El concepto asociado con el patrimonio es el de mala noticia, un clásico de la tucumanidad. Los expertos parecen bomberos que llegan tarde a apagar los incendios, siempre corriendo detrás de edificios que tambalean, negocios inmobiliarios programados a espaldas de la ley, descuidos, desidia y un sinfín de causales. La espuma informativa sube cada vez que la piqueta amenaza alguna joya del pasado provincial. A veces la advertencia llega a tiempo, a veces sólo queda el lamento ante los hechos consumados. Y a veces, como sucedió con el cine Parravicini, apenas hay margen para el dolor y el espanto.

El desafío de cambiar este paradigma marcado por la noticia nefasta de turno implica ocuparse del patrimonio desde otra perspectiva. La mirada integradora acerca de quién, cómo y por qué determina cuáles son los bienes culturales que merecen ser protegidos es un reclamo en el que se unen el historiador Daniel Campi (página 3) y el museólogo Eduardo Ribotta (página 6). Ambos coinciden en señalar la generosa cantidad y calidad de elementos que suelen quedar afuera de los listados a causa de la subjetividad del recorte que caracteriza las elecciones. Es una invitación a analizar el pasado -y el presente- desde una posición mucho más inclusiva y abarcadora, capaz de visibilizar hechos y actores del quehacer tucumano que no suelen formar parte de los relatos oficiales.

Otra pata, fundamental, es la planificación. A ella se refieron dos funcionarias, ambas arquitectas: Mercedes Aguirre (directora de Patrimonio del Ente Cultural, página 2) y Mónica Ailán (subdirectora de Planificación Municipal, página 8). Son miradas desde el Estado, siempre tan criticado; miradas realistas y conscientes de lo que puede y de lo que no puede hacerse, conocedoras de las reales posibilidades de financiamiento, de las trabas burocráticas, de los lobbies políticos y económicos. Sin planificación, que significa -nada menos- la decisión de cómo administrar nuestro patrimonio sin andar atajando penales, no hay cambio de paradigma posible.

Y también es imprescindible poner sobre la mesa el sentido común. O sea, resolver creativamente los conflictos de intereses y los derechos que asisten a los propietarios de un inmueble. Sentido común para entender -como en el caso de la Primera Confitería- que hay edificios, por más protegidos que figuren en un listado, que se caen irremediablemente a pedazos.

Eso sí: nada de esto servirá si la sociedad no se ocupa ni se preocupa por el tema. Porque no es cuestión de quejarse cuando se cae un edificio y al rato mirar para otro lado. Si los tucumanos no nos ponemos de acuerdo en esto -luchar orgullosamente por cuidar lo nuestro- no hay mucho más que hablar.

MERCADO DEL NORTE.- El municipio cuenta con un plan para recuperarlo, pero hasta el momento sólo se destaca por su alto nivel de deterioro.