En su penetrante ensayo “El nacimiento de la América Española” (1927), Juan B. Terán se detiene en la influencia que, en la conquista, el nuevo medio ejerció sobre el recién llegado conquistador. Apuntaba que, en América, el fenómeno era especialmente singular, “por la extensión del teatro de la experiencia y por la distancia enorme entre el pueblo conquistador y el conquistado”.

Hay que imaginar el “trastorno profundo” del conquistador que pasa de su tierra seca y yerma a “los trópicos caliginosos, de lluvias torrenciales y de hervorosa vegetación”, de “accidentes desmesurados”, de “fauna heteróclita y descomunal”, de “enfermedades infernales”. Pero ese forzoso reacomodo a nuevas condiciones representa, por otro lado, “liberación, desenfreno, desbordamiento”. Soportar el cambio tremendo hizo que el conquistador se sintiera con derecho de liberarse de las trabas sociales que tuvo en España: así, “las pasiones han cobrado su pujanza originaria”.

A la luz de esta reflexión, se hace transparente la psicología de la crueldad, la codicia, la rapiña, la fiebre de exterminio. Son temas que no se han mirado hasta ahora bajo ese aspecto, apuntaba Terán. El conquistador usaba la misma barbarie para perseguir a los indios que para luchar contra sus compañeros, en las guerras civiles que estallaron. Fue “un trastorno moral”, que podría llamarse “la tropicalización del blanco”, y que, “el mayor o menor grado la habría sufrido, cualquiera fuese la nación conquistadora”.

Además de la juventud de los conquistadores, colaboraron para todo esto la distancia de la metrópoli, la suspensión de todo contacto con la civilización europea y “la ausencia total de fábrica social en el siglo XVI”, cosa que “hacía más profunda, por más directa y desnuda”, la acción del medio.