Susana Cristiani tiene 68 años y un sueño que viene de lejos, de cuando apenas tenía 20 años: cruzar el país en moto, transitando las rutas que separan Tucumán de Ushuaia. Otras prioridades y responsabilidades hicieron que lo fuese postergando. Pero Susana recorrió los caminos de su vida con paciencia y sin renunciar a su deseo. Ahora se coloca los guantes, el casco y se sube a su Falcon 400cc -“La Colo”, como ella la ha bautizado- enciende el motor y comienza a “rodar”. Para concretar el plan solo le queda recorrer los más de 3.000 kilómetros hasta su destino, pero las distancias no la asustan: el sueño viene de lejos.

“A veces se toma como algo raro que a mi edad yo esté arriba de la moto. Pero yo lo encuentro tan natural, ando en moto desde que tengo uso de razón”, cuenta. Y en efecto es así: descubrió su pasión por las motos cuando era una niña. Uno no siempre sabe qué actos configuran su futuro, pero algo importante se jugaba aquella siesta que sacó la Siambretta de su padre a escondidas para dar un paseo mientras él dormía. “Sabía que me iba a retar cuando volviese, pero la adrenalina y la felicidad que sentí arriba de la moto hizo que valiera la pena”. Susana tenía diez años y estaba viviendo uno de esos momentos que definen toda una vida.

LA “ABU VIAJERA”. Susana luce la remera con el logo que la identifica. LA GACETA / ÁLVARO MEDINA

Más tarde, cuando cumplió los 12 años y por su insistencia, su padre le compró su propia Siambretta Tv 175cc. A los veinte, en los años 70, se compró una Honda 100cc con la que empezó sus primeros viajes de distancias cortas por falta de tiempo. Luego trasmitió esa pasión a sus hijos y a sus nietos. “Mis hijos comenzaron a hacer enduro, yo tenía más de cuarenta años pero eso no me frenó para sumarme a sus travesías: subí a una Honda Xr 400cc y salí a los senderos”. Susana cuenta que sus nietos, de diez y siete años, concurren a cursos de enduro para niños. “Desde que me jubilé comencé a ‘rodar’, fui al norte hasta Iruya y luego a Posadas; aunque a veces fui en grupo soy más que nada una viajera solitaria. Mis nietos siempre preguntaban ‘dónde está la abuela’ y mis hijos le contestaban ‘viajando’; pensando en esto decidí ponerme como nombre ‘Abu Motoviajera’, me hice un logo e imprimí los stickers que voy pegando en las estaciones de servicio para marcar mi paso por ese lugar”, comenta.

Susana inició su viaje ayer. Es su segundo intento, la primera vez tuvo que abandonar porque se enfermó a mitad del camino. Cuando esta nota se publique quizás ella y “La Colo” estén atravesando las calles de Dean Funes o Villa Dolores; es posible que ya haya llegado a San Luis y se haya detenido a descansar antes de volver a emprender el viaje con destino a la legendaria ruta 40, el espinazo del país. Quizás esté en la ruta sintiendo el viento en la cara, percibiendo el aroma de las plantaciones y los pinos, disfrutando los colores del paisaje sin el filtro de un parabrisas.

“Muchos me preguntan por qué prefiero la moto y no las comodidades de un auto. Y es porque con la moto uno se conecta más con la naturaleza, con el entorno; subirse a la moto es subirse a la libertad”, afirma emocionada. 

Lanza una sonrisa irónica cuando cuenta que pertenece a un grupo llamado “Moteros unidos por la artrosis”, en donde son todos mayores de sesenta e insiste en que, para ella, viajar a su edad no es extraño porque su vida transcurrió sobre una moto. Y tiene razón, Susana tal vez sea la prueba de que la vejez no es como nos la cuentan sino como la construimos.