Circular en vehículo por el gran San Miguel de Tucumán es algo que no se debería recomendar a los turistas que visitan la provincia, a no ser que lo hagan por alguien que conozca bien la zona y pueda hacer de guía. Son sabidos los problemas que acarrea el cada vez más descontrolado parque automotor, lo que se suma a una caótica planificación urbana. Desde hace décadas, cada Gobierno que llega a los distintos municipios que conforman el área metropolitana parece trabajar con su propio libro y destierra casi de base lo que se hizo antes.

Se toman, en consecuencia, algunas decisiones que parecen tener más que ver con el apuro que con la planificación. Y uno de los ejemplos más patentes es el de las rotondas. Algunos consideran una contradicción en sí misma el hecho de colocar semáforos en una rotonda. La función de una rotonda es que los vehículos ingresen a marcha lenta, hagan el giro y luego se incorporen al tránsito a esa velocidad. Es la única situación en la que deja de tener prioridad el que circula por la derecha, según la Ley Nacional de Tránsito, y la prioridad es del que está dentro de la rotonda. Pero lo que está pensado para ser una solución, termina siendo un problema. Como muchos automovilistas no saben transitar por una rotonda, se producen enormes embudos que generan más caos que el habitual. Sucede, por ejemplo, en la rotonda ubicada en l intersección de avenidas Belgrano/Perón con el Camino del Perú, en la zona noroeste de la Capital.

Los continuos accidentes que allí se produjeron, provocados en muchos casos además por la velocidad a la que se circula, sobre todo en sentido oeste-este, llevaron a las autoridades a decidir la colocación de un complejo semaforizado. La solución, a la vista de los múltiples inconvenientes que se generan en la zona, no parece ser la más adecuada ni mucho menos.

Durante las horas pico los automovilistas deben esperar hasta tres cambios de luces, lo que deriva en peligrosísimas maniobras de aquellos que, apurados, pretenden llegar cuanto antes al verde. La situación empeora ya que el diámetro de la rotonda no se condice con lo ajustado de los accesos. Y más aún cuando se trata de una zona que es una de las puertas de acceso a Yerba Buena, hacia el oeste, a la Capital, hacia el este y hacia Tafí Viejo, hacia el norte. Además, funciona allí la sede de una cadena internacional de supermercados y el complejo Natalio Mirkin, de San Martín, por lo que el tránsito es intenso durante todo el día.

No se trata del único ejemplo de rotonda semaforizada. La más icónica es la de plazoleta Mitre, a la que se le colocaron semáforos supuestamente también para ordenar el tránsito, o las dos que están ubicadas en las esquinas norte del Parque 9 de Julio. Lejos de solucionar problemas, pareciera que los acrecientan. Se trata de algunas soluciones improvisadas que no aparecen en ningún manual de planeamiento urbano, como tampoco los lomos de burro sobre rutas, sobre todo nacionales, que también pueden verse en distintas zonas de la provincia.

En el caso de la rotonda sobre el Camino del Perú, además, se trata de un lugar en el que conviven dos municipios, la Capital y Yerba Buena, que no parecen ponerse de acuerdo acerca de qué hacer con el problema. La planificación con participación de ambas gestiones podría ser el inicio de una solución que a diario reclaman centenares de automovilistas y de peatones que deben cruzar por allí.