnica que consiste en tatuar la pared, muy similar a los tatuajes temporales en la piel que son aplicados con agua. En este caso, una imagen se imprime en una película transferible a una superficie y se cubre con una sustancia que absorbe la pintura en el yeso.

Dentro de los estudios Cinecitta en Roma (Netflix)

Como referencia tenían unas imágenes tomadas por la compañía que limpió la capilla hace casi una década y contrataron a artistas locales para que pinten algunos de los cuadros.

Capilla Sixtina (Netflix)

El piso fue impreso, cortado y colocado como un mosaico, y se agregó digitalmente un techo en postproducción, ya que el espacio del estudio no era tan alto.

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