ENSAYO

EL ROSTRO DE CRISTO EN EL CINE

GUSTAVO BERNSTEIN 

(Itaca- Buenos Aires)

Observado, como ha sido, que pensar en Dios es uno de los pasatiempos más añejos del animal humano, Gustavo Bernstein se ha dedicado a desandar las huellas de Cristo en el cine. O, en rigor, de El rostro de Cristo en el cine, un ensayo que se las trae y cuyo subtítulo zanja cualquier atisbo de duda. Se trata, pues, de “una lectura cinematográfica”, es decir, de la específica lupa de quien entre otros roles ha desempeñado los de director y guionista.

Aludimos a un libro original en el par de vertientes que más importan: original por novedoso y singular y original por enfocarse en el origen de alguna cosa. Por caso, en la variedad de perspectivas y semblanza que la figura de Cristo ha inspirado en el llamado Séptimo Arte.

Abocado a la temática seleccionada y cómodo en las arenas del investigador baqueano y en la elegancia de una prosa que no por elegante declinará un ápice de rigor, persevera Bernstein en una pista deslizada como al pasar en las páginas preliminares, pero que bien pueden operar como una tácita declaración de principios: “También el ensayista secular puede emprender esa labor. La razón es sencilla: no se precisa abrazar una fe para conmoverse con sus manifestaciones”.

Admitida la eficacia del prolegómeno ético, el autor persevera en el juego de encastres de poner su pasional lupa de interrogador en otras criaturas pasionales que a través de sus obras en clave de Hermanos Lumière han perseverado en una mayúscula pasión bautismal: “¿Cómo conferirle cualidades mundanas a una dimensión celestial?”.

Allá por 1987 con esa suerte de aporía supieron meterse Peter Handke y Wim Wenders en el film El cielo sobre Berlín (en la Argentina conocido como Las alas del deseo), sobre la base de un guión compartido por el austriaco flamante Nobel de Literatura y el director alemán, pero en rigor no estaba en juego el eventual intríngulis de Cristo sino el de dos ángeles urgidos de bajar a la Tierra y atravesar las experiencias fundantes del ser humano corriente. El amor, el dolor, el dolor que provoca el amor, desde luego, pero también, por ejemplo, el sabor del café.

Pero si lo de Wenders fue una aproximación, hermosa y con un no sé qué de estremecedora, pero aproximación al fin, otros cineastas declinaron intermediaciones y dispensaron sus herramientas, sus desvelos y sus devociones al Cristo único que por beneficio de variedad devino polifacético. Ellos posaron la lente en el rostro de Cristo y Bernstein en los pelos y las señales de los soportes simbólicos, técnicos, estéticos, alumbrados por obras ahora puestas en entredicho por un libro con todo en su lugar.

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WALTER VARGAS