La unidad del peronismo, el gran desafío de Alberto

Juan Manuel Asís - LA GACETA

Alberto Fernández confía y apuesta a la unidad del peronismo. Anoche lo volvió a repetir: “nunca más vamos a dividirnos”. Una expresión que suena de difícil concreción frente a las tensiones internas que se visualizan como posibles en la coalición. Lo justificó: los otros se hacen fuertes con nuestra división. Lo que es lo mismo que decir que la fractura los debilita y que los hace perder elecciones, como en 2015 y en 2017. El Frente de Todos vino a ser la respuesta electoral para, unidos, imponerse a Juntos por el Cambio y para desalojar del poder a Mauricio Macri.

Hasta aquí la unidad en la acción con propósitos electorales rindió sus frutos: el peronismo volvió al Gobierno tan solo después de cuatro años, sostenido en la sorpresiva jugada táctica de Cristina Fernández de correrse del primer lugar en la fórmula y desacomodar a los adversarios. Ese nunca más vamos a dividirnos, frente a la suma de voluntades y de diferentes expresiones internas del peronismo, manifiesta esperanza, pero con sonido a ruego. Alberto sabe que para poner de pie al país no sólo debe sortear la crisis económica y social, sino, y hasta centralmente, mantener a todos los sectores representados en su gabinete y en el Congreso tirando para el mismo lado; unidos, y conformes.

Cualquier soplo de conflicto en la fuerza puede debilitar la gestión y hacer peligrar la gobernabilidad. Por lo que el desafío como presidente peronista es, precisamente, mantener la unidad de todos los que conformaron el frente que lo depositó en el poder.

El ciudadano que conduce desde el principio

Daiana Neri - Docente e investigadora de las universidades nacionales de río negro y de comahue. integrante de la Red de Politólogas.

Asumió un nuevo Gobierno en la Argentina. Uno conducido por la fórmula presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Fue una asunción con discurso político rico en argumentos; emoción expresada al interior y afuera de los recintos, e innovación política en algunos sentidos.

En términos institucionales, la alternancia política a través de elecciones y la transición ordenada entre gobiernos de diferente color político alientan el festejo por la consolidación y la calidad de la democracia argentina.

En términos simbólicos aparecen varias cosas por leer. Alberto inauguró la transmisión de su asunción al manejar de manera inédita el auto que lo trasladó. La lectura fácil apela a un despeje de dudas acerca de quién conduce a partir del 10, pero también expresa eso de ponerse a la altura del ciudadano común, lo que antecede a un discurso donde hablará profundamente acerca de qué ciudadanía tiene la Argentina y cuál hay que construir.

Tampoco pasó inadvertido que fuera el mismo Alberto quien ayudara a la vicepresidenta Michetti a ingresar al Congreso: parecía una señal más del diálogo y de la solidaridad que quiere promover el presidente en este momento histórico. Estanislao y su pañuelo representan la necesidad de la tolerancia y el respeto por las familias diversas que interpelan a la familia tradicional heteropatriarcal.

El discurso del nuevo Presidente fue extenso: hizo un diagnóstico con anuncios de medidas y políticas públicas, y expresó muchos imperativos para la práctica política que requiere el nuevo tiempo. Rápidamente marcó que quiere ser el primer presidente que se muestre en buena convivencia con el y con la que piensa distinto. Para eso convocó a “la unidad de toda la Argentina en pos de la construcción de un nuevo contrato de ciudadanía social” ligado a conceptos que tampoco son teóricamente novedosos.

Al rumbo peronista para el modo de producción lo definió cuando describió el “desarrollo con justicia social” a partir de la reordenación de prioridades en la economía y en la estructura productiva. En contraposición, también detalló con datos y cifras la situación económica y social que deja el macrismo. Y manifestó que no le dará tratamiento parlamentario al Presupuesto Nacional proyectado por el Gobierno saliente para el ejercicio 2020 porque los “números no reflejan ni la realidad macroeconómica, ni las realidades sociales, ni los compromisos de deuda que realmente han sido asumidos”. Marcó su diferencia con los organismos internacionales al señalar que el proyecto será “propio” y “no dictado por nadie de afuera”.

Hizo menciones sobre un plan de acuerdos básicos de solidaridad en la emergencia; medidas como créditos no bancarios para ayudar al endeudamiento familiar; la jerarquización de temas como ambiente y género, y la vuelta de los ministerios propios para salud, educación, ciencia y tecnología. Respecto del federalismo marcó su fortalecimiento a partir de un “análisis exhaustivo a fin de descentralizar y de relocalizar en distintas provincias a los organismos del Estado federal”.

Fue el primer discurso presidencial que tuvo algunos elementos que denotan una perspectiva de género: dijo que las mujeres jóvenes sufren más el desempleo que los varones y puso especial énfasis “en todas las cuestiones vinculadas al cuidado, fuente de muchas desigualdades”, demanda histórica del movimiento feminista.

El capítulo dedicado a la Justicia fue uno de los más fuertes del discurso. Expresó que “sin Justicia independiente no hay democracia”, e inauguró una serie de menciones al “Nunca Más” para poner límites a la “Justicia contaminada por operaciones judiciales”, “linchamientos mediáticos” y “servicios de inteligencia que persiguen políticamente”. Y en ese marco anunció una medida sí innovadora: la derogación del Decreto 656 de 2016 que consagró el secreto de los fondos reservados de la Agencia Federal de Inteligencia, pero, también, la reasignación del dinero para financiar el presupuesto del plan contra el hambre en la Argentina.

Terminó la asunción manifestando cómo quiere que lo recuerde la ciudadanía a la que habló hoy. Apeló a superar varias afectaciones históricas que en la Argentina se repiten de muchas maneras: la falta de unidad, el hambre y la desorganización productiva, entre otros. Pero, sobre todo, dijo querer ganarse la confianza del otro. Solo nos queda una pregunta: ¿será capaz?

Tendrá poco margen de error

Sergio Berensztein - Analia político, presidente de Berensztein.com

Destacaría tres ejes del mensaje que dio el Presidente luego de asumir. El primero, en el comienzo, con el tono en el que se expresó. Hizo énfasis en lo institucional, en la cuestión de los acuerdos, en la tolerancia, en la calidad democrática. Creo que es todo un símbolo el haber empezado por ese lado y, sobre todo, hacer mucho hincapié en la necesidad de cerrar la grieta entre los argentinos.

El segundo punto a destacar es el paquete económico, que creo que es crucial. Alberto Fernández enfatizó en un acuerdo o un nuevo contrato social para ayudar a los que menos tienen apostando por la solidaridad. También le dedicó un capítulo a los sectores de mayores recursos. En lo económico, si bien ratifica la voluntad del pago de la Argentina al FMI, puso la capacidad de pago en cuestión. Sugirió también que quiere solucionar rápido el problema de la deuda al anunciar que aplazará el tratamiento del Presupuesto 2020 en el Congreso hasta marzo o abril del año que viene para el período de sesiones ordinarias.

El tercer capítulo a destacar es el de las cuestiones vinculadas a la Justicia, a los servicios de inteligencia y a lo que marcó respecto de los medios de comunicación. Fernández básicamente prometió eliminar todos los fondos reservados. Eso, en algún sentido, es una profunda autocrítica a lo que hicieron Néstor y Cristina Kirchner durante sus mandatos: incluso a lo que hizo él cuando era jefe de Gabinete porque está diciendo que usaban la pauta pública y el dinero de los fondos reservados de la ex SIDE para hacer operaciones. También, que la Justicia estaba condicionada por los servicios de inteligencia, por lo cual es un capítulo extraño.

Respecto de los desafíos que tienen por delante tanto este nuevo Gobierno como su flamante Presidente, lo principal es que no cuentan con demasiado margen de error, es decir, que no hay tiempo para aprender. Todos los gobiernos experimentan una curva de aprendizaje y la lógica de funcionamiento del trabajo en equipo lleva tiempo. Sin embargo, dada la urgencia de la crisis, no existe hoy en la Argentina mucho margen de acción.

Si bien Alberto Fernández cuenta con experiencia en varios cargos, ser Presidente de la Argentina no se parece a nada que se puede haber hecho previamente: es algo único.

Una ceremonia ejemplar, un futuro abierto

Juan Negri - Analista político/Profesor de las universidades de San Martín y Torcuato di Tella

La asunción de Alberto Fernández como presidente de la Nación fue especial por varios motivos. En primer lugar, en una región convulsionada por violentos levantamientos populares, discursos extremistas, golpes de Estado y regímenes abiertamente autoritarios nuestra transición ha sido ejemplar. En un ambiente de civilidad democrática, los presidentes saliente y entrante se pasaron los atributos de mando frente a la Asamblea Legislativa. Es particularmente notorio que todo esto haya ocurrido en medio de la difícil situación económica que está viviendo la Argentina. Esta crisis podía hacer pensar que el país también caería en el marasmo de movilizaciones populares, represión e inestabilidad política que ha venido caracterizando la región (como vivimos en 2001). Pero, en nuestro caso, el acto electoral sirvió para canalizar las frustraciones. La oposición (en este caso el peronismo) pudo proponer una alternativa de gobierno que convocó a la ciudadanía a las urnas y no a las calles.  

Asimismo, es importante destacar que es la sexta transición entre dos partidos de distinto signo político de nuestra historia. De esas seis transiciones, cuatro han tenido lugar en los últimos 30 años. Esto resalta un dato histórico clave: la democracia argentina se acostumbró a que gobiernen distintos partidos. La alternancia es clave en las democracias. En este punto nuestro país ha avanzado mucho de épocas menos diáfanas de resolución de conflictos entre facciones políticas caracterizados por la violencia. A diferencia de lo que ocurre en países vecinos, aquí el partido que pierde elecciones se va pacíficamente. Le costó mucho a la Argentina este aprendizaje y lo debemos valorar como tal.  

El aprendizaje también es notorio en relación a lo ocurrido hace cuatro años. En 2015, los egoísmos entre el kirchnerismo saliente y el flamante macrismo nos privaron del gesto simbólico de una Presidenta poniéndole la banda al otro. Como parte de esos egoísmos, un absurdo fallo judicial generó la “presidencia de transición” de Federico Pinedo entre ambos mandatarios. En esta oportunidad afortunadamente nada de esto ocurrió. Y una vez consumado ese gesto, el flamante presidente dio un discurso plural, tolerante, conciliador y liberal.  

Por supuesto, apenas terminó la ceremonia y la fiesta popular en la Plaza de Mayo, el nuevo Gobierno se puso a trabajar. Los desafíos son inmensos. El mismo Fernández remarcó la fragilidad de la situación económica. La Argentina se encuentra prácticamente en default, la economía no crece y los niveles de pobreza son obscenamente altos. Como si esto fuera poco, Alberto comanda un Gobierno que funciona como una heterogénea coalición entre variopintos sectores del peronismo. La unidad del justicialismo, tan útil para ganar las elecciones de octubre, no será tan virtuosa a la hora de gobernar. La habilidad que se le requiere a Alberto, el “primer presidente rosquero”, será la de domar las presiones internas.

Pero todo esto será la crónica de lo que viene. Este martes solo quedaba festejar. Había muchos motivos para hacerlo.  

LA RESTAURACIÓN DEMOCRÁTICA EN ESPAÑA. Adolfo Suárez condujo la recuperación del orden constitucional a partir de 1978. EL PERIODICO.COM

En su discurso ante el Parlamento español en 1978, apenas consumada la transición desde la dictadura franquista, Adolfo Suárez, primer presidente de Gobierno, expresó que “a partir de este momento el futuro no está escrito, solo el pueblo puede escribirlo”. Ayer se escribió la primera página. El futuro está abierto.