Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

A criterio de quien escribe estas líneas, Felicidades, el último libro de Juan José Becerra, es, por lejos, uno de los mejores títulos que se publicaron este año. Con Becerra uno sabe que el asunto suele ir por caminos sin dramas, llenos de ironías y con dirección incierta y con un lenguaje genialmente informal. Por lo general se desconoce hacia dónde van sus personajes ni en qué terminarán sus historias. Antes de realizar la siguiente entrevista, y aún antes de terminar mi lectura de Felicidades (Seix Barral), le dije a Becerra que me gustaba lo que leía. “Capaz que en las últimas cien páginas te llevás un chasco”, me contestó vía WhatsApp.

Tuvo razón. Pero más que un chasco fue una grata sorpresa. La historia trata sobre Andrés Guerrero, un experto en literatura que trabaja sobre una muestra de Julio Cortázar. En el equipo de trabajo hay personajes muy bien logrados. Entre ellos, Magdalena Ferro, la hija de una pareja amiga de Guerrero de toda la vida. Andrés y Magdalena -y no mato la lectura si les adelanto esto- inician una relación sexual y sentimental con matices buenos y malos. El desenlace, líos mediante, deberán leerlo.

Ahora, mientras desde su casa de Gonnet Becerra prepara el asado (para mí virtual: enciende el fuego mientras charlamos por Skype y yo -en clara desventaja y con envidia- tomo el enésimo mate de mi mañana de domingo en Buenos Aires), le propongo que arranque él la charla en vez de hacerlo yo con una pregunta, como solemos hacer los periodistas. Así que me dice: “Me costó descifrar el asunto del libro, porque tiene muchas cosas. Lo primero es una narrativa de la dispersión. También hay como una autodestrucción. Hubo dos lectores, por ejemplo, a los que les tengo mucho afecto y admiración, (el escritor) Martín Prieto y (la ensayista) Beatriz Sarlo, que me dijeron lo mismo: ¿por qué la segunda parte? Ellos apuntaban a que la segunda parte no tiene justificación con respecto de la primera. Y ese, para mí, es el mejor elogio que recibí del libro. Que me hayan dicho que era al pedo la segunda parte es lo que justifica haberla escrito. Por lo que siento como escritor. Siento como escritor que si cometí un error y el error se nota le estoy dando un valor a la literatura. Pagar un costo por lo que escribo y pagárselo a dos grandes lectores, personas con las que además tengo una buena relación, es a lo máximo a lo que puede aspirar un libro mío.

- ¿A qué apuntás cuando escribís?

- A producir disconformidad, irritación, un problema y un efecto de libro injustificado. Eso me encanta. Que sólo pueda justificarse en la literatura y que no tiene por qué obedecer a una lógica que no sea la de la literatura. No tiene que haber ninguna coherencia, ninguna organización. Además ese régimen de arte literario injustificado para mí tiene mucho que ver con el régimen de la vida. No sólo el yacimiento de donde sale mi literatura sino el objeto al que pretendería llegar, que es esa materia volátil llamada vida. Para mí, vivir, por lo menos en mis últimos libros, es la experiencia que más me interesa representar. Y creo que es la más difícil si uno intenta establecer entre la literatura y la vida una relación que obedezca al sinsentido de la vida, a su oscuridad, a sus zonas impenetrables. Cuando la literatura choca con la experiencia de vivir, me parece que esa lucha justifica un poco lo que uno escribe.

- ¿En este caso lo ratificaste con la segunda parte de “Felicidades”?

- Creo que hice una segunda novela. Me interesa observar en la vida cuándo se produce un corte narrativo. ¿Por qué ese corte debe ser justificado? ¿No será que uno reprime la voluntad del corte en la experiencia de vivir? Entiendo por esto a suspender algo en la vida y pasar a otra cosa. La vida no es así. Excepto que uno la ponga en relación a la narrativa clásica.

- Sería como salir de lo lineal o cronológico para contar una vida con cortes abruptos. La realidad, en una palabra.

- Crisis de deseos, arrepentimientos, traiciones, cosas que impiden que la vida obedezca a una narrativa clásica. Como lo veo yo, la vida es una especie de relato de vanguardia en el que puede pasar cualquier cosa y donde están incluidos todos los géneros. Ahí me parece que a la literatura le falta una conexión con la vida. Por eso el hecho de que ese personaje (Andrés Guerrero) corte todo y se vaya no tiene por qué estar justificado. Puede estar justificado en un relato de productividad o continuidad, pero no tiene que estar justificado en la experiencia de vivir. De hecho, la mayoría de las cosas que hacemos no se justifican.

Experiencia e imaginación

- ¿Cuánto hay de tu experiencia personal al escribir?

- Hay un interior narrativo dentro nuestro que nadie conoce. Cuando escribo no sé si lo que saco son cosas de mi interior o, tal vez, del interior de otros. Hay mucha imaginación. Incluso en la narrativa personal. Por no decir que casi todo es imaginación. Supongo que hay una proporción que obedece a una fantasía personal. Pero no estoy seguro. Al mismo tiempo la fantasía es un género muy distante. Las fantasías son fantasías porque uno ni tiene en cuenta el paso de esa fantasía al mundo material. Me parece perfecto que funcione así. ¿Por qué uno debería sacrificar sus fantasías haciéndolas realidad?

- ¿”Felicidades” es a la vez un libro sobre el paso del tiempo?

- El paso del tiempo es un poco mi tema. Es el tema del arte y de la vida. ¿Cuál es el problema más importante de la existencia? ¿El paso del tiempo o el dinero? Estamos acostumbrados a vivir los dramas desde un punto de vista político, sobre todo ahora que lo vivimos en términos de infelicidad por lo que sucede. Pero lo más importante es el paso del tiempo. Nadar contra la corriente las últimas brazadas que se pueden dar. Guerrero sabe que se mete en un problema de duración al tener una relación con Magdalena. Sabe que esa relación de poder, en la que él pierde, no puede durar. Sin embargo va igual. Es una relación de riesgo. Como una especie de deporte extremo.

- Ponerle sal a la vida.

- De hecho, Guerrero tiene una vida agradable, pero sin aventuras. Y la aventura es lo que lo atrae. El sentir que vuelve a ser joven. Eso también es una ficción. Porque no se vuelve a ser joven. Al contrario, por contraste la relación con una mujer mucho más joven lo envejece un poco.

- Uno de tus personajes dice que “la literatura no sirve para nada”.

- Es una frase extremista que busca llamar la atención. Pero no es cierto que la literatura no sirve para nada. Sirve para mucho. Tal vez para vivir. Creo que una persona que tiene una relación con la literatura puede encontrar ahí una utilidad aplicada a la experiencia de vivir. Se piensa mejor, se tienen menos prejuicios, el mundo se ensancha. Las relaciones que uno tiene en la vida son las que tienen una frecuencia personal. La literatura permite ampliar el rango de relaciones, tal vez con un autor. El mundo es más grande si uno lee literatura. Después, si te salva la vida, por ejemplo, es algo aplicable a momentos críticos de la vida. Pero creo que la literatura sirve en los mismos términos que puede servir una relación personal. Porque es como relacionarse con una persona, o con el escritor, el autor de un libro. No creo que la literatura de ficción vaya a producir una revolución, pero en el uno contra uno sí creo que puede haber una revolución. No hablo de calidades sino de alcances.

Caustrofilia

- ¿Vas a apostar a los cuentos?

- Por lo pronto, terminé de escribir una novela hace como un mes y medio que creo se va a llamar Un golpe diferente. Trata sobre un guionista de Netflix que termina haciendo una revolución. Escribí algunos cuentos pero mucho no me gustaron. Veré cómo sigo con los relatos cortos.

- ¿Estás muy enganchado con la modalidad de ver series y más series?

- No tanto. Me engancho con algunas como Los Soprano, pero no, por ejemplo, con La casa de papel, que me dicen que tengo que verla. Pero siento que las series no parten de un guionista que va con una idea, sino que ya es el algoritmo el que afecta. Por eso me da un poco de bronca ese tipo éxito. Nos llevan a la caustrofilia. Cada vez te van convirtiendo más en tu propio robot. El sistema de tanta serie nos lleva a no aspirar a otra cosa. Nos alejan de las experiencias. Volverse cada día un poco más idiota. Negarse a la penetración de lo distinto. Estamos en una era de narcisismo radicalizado. La era del yo me amo, en la que uno no piensa en los demás. Que una persona que hoy está desahogada no vote pensando en aquella que no puede pagar la garrafa social es un índice de la sociedad que se hace. Que es una monstruosidad y que a la vez se justifica.

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PERFIL

Juan José Becerra nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1965. Es autor, entre otros, de los ensayos Grasa, La vaca y Patriotas; y las novelas Santo, Atlántida, Toda la verdad , El espectáculo del tiempo, El artista más grande del mundo y Fenómenos argentinos. Escribe guiones y publica artículos en medios de la Argentina y cel extranjero.