“Me gustaría encontrar una cabaña en algún sitio y con el dinero que gane instalarme allí el resto de mi vida, lejos de cualquier conversación estúpida con la gente”, decía Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno, vaticinando el destino de su autor. Después de recluirse, en la única entrevista que concedió (en 1974, por teléfono, a The New York Times), pidió que no violaran su privacidad. “Hay una paz maravillosa en no publicar… Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo”, dijo en la entrevista.

En la era de la globalización y el imperio de la imagen, más que nunca la formulación de Berkeley “ser es ser percibido” parece tener vigencia. Los escritores, los pocos que pueden, no eluden las rutinas ni los escenarios propios de las estrellas de la música, el cine y la televisión. Salinger y Thomas Pynchon configuran dos destacadas excepciones. Son los dos “escritores ocultos” más famosos del último medio siglo. A esa lista podría sumarse a Bruno Traven (el autor de El tesoro de Sierra Madre) y a Trevanian, un autor de numerosos best sellers de espionaje que mantenía oculta su identidad. En este último caso, muchos críticos juzgaron que se trataba de una estrategia de marketing inverso. Pero, sin dudas, esto no es lo que ocurría en el caso de Salinger, al menos como un montaje con propósitos comerciales. Lo que sí sucedió es que su aislamiento potenció el interés de la prensa y de los lectores sobre su figura. Se generó a raíz de ello, como señalara George Steiner, una “industria”.

Conseguir una entrevista, un dato de su vida, un fragmento o una foto del huidizo novelista fue uno de los grandes objetivos del periodismo, del mercado editorial y de sus seguidores. Evitarlo fue, probablemente, la tarea que con mayor fervor llevó adelante Salinger durante sus últimas cuatro décadas. Una de las pocas fotos que lograron tomarle en todo ese tiempo, lo muestra agrediendo a su fotógrafo. Y una de las batallas finales del autor, en 2009, se plasmó a través de una persecución legal a un escritor sueco que intentaba publicar una novela protagonizada por un Holden Caulden septuagenario. Las pocas filtraciones que hubo desde la ermita de Salinger provinieron de su más íntimo entorno. Entre las últimas, figuran las que se plasmaron en las memorias de su hija Margaret. En su libro El cazador de sueños describe a su padre como un hombre tiránico, obsesionado con sus escritos y con conductas excéntricas, como la de tomar su propia orina.

Durante muchos años se especuló sobre lo que ocurriría a partir de la muerte del escritor. Incontables lectores quieren saber qué es lo que Salinger escribía para sí mismo, si existen libros inéditos que finalmente irán a la imprenta, si lo mejor de él -como sucedió con Kafka- será publicado en forma póstuma. Su hijo Matt confirmó, hace unos meses a The Guardian pero sin dar muchos detalles sobre sus características, que hay mucho material y que será publicado. Esta larga espera parece ser fruto de una jugarreta póstuma de ese gran gruñón que fue Salinger.

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Salinger en números

60 millones son los ejemplares que vendió El guardián entre el centeno.

250.000 son los ejemplares que sigue vendiendo anualmente.

45 son los años que el escritor vivió recluido.

1965 es el año de su último texto publicado.

1974 es el año de la única entrevista que concedió.