Por Dolores Caviglia para LA GACETA - Buenos Aires

El título es apocalíptico y por eso gusta. En tiempos en que hay que destrozar para volver a construir casi nada debe quedar en pie. Ni siquiera el amor. No este. No así. Tamara Tenenbaum lo sabe y por ello decidió escribir un libro y no cualquier libro. El libro que se anima a meter las manos en el barro para entender. Que no teme proponer.

- ¿Por qué decidiste hacer este libro?

- Tenía esa sensación de que eran opciones que estaban dando vueltas pero desordenadas. Desde hace unos años, con el giro afectivo, ciertos pensadores comenzaron a reflexionar sobre las emociones y sobre cómo se decodifican. A partir de eso se escribieron distintas cosas y quería hablar de esa bibliografía. Quería conectarla con los debates que se están dando y ver qué podía articular yo a partir de esas lecturas y de esas conversaciones. No creo que el libro tenga una teoría propia, no es tan ambicioso, pero sí articula una perspectiva. Además me gusta escribir. Lo hago para organizar ciertas cosas o ver para dónde se organizan. Creo que no había en América Latina un libro que tratara los afectos con perspectiva de género.

- Tu trabajo de lectura se ve mucho. ¿Es en algún punto una especie de blindaje para el texto?

- A mí me incomoda discutir con gente que tiene mi mismo nivel educativo y clase social y pretende hablar de feminismo sin haber leído. Si vamos a estar discutiendo y no tenés ganas de leer, discutí de otra cosa porque nosotras hace tiempo que estamos estudiando. Vamos a dar esta discusión pero no como si la hubiésemos inventado ayer. Es una historia muy larga y hay que rendir cuenta de esa historia.

- ¿Cómo llegaste al feminismo?

- Cuando era chica me identificaba como feminista a partir de textos que leía, como los de Simone de Beauvoir. Después en el colegio empecé a ir a las marchas del 24 de marzo y a partir de ahí, a las del 8 de marzo. Luego me anoté en Filosofía. En esa época el feminismo no estaba en la agenda de militancia de la universidad hasta que en un momento arranqué a trabajar con una profesora, Florencia Luna, que es quizá la persona que más sabe de bioética en Argentina, y en 2010 se me ocurrió que quería trabajar con organizaciones feministas y entré a FEIM con Mabel Bianco. Allí entendí cómo funcionaba el activismo, aprendí mucho y conocí a las referentes.

Tamara Tenenbaum nació en 1989 en una comunidad judía ortodoxa del barrio porteño de Once que no aceptó porque no compartió. Antes de ingresar al secundario le pidió a su madre estudiar en una escuela laica y desde entonces no para de aprender. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, en 2017 publicó el libro de poemas Reconocimiento de terreno y al año ganó el Premio Ficciones del Ministerio de Cultura de la Nación por un libro de cuentos. Hoy, además de escribir para medios como La Nación y Orsai y dar talleres, es una de las millennials que más historia tiene con el feminismo.

- ¿Cuánto tardaste en escribir el libro?

- Un año y unos meses. Muchos de los textos ya los tenía leídos. Tuve que buscar información sobre los últimos capítulos. Pero todo lo que era amor romántico, parejas abiertas, lo tenía masticado. Igual no pensaba escribir este libro. Pero cuando el director de Paidós me escribió por un proyecto que no salió y me dijo que si tenía otra propuesta le avisara, se lo vendí. No se me hubiera ocurrido escribir un libro de ensayos a los 29 años, pero cuando me pidieron una idea supe que si había un libro que yo podía escribir era este.

- ¿Qué precisás para romper la inercia de la hoja en blanco?

- El impulso, las ganas. Cuando no estoy conectada con el deseo, me cuesta. Si no tengo algo que me calienta, me cuesta muchísimo. Pero una vez que estoy, voy y lo hago.

- El libro tiene biografía, ¿te cuesta hablar sobre vos?

- No. Estoy acostumbrada porque soy así. Obvio que hay cosas que no cuento. Esto es también un efecto literario. El lector piensa que te estás desnudando pero estás armando un relato. Hay muchas experiencias reorganizadas para que sirvan, es como una ficción. Cualquier ensayo autobiográfico es una forma de ficción.

- Según tu escritura, hay varios temas que lograste desandar, que ya sabés cómo funcionan y cómo manejan. Sin embargo, ¿hay momentos en los que te volvés a enroscar?

- Por supuesto. Es como el análisis. El momento en que entendés algo sobre tu experiencia no es el momento en que se desactiva. Se logra después. Lo que se piensa y se siente no se puede cambiar voluntariamente. Uno puede estudiar, leer, y eso va decantando. El cambio en la conversación pública también va decantando. Soy cuidadosa de caer en machismos. Me pasa seguro, pero no tan seguido. Pero con el amor romántico, engancharme con la mirada masculina y volverme loca, sí me pasa. O con la belleza. Me empezó a afectar ahora. De los temas que hay en el libro es de los que más me interpelan. Me confundo. Me pierdo. Pero el sufrimiento no va a terminar con el feminismo. No creo que sea menos sufrido ser feminista que no serlo.

- ¿Cómo ves el rol actual de los hombres?

- El varón está interesado. Muchos leyeron el libro y me dijeron que no sabían que a las chicas les pasaba todo esto, porque son cosas que escondemos. Hay una cuestión histórica: las mujeres siempre nos encargamos del trabajo emocional, los vínculos son tarea nuestra. Es parte de nuestro trabajo impago. Hay algo de eso en el hecho de que seamos nosotros las más interesadas en desarmar esos vínculos.

- ¿Y la sororidad?

- Veo que hay gente que se reprime y está buenísimo. No sé de dónde salió eso de que no hay que reprimirse. Si yo pienso que estás mal vestida, ¿qué valor tiene que lo diga? Eso lo veo mucho en las relaciones laborales. Antes había una competencia muy grande entre mujeres. Como no hay muchos lugares, tenés que mirar a las demás como amenaza. Por eso lo que tiene de bueno la sororidad es que estamos atentas. La idea de que todas las mujeres somos aliadas me parece ridícula. Nos podemos criticar, podemos discutir. Todas las feministas serias tuvieron conflictos con otras feministas y saben que hay formas de dirimirlos. Ser feminista también significa correrse de cierto modo de discutir inventado por el patriarcado. Estamos todas aprendiendo.

- ¿Sentís responsabilidad por el hecho de ser leída?

- La exposición es una cosa difícil. Siempre que te expongas, y si sos mujer, están todos atentos a que te equivoques. Pero en términos de responsabilidad yo siempre digo que hago todo mal. No me considero ejemplo moral de ningún tipo. Mi bandera es tratar de hacer lo mejor y fracasar todas las veces que haga falta.

© LA GACETA