Una madre corría con su hijo de la mano cuando vino el huracán rojo; lenta, con las piernas enredadas en el kimono, soltó a su pequeño y le gritó que corriera justo antes de ser devorada por el fuego.

La bomba explotó a las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, justo encima de la clínica quirúrgica de Shima. En menos de un segundo aniquiló cualquier cosa viva en un radio de dos km. El área de influencia se extendió a 16 km2 y el 69% de los edificios quedaron destruidos. Aves, animales, árboles y más de 80.000 personas convertidas en cenizas.

La zona cero era el centro de Hiroshima, un pueblo industrial importante de Japón, elegido como objetivo por las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial. Más de 164.000 personas murieron por la bomba y sus consecuencias.

Una joven estudiante de secundaria sobrevivió a la explosión a unos 10 km del epicentro. Cuando salió de la escuela al patio, la lluvia negra la cubrió entera. Herida con quemaduras graves, creyó como muchos que el agua era una bendición y la bebió. Murió a los pocos días.

QUEDÓ EN PIE. Así está la Cúpula Genbaku Domu o de la Bomba Atómica.

Nadie comprendía lo que había pasado. Primero hubo silencio, sin graznidos de cuervos, sin autos ni fábricas, sin los gritos de los niños voluntarios frente al domo. Aire irrespirable, calor, olor a muerte. Después, los gritos desesperados, los llantos, y la marea de quejidos que apenas se elevaban por el cielo rojo, violeta y negro. La ayuda no llegó. Los hospitales fueron arrasados, el 95% del personal de salud murió con la bomba.

Terribles noticias

Desde Tokyo las líneas telegráficas quedaron en silencio, las comunicaciones cortadas, el tren abandonado. Desde zonas cercanas llegaban terribles noticias de una explosión que podía verse a cientos de kilómetros. “¡Agua, agua!”, Gritaban los estudiantes en el puente. Una madre fue a buscar agua y al volver, toda la clase estaba muerta. Flotaban los cuerpos de quienes buscaron alivio en el río. Miembros destrozados, ampollas gigantes color violáceo, la piel colgando y la carne viva y roja.

Los voluntarios que se acercaron a ayudar los días posteriores también fallecieron. En total se calcula que las dos bombas atómicas mataron a más de 200.000 personas; muchos murieron años después de cáncer, leucemia y otras enfermedades producto de la radiación. Los bebés que nacieron sufrieron de microcefalia y retraso mental.

Cuando uno piensa en números es absurdo. Hay algo intangible, algo lejano en el número, algo salido de una planilla. El Museo de la Paz de Hiroshima es espeluznante justamente porque le pone rostro a esos números, los llena de historias. La sala moderna y oscura, alberga fotos y objetos que ilustran ese horror: retazos de ropa, bicicletas, restos de útiles escolares, piedras, cajas fuertes carbonizadas y hasta uñas y dientes negros.

Los dibujos de los sobrevivientes ilustran las paredes; son bocetos que parecen de niños que vieron una pesadilla o entraron en el infierno. Durante el recorrido, a pesar de estar lleno de turistas, nadie habla, nadie saca fotografías o mira el celular. Ni un murmullo, solo un par de narices sobando de vez en cuando. Los nombres y las historias del museo son siquiera un duro ejemplo de un sufrimiento inabarcable.

ESTACIÓN DE TRENES. La remozada ciudad de Hiroshima está habitada actualmente por 1,5 millón de personas. fotos de ana daneri

A 150 metros del hypocentro, sobreviven los restos del Genbaku Domu, el esqueleto de una construcción de ladrillo y hormigón con una cúpula de acero. El edificio fue inmediatamente preservado tal como se encontraba después del bombardeo; sirve hoy como un monumento conmemorativo de la devastación nuclear. Una pared del domo muestra una sombra: es lo único que quedó de una persona sentada en las escaleras esperando que abra sus puertas.

Hoy, el cielo es brillante

Recorrer las calles de Hiroshima es agradable. El río limpio, el cielo brillante, las bicis circulando en cada esquina, los niños que juegan en la plaza y hasta se puede ver un águila que sobrevuela entre árboles y grandes edificios. Hoy la ciudad se alza de nuevo moderna, con edificios de ventanas espejadas y avenidas anchas, con un aeropuerto, trenes de alta velocidad y 1,5 millón de habitantes. Los rastros de la ciudad devastada quedan solo en los esfuerzos por recordar: En los monumentos, en los parques, en el museo.

REVERDECER. La ciudad de Hiroshima se muestra hoy agradable y moderna.

Tucumán está lejos, a más de 18.000 km, y 74 años nos separan de esta tragedia. El eco de la bomba se escuchó, sin embargo, en el mundo entero, aunque aún hoy cuesta entender su dimensión. La ética de aquellos científicos que desarrollaron la bomba, la insensibilidad de los poderosos dando la orden a miles de kilómetros, el corazón del piloto que la arrojó. El costo del fin de la guerra es sólo comprensible en los rostros de las miles de familias que lo pagaron. No hay palabras.