Suele señalarse -con razón- la responsabilidad que les cabe a los propietarios que dejan librados a su suerte inmuebles o terrenos en el corazón de la ciudad. De inmediato, los edificios abandonados y baldíos se transforman en focos infecciosos. Es un problema que atañe a la salud y a la seguridad, sin olvidar los efectos negativos sobre la estética de la urbe. Tratándose de particulares merecen la crítica y la sanción correspondiente, pero cuando es el Estado el que incurre en esta clase de práctica la situación se torna inadmisible. Dos ejemplos en ese sentido se aprecian en el microcentro tucumano: el antiguo Conservatorio (en San Martín al 1.000) y la ex sede de la Dirección de Tránsito (en Buenos Aires primera cuadra).

Pronto se cumplirán 12 años de la mudanza del Conservatorio al actual emplazamiento de la avenida Brígido Terán. Fue allá por 2008, una movida concretada a las apuradas porque el edificio de la calle San Martín estaba a punto de colapsar. La casona luce en idéntico estado desde entonces: con un candado en la puerta, la fachada arruinada y agujeros que permiten ver el grado de deterioro en el interior. El riesgo de derrumbe se mantiene latente, para preocupación de los vecinos que han reclamado en múltiples oportunidades que el Estado provincial tome cartas en el asunto.

Como en toda propiedad abandonada, el Conservatorio alienta la propagación de leyendas urbanas. A la siesta, o bien entrada la noche, hay quienes afirman haber escuchado música de violines emanando desde las entrañas de la casona. O el sonido de los pianos que -según cuentan- se marchitaron esperando que alguien los retire. Del mismo modo, una versión tan incomprobable como inquietante destaca que sobre el inmueble de la vieja Dirección de Tránsito pesa una maldición gitana, y por eso muchos se niegan a traspasar sus límites. Ajenas a estas magnéticas historias de aparecidos, las legiones de roedores, arácnidos, cucarachas y otras especies se han adueñado de ambos edificios y los utilizan como base de operaciones para desplazarse por la manzana o cruzar la calle y visitar las casas de la vereda del frente.

Cuando la Municipalidad de la capital mudó la Dirección de Tránsito a la avenida Avellaneda prometió convertir la antigua sede en un espacio dedicado a la cultura. Hubo otros proyectos, pero hasta el momento ninguno vio la luz. Esa fachada tapiada, casi un paredón en una zona de intensa vida comercial, no sólo afea la cuadra. Quienes trabajan en los locales vecinos se quejan por la permanente invasión de bichos que salen a toda hora y por la desconfianza que provoca la condición de la estructura edilicia. Es una realidad idéntica a la de las inmediaciones del Conservatorio.

A este listado puede sumarse la antigua sede de la Dirección de Rentas, en Maipú y San Martín. Su mantenimiento es responsabilidad de la Caja Popular de Ahorros, que implementó un concurso de proyectos con miras a otorgarle una nueva función, pero la iniciativa no fue más allá de los planos y las carpetas. La ex Rentas no está tan mal (al exterior suelen darle unas manos de pintura y al espacio se lo emplea como depósito), lo cuestionables es que semejante joya de nuestra arquitectura se mantenga opaca y desperdiciada. La Caja Popular, al igual que la Provincia (por el Conservatorio) y el municipio capitalino (por la Dirección de Tránsito) están en falta.