Por Gabriela Mayer para LA GACETA - Buenos Aires

“La paradoja del tiempo se me reveló de manera muy personal en esta historia”, cuenta a LA GACETA Literaria Inés Fernández Moreno. “Lo había superado en longevidad y en experiencia: él había quedado detenido en un punto del tiempo –o el tiempo siguió andando sin él-, mientras que ella, la hija, seguía adelante”, se lee en la novela.

Su protagonista, Laura, una mujer casi sexagenaria que atraviesa una crisis matrimonial, recibe un mail inesperado desde Cataluña, anunciando que allí se conservan materiales de su padre. Y se lanza a una travesía en la que el pasado se reinventa y la interpela.

Aunque las experiencias personales ya habían impregnado sus libros anteriores, la autora asegura que en su más reciente obra “hay un intento de calar más hondo en el tema siempre inasible de los padres”.

No te quiero más (Alfaguara) “tiene mucho de autobiográfico. Y también mucho de ficción. El trabajo literario genera después una cruza un poco inextricable”, afirma la novelista y cuentista, asimismo nieta del poeta Baldomero Fernández Moreno.

- ¿Cómo nació la idea del libro?

- Surgió de un episodio verdadero: la aparición de una colección de cartas, poemas y textos inéditos de mi padre César en un pueblito de la Costa Brava. Este hecho fue sorprendente y tuvo un desarrollo bastante novelesco: desde el contacto con el funcionario del ayuntamiento a cuyos archivos había ido a parar ese material hasta el viaje que emprendimos con mi hermana Muriel para esclarecer aquella historia. Cuando por fin esos papeles llegaron a nuestras manos, descubrimos que las cartas estaban dirigidas a una mujer de la que él se había enamorado y que la novela inédita que se le atribuía no era de él, sino una novela muy mala que por algún motivo se había mezclado con aquellas cartas y poemas. Se nos plantearon entonces muchas preguntas. Y, como era natural, esta experiencia arrastró temores, recuerdos, nostalgias, reproches.

- ¿Le interesó enfocarse en la paradoja del tiempo?

- Sí, la paradoja del tiempo se me reveló de manera muy personal en esta historia. Yo tenía entonces cerca de sesenta años y los papeles de mi padre databan de cuando él tenía treinta y pico. O sea de una época remota en que yo tenía diez o doce. Se me trastocaron, o más bien se me borraron, las fronteras cronológicas y “lógicas” de la vida. Este hecho necesariamente arrastró recuerdos del pasado, puso al descubierto una vez más esa zona íntima y misteriosa donde el tiempo funciona de acuerdo a otras leyes. Un tiempo que contiene en forma simultánea todos nuestros momentos y donde conviven nuestros vivos y nuestros muertos.

Inés Fernández Moreno (Buenos Aires, 1947) pertenece a una familia de escritores y es licenciada en Letras. Trabajó en publicidad y empezó a escribir alrededor de los 35 años. Es autora de los libros de relatos La vida en la cornisa, Un amor de agua, Hombres como médanos, Mármara y Malos sentimientos. Ganó los premios de cuento Max Aub en 2003 y Hucha de Oro en 2007 en España. También publicó las novelas La última vez que maté a mi madre, La profesora de español y El cielo no existe, distinguida con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2014.

- ¿Cómo fue el proceso de escritura?

- Llevó su tiempo. Yo tenía entonces un libro de cuentos entre manos, Malos sentimientos, pero toda aquella historia de los papeles aparecidos en la Costa Brava se quedó dando vueltas en mi cabeza. Unos dos o tres años después, empecé a trabajar. Primero reuní los mails que había recibido del ayuntamiento, releí las cartas y después me concentré en la novela inédita que sin duda no era de mi padre. Me intrigaba mucho quién la habría escrito y qué vínculo podría tener con mi padre y la destinataria de las cartas. Empecé por una crónica bastante fiel de los hechos y, más adelante, a partir de esos mismos materiales, entré más libremente en el terreno de la ficción. Todos los textos -cartas, mails y novela- fueron modificados y se fundieron con otros contenidos absolutamente ficticios.

- En la novela regresa a temas que ya habían aparecido en su obra, como la soledad de la mujer o las relaciones intergeneracionales conflictivas.

- Hay una continuidad inevitable con mis otras novelas, donde la experiencia biográfica y personal tuvo mucho peso. Esto se vincula también con el estilo, con una mirada que privilegia ciertos temas como señalás y, sobre todo, con una protagonista que ya sea narrada en primera o en tercera persona, me resulta muy cercana. Sin embargo, tengo la impresión de que en esta novela hay menos humor, menos juego, que hay un intento de calar más hondo en el tema siempre inasible de los padres. Pero es difícil entender lo que uno escribe y cómo lo hace. Seguramente alguien de afuera lo tendrá más claro.

- ¿Por qué el humor es un ingrediente importante en su escritura?

- El humor es algo que viene conmigo. Tal vez una herencia familiar: el humor, la ironía, siempre estuvieron presentes a mi alrededor como forma de lidiar con la realidad. Creo que también es una modalidad bastante porteña. Porque el humor permite tomar una distancia, entabla un contrapunto con las cosas tremendas y absurdas.

- ¿Buena parte de la renovación de la literatura argentina pasa por mujeres?

- ¡Sí! Gran parte de la nueva narrativa argentina pasa por las voces de mujeres que escriben. Un hecho potenciado, además, por la energía de los movimientos feministas. Son cambios muy notables que siguen en proceso de expansión y de discusión y que celebro como mujer y como escritora.

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