El aludido no niega la anécdota deslizada hace exactamente cuatro años en esta columna. Refiere a que Alberto Balestrini, siendo intendente de La Matanza, dirigiéndose a un colaborador en materia de salud lanzó: “este ‘turquito’ va a llegar lejos”. Miraba a Juan Manzur. El tucumano comenzaba a dar sus primeros pasos en la política de la mano de ya fallecido dirigente peronista. El martes, al iniciar su segundo mandato, Manzur recordó a su mentor. Mirando a la también ex funcionaria de Balestrini y vicegobernadora electa de Buenos Aires, Verónica Magario, señaló: “si nos viera Alberto”.

El titular del Ejecutivo saltó de cargos de segundas líneas al primer plano provincial en pocos años. Logró instalarse con fuerza en el espacio peronista nacional. En Tucumán, además de portar la banda de gobernador, preside el PJ y porta la cucarda de haber doblegado en las urnas al dirigente que mayor peso y poder político e institucional acumuló desde la vuelta de la democracia: Alperovich. Lo pudo hacer, claro, con todo el peronismo unido detrás de la fórmula del Frente Justicialista.

Sin embargo, pese a todo lo que viene obteniendo en la comarca, Manzur parece interesado en consolidarse aún más fronteras afuera que puertas adentro. La foto de su asunción, con actores significativos de la escena nacional detrás suyo, y con Alberto Fernández a su lado, va en esa línea. Se siente cómodo en ese ambiente y se mueve cual si la Nación fuera su zona de confort. ¿Para que lo convoquen? Puede interpretarse como un gesto destinado a mostrarse como el contrapeso de Cristina en favor de Alberto, aglutinando a gremialistas y a gobernadores para la interna que puede sobrevenir cuando el peronismo esté en el poder. Él tironeando a Alberto de un lado, y del otro la ex jefa de Estado.

Es lo que se especula: Cristina y los camporistas desde sus dominios bonaerenses versus los moderados del interior -y su influencia en el Congreso-, más el armado gremial y social por el otro. De hecho, el gobernador, en su discurso del martes, no mencionó ni siquiera una sola vez a la ex presidenta. Abundó en loas a Alberto, de quien se presenta como un escudero fiel. Está más que claro de qué lado estará el mandatario si se produce la división.

Cuatro años por venir

En fin, ¿Tucumán le quedó chico a Manzur como para buscar otros terrenos de lucha? Se instaló en la mesa chica nacional del PJ. Y si no se incorpora a un puesto nacional, tiene cuatro años por delante para gestionar sus “últimos cuatro años” en el Ejecutivo provincial; tiempos que se preanuncian tormentosos en lo económico. Es bastante tiempo para seguir ejerciendo el poder y más para la despedida.

Hasta ahora, Manzur no se vino mostrando como el jefe político que tiende a manejarlo todo, que atemoriza o que advierte desde la fortaleza del cargo. O sea, no es alguien que verticaliza la conducción a la vieja usanza. Un dirigente con ese perfil encolumna, típico en el peronismo. No lo hace e impacienta con su paciencia para dar a conocer sus decisiones, sus tiempos no son los mismos que los de sus pares de ruta en el PJ. O bien interpreta el ejercicio del lidrazgo desde otra perspectiva, y apuesta a ese método político para desandar el resto del camino, que ya tiene plazo de vencimiento en 2023.

Este “detalle” ya puso en alerta subterránea a la dirigencia que mira más allá del próximo año. Además, en las crisis siempre asoman liderazgos nuevos, que desafían, que son los emergentes de los tiempos de caos, en quienes se apoya la ciudadanía. El país y la provincia van a padecer tiempos difíciles, por lo que al calor de las dificultades van a ir armándose esos referentes para los tiempos por venir, con buenos y malos modos. Alguno, en el medio, se ilusionará con el sillón de Lucas Córdoba. ¿Manzur ya tendrá un elegido o querrá seguir?

Amenazar con continuar sería una forma de intentar consolidar su conducción y emerger como líder de todo el peronismo; para lo cual la única arma a la vista, por el momento, es deslizar la posibilidad de reformar la Constitución. Asustaría y obligaría a que se adelanten y blanqueen los encolumnamientos internos. Con él o en contra de él. ¿Es la única forma de sentir que el poder no se le va diluyendo de las manos desde tan temprano? Vale preguntar si necesita ser un líder a lo tradicional o bien si seguirá como hasta ahora, ya que mal no le fue. Si lo viera Balestrini.

Sociedad que funciona

Sin embargo, el gobernador es cauteloso -u oculta sus cartas- y siempre destaca su sociedad con Osvaldo Jaldo, quien debería ser su sucesor natural, en caso de que él no aspire a más, porque está impedido de ir por otro mandato. El tranqueño fue el mejor baluarte y socio político que tuvo para disputar la reelección y pelearse con su antecesor. Si llegase a ocupar un cargo nacional, el liderazgo del peronismo devendría en el vicegobernador. En los papeles se plantea así.

No sólo a ellos cabe encuadrarlos dentro de la disputa por los liderazgos que se vienen en los planos nacional y provincial, tanto en el oficialismo como en la oposición. Manzur tal vez juegue fuerte en dirimir uno de ellos, en el que se presume que será un enfrentamiento bajo las sombras en sus primeros meses y luego más a cielo abierto: el de los Fernández, en el peronismo y en el Gobierno nacional. Unos especulan con que ocurra y muchos otros esperan que suceda, que la sociedad se destruya, que las ambiciones personales y sectoriales estallen y que se fragmente la coalición, que Cristina sea la Cristina de antes y que Alberto se someta a su voluntad.

Es la apuesta de los más extremistas de un lado de la grieta que no soportan al peronismo; así, cuanto más desunidos, más fáciles de vencer. En ese marco, el desafío más grande que tiene el Frente de Todos es mantenerse unido una vez en el poder. En este grupo Cristina ya es líder, tiene ascendencia sobre los camporistas y neocristinistas devotos, mientras que Alberto todavía tiene que convertirse en conductor, saliendo de la sombra protectora de la ex presidenta. Lo curioso, y toda una rareza en la historia política nacional, es que debe hacerlo una vez convertido en Presidente. Por ahora suma escuderos para esa eventual cruzada.

Si bien tejió acuerdos con gobernadores -los que serán su sostén político e institucional-, con gremialistas y empresarios; la aparente sociedad en el poder que compone con Cristina lo expone como el hilo más delgado en el binomio. Entre la personalidad avasallante de Cristina y su visión de la realidad que contrasta con la moderación que debe expresar Alberto, se vislumbra un tiempo de tensión entre ellos, una relación en equilibrio inestable.

Alguien tiene que ceder

¿Se romperá el vínculo político? Si efectivamente han coincidido en que lo mejor para el país era la unidad del peronismo para sacarlo del drama económico y social, romperla sería ir a contramano de aquella intención y convertir irresponsablemente en un polvorín al país. Conspira contra esta posibilidad el hecho de que el peronismo suele dirimir sus internas en tiempos electorales y también en el poder. Es lo riesgoso. ¿Cuál es la fórmula para que la gestión supere a la tensión? ¿Que uno ceda liderazgo y que el otro lo construya y lo consolide?

La fórmula que elijan no puede dejar fuera de la ecuación el hecho de que el peronismo ha llegado al poder en el peor momento del país. Una ocasión para demostrar que está en condiciones de superar la crisis y que no es sólo es un atizador de crisis para otras gestiones. Más de 12 millones de ciudadanos le han confiado la esperanza de sacar del pozo a los que más padecen las consecuencias del paso del macrismo. Si no respetan ese mandato y se pierden en la pelea interna, la disputa por el liderazgo será inútil. Si Cristina y Alberto lo han entendido en ese sentido, con sus respectivos acólitos apostando su militancia y respaldo político e institucional, van a fortalecerse, y no afectarán al país. Se sostiene que en la Argentina es necesario un shock de confianza: qué mejor que la dupla elegida despierte confianza en cuanto a que están verdaderamente motivados por sacar al país de la crisis, y unidos. Será difícil, muchos de los votos del 40% de Macri son de rechazo al peronismo, más que un aval al Presidente.

Y si lo de Manzur, Cristina y Alberto no escapa a las cuestiones del liderazgo, lo mismo ocurre en la oposición, en la Nación y en la provincia. Macri tiene que erigirse como el líder de la oposición, aunque más no sea para sentarse en una postura de fuerza frente al posible frente judicial que se le avecina. Su temple está a prueba. Sin embargo, en ese espacio los que tengan poder territorial, como Rodríguez Larreta, o ascendencia política sobre la UCR, como Cornejo, Negri o Alfonsín, van a querer disputar ese liderazgo. Macri perdió todo y no tiene el carisma ni el alma política de Cristina. Si los otros huelen esa ausencia, habrá poco macrismo y emergerán otros referentes.

La UCR tiene una gran oportunidad para reinventarse y fortalecerse a partir de las provincias y bancas del Congreso que maneja. En Tucumán hay que ver qué pasará con los opositores, quién de ellos se quedará con el cetro opositor. Pero en el desarmado Juntos por el Cambio hay mucha dispersión. Baste mirar el bloque de la Legislatura: son seis y se dividieron en cuatro. Una unidad complicada de cara a la conformación de un polo opositor fuerte para 2023. Si se les suman los intendentes radicales, los diputados nacionales y Alfaro, tienen bastante poder de fuego. En ese lado hay que observar cómo se desarrolla la disputa por el liderazgo opositor. Desde ya hay que observar el movimiento de todos, porque nada se hace al azar, por lo menos por parte de los que se toman el rol de dirigentes en serio.